Columna invitada

‘Fiducia supplicans’, el rostro de una Iglesia misericordiosa, samaritana y comprensiva


La declaración Fiducia supplicans, sobre el sentido pastoral de las bendiciones, recientemente publicada por el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ha causado mucho ruido. Es oportuno señalar algunas cuestiones:

i) Estamos ante una orientación pastoral y no ante una declaración propiamente dogmática.
ii) Como toda cuestión pastoral, ésta requiere discernimiento en cada caso.
iii) El sacramento del matrimonio, está intacto.

Ofrezco algunos elementos para tener un mayor contexto magisterial para su interpretación. Sin duda, la Declaración participa del corazón de las enseñanzas del Papa Francisco.

Dice la reciente Declaración, en la segunda parte de su último párrafo:
Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición. El Padre
nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de
aprender de Él a no maldecir,
sino bendecir1

. De este modo, cada hermano y hermana podrán sentirse en la Iglesia siempre peregrinos, siempre suplicantes, siempre amados y, a pesar de todo, siempre bendecidos (n. 45).

Separo las afirmaciones de dicho párrafo, señalando algunas consideraciones:

  • “Este mundo necesita bendición y nosotros podemos dar la bendición y recibir la bendición”. Todos los seres humanos que habitamos esta casa común, alcanzamos nuestra salud, nuestra salvación en la medida en que nos experimentamos y reconocemos como un bien, una bendición, religados al Creador, así como mensajeros y portadores de Su Bendición. El Papa Francisco, en Evangelii gaudium, numeral 8, nos dijo de manera análoga:
    “Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”. Además de comparar esos dos textos, quisiera señalar un detalle que me parece importante en esa línea antes citada. Al colocar el “podemos dar”, se nos señala que estamos facultados para ello, pero también la interpelación a nuestro libre albedrío. Dios no nos obliga, sino que nos ofrece la salvación, es decir “la alegría
    de bendecirlo y darle gracias”.
  • “El Padre nos ama. Y a nosotros nos queda tan solo la alegría de bendecirlo y la alegría de darle gracias, y de aprender de Él a no maldecir, sino bendecir”. Esta primera gran afirmación, “el Padre nos ama” se desarrolla durante toda la Declaración -así como en el Magisterio Universal de las últimas décadas, recordemos Deus caritas est-, incluso desde su numeral 1, en el que se puntualiza que: «la gran bendición de Dios es Jesucristo, es el gran don de Dios, su Hijo. Es una bendición para toda la humanidad, es una bendición ofrecida a todos. Él es la Palabra eterna con la que el Padre nos ha bendecido “siendo nosotros todavía pecadores (Rm 5,8)”» Resalto esto último, en tanto que todo ser humano necesita de la Acción Redentora de Dios, de su Palabra Salvadora. Nadie está acabado, todos estamos aprendiendo. Todavía no estamos en el cielo, en la perfección, en la gloria eterna, sino en camino de salvación, todos. Nuestro desafío es “participar de la Trinidad”, como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica en el artículo 1, en un seguimiento a Cristo, Verbo Encarnado, que se hace camino para nosotros, en el Espíritu.
  • Por eso dice, precisamente la parte final: “De este modo, cada hermano y hermana podrán sentirse en la Iglesia siempre peregrinos, siempre suplicantes, siempre amados y, a pesar de todo, siempre bendecidos”.
    En el numeral 8, dice la misma Declaración: “Por este motivo, las bendiciones tienen por destinatarios las personas, los objetos de culto y de devoción, las imágenes sagradas, los lugares de vida, de trabajo y de sufrimiento, los frutos de la tierra y del trabajo humano, y todas las realidades creadas que remiten al Creador y que, con su belleza, lo alaban y bendicen”.
    El Papa Francisco, en Evangelii gaudium, es decir la Alegría del Evangelio, en su primer numeral dice:
    La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
    Es muy grande la sintonía entre el último numeral de la Declaración, así como el número 1 de su Programa Pontificio. La Declaración que estamos comentando, por supuesto resuelve un asunto doctrinal puntual (las bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo), con un profundo contexto y contenido doctrinal que revisa las Sagradas Escrituras como el Magisterio, y aprovecha nuevamente la oportunidad para mostrarnos el enorme horizonte de nuestra misión pastoral, que debe estar impregnada por la caridad de Cristo en este preciso momento de la historia, en donde la ternura misericordiosa de Dios, está ausente en muchos
    puntos de la tierra. Lo fundamental es dejar a Dios ser Dios.
  • Dice el numeral 19 de la Declaración: “En su misterio de amor, a través de Cristo, Dios comunica a su Iglesia el poder de bendecir. Concedida por Dios al ser humano y otorgada por estos al prójimo, la bendición se transforma en inclusión, solidaridad y pacificación. Es un mensaje positivo de consuelo, atención y aliento. La bendición expresa el abrazo misericordioso de Dios y la maternidad de la Iglesia que invita al fiel a tener los mismos sentimientos de Dios hacia sus propios hermanos y hermanas”.
    Finalmente quisiera destacar el urgente llamado que hace el Dicasterio de Doctrina de la Fe, en el numeral 25 de la multicitada Declaración, retomando la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, en el número 94, al señalar que: “la Iglesia, también, debe evitar el apoyar su praxis pastoral en la rigidez de algunos esquemas doctrinales o disciplinares, sobre todo cuando dan «lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar»”. Esta postura busca desplazar absurdamente a Dios, por el control doctrinal o moral. Además es soberbia y profundamente pelagiana, en medio de una cultura hedonista, relativista y secularista.
    En fin. Cierro señalando que estamos llamados a ser una Iglesia misericordiosa, samaritana, paciente, comprensiva del caminar de lo humano, “en salida”, pero sobre todo, oferente de la Acción Salvífica de Dios que no deja de operar y ser derramada sobre nosotros, en un amor incondicional, en este tiempo de gracia y de Redención.
  • 1 Francisco, Catequesis sobre la oración: la bendición, L’Osservatore Romano (2 de diciembre 2020), p. 8. Todas las negritas del documento son del que escribe esta reflexión.
P. Eduardo Corral

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