A la luz del Año Jubilar concedido por Su Santidad el Papa Francisco para conmemorar los 125 años de la coronación de la Virgen de Guadalupe, es indispensable volver los ojos atrás para recordar aquel 12 de octubre de 1895, cuando México, jubiloso, celebró a la Reina de la nación.
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Ya desde el siglo XVIII, Lorenzo Boturini había iniciado los trámites en ese sentido, pero a raíz de su expulsión del país, ordenada por el Virrey Conde de Fuenclara, el proyecto había quedado inconcluso. Cien años después la idea volvió a surgir, empezando por solicitar a la Santa Sede que concediera a la Iglesia Mexicana el nuevo oficio litúrgico guadalupano, mismo que después de años de espera, se obtuvo el 6 de marzo de 1894. Al mismo tiempo, se pidió a Roma su autorización para coronar la imagen de nuestra Señora de Guadalupe, a lo que Su Santidad León XIII accedió mediante Breve de fecha 8 de febrero de 1887.
Con tan gratas noticias, y para darle todo el brillo que la ocasión merecía, se realizaron importantes reformas al santuario, bajo la dirección de don José Antonio Plancarte y Labastida; una vez finalizadas, se escogió el 12 de octubre de 1895 para llevar a cabo la ceremonia de coronación, que fue verdaderamente grandiosa.
Cuentan que la alegría de la gente se desbordó en forma incontenible; de los balcones de la ciudad colgaban toda clase de pendones, estandartes e imágenes de la Virgen, mientras que peregrinos de todas partes de la República llegaban al santuario constantemente; se estima que fueron más de 10 mil las personas que, apretujadas, intentaban desde el atrio acompañar a su Señora, aunque no mirarla, puesto que las leyes de Reforma prohibían cualquier manifestación religiosa fuera de los templos, ¡incluso el poder mirar desde afuera! razón por la cual se habían tenido que cubrir las rejas del atrio con madera.
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Lo que sí podían ver era la llegada de los once arzobispos, veintiocho obispos y alrededor de cien presbíteros, entre los que estaban el arzobispo de Panamá; el de Quebec, Canadá, en representación del Cardenal Taschereau; el de Cuba, Francisco Sáenz de Urtun; y el de Nueva York, Michael A. Corrigan.
Cabe recordar que entre los invitados de honor había diplomáticos y un grupo de 28 indígenas de Cuautitlán, la tierra de Juan Diego, todos con su traje propio, llevando en el pecho una imagen de la Virgen de Guadalupe.
La coronación fue grandiosa; el cortejo empezó con la entrada de las coronas -porque eran dos-, una de oro recamada con piedras preciosas para las grandes funciones y otra de plata más sencilla para el día a día. Iban cargadas en andas de terciopelo carmesí con varillas de oro; la corona de oro se había encargado a uno de los mejores orfebres de Europa, el francés Edgar Morgan, siguiendo el diseño de los mexicanos Rómulo Escudero y Salomé Pina.
Detrás de las coronas presidía la procesión, el Ilustrísimo Arzobispo de México, Próspero María Alarcón, revestido con capa magna encarnada, rodeado de su séquito y de los prelados, cubiertos con capas iguales bordadas en oro y con el monograma de María en la parte trasera.
El momento cumbre fue cuando el mitrado mexicano, acompañado por don José Ignacio Arciga, arzobispo de Michoacán, colocó la corona en una varilla de oro insertada en el marco que rodeaba a la imagen, es decir, los sucesores de fray Juan de Zumárraga y de Vasco de Quiroga, juntos postraban sus mitras a los pies de la Señora.
Fue un instante de intensa emotividad que hizo que los fieles, sin poderse contener, exclamaran con vibrantes voces, ¡Viva la Reina de los mexicanos! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!
Hoy, en el umbral de festejar los 125 años de tan sentido homenaje, Su Santidad Francisco ha conferido a los fieles guadalupanos del siglo XXI el privilegio de recibir indulgencias plenarias en remembranza de aquel 12 de octubre de 1895, cuando León XIII, tomando en cuenta la intensa piedad de la nación mexicana, le concedió decorar con corona de oro la Imagen de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe.
*Ana Rita Valero es investigadora mexicana, autora del libro Santa María de Guadalupe a la luz de la historia.
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