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COLUMNA

Columna invitada

Dos papas

Aunque dice estar basada en hechos reales, la película Los dos papas parece más una novela, llena de ficciones y suposiciones, que una relación histórica.

5 febrero, 2020

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Varias personas solicitaron mi opinión sobre la película Los dos Papas, y decidí verla. No soy crítico de cine, pero me pareció una buena realización, que toca temas de interés en forma atractiva. Sin embargo, a pesar de que, de entrada, dice que se basa en hechos reales, parece más una novela, llena de ficciones y suposiciones, que una relación histórica. Toda la trama gira en torno a supuestas conversaciones que hubieran tenido el Papa Benedicto XVI y el cardenal Jorge Bergoglio, antes de que éste fuera elegido Sucesor de Pedro. No hay constancia de que eso haya sucedido en los apartamentos pontificios, en la Capilla Sixtina o en Castengaldolfo. Es injusto el tratamiento que se le da a Benedicto, como queriendo resaltar a Francisco. Ciertamente son dos estilos, dos maneras de ser, pero no son dos iglesias, ni dos formas antagónicas del servicio petrino. De eso no hay que extrañarse. Así es siempre; los Papas son todos diferentes. Como son cuatro los evangelios, distintos entre sí, pero reflejan, cada cual en su estilo, el único Evangelio de Jesús. Marcos es mucho muy diferente a Juan, pero ambos siguen con fidelidad a Jesús. Entre éste y Juan Bautista, hay diferencias enormes en su manera de vivir, y los dos sirven al único Reino de Dios. El hecho, por ejemplo, de que Benedicto usara zapatillas, típicas en los pontífices de ese momento, y Francisco use zapatos comunes y corrientes, no descalifica a aquél y sobrevalora a éste, sino que son “usos y costumbres” de diferentes tiempos y lugares. No es lo mismo Italia o Alemania, que Argentina y en general América Latina. Los obispos y cardenales de Europa y los de nuestro Continente vivimos y trabajamos en forma distinta, nuestros estilos de relacionamiento con el pueblo son diferentes, pero somos una sola Iglesia, discípulos misioneros del único Jesucristo. A los latinoamericanos nos parece normal que Francisco viva de una forma más sencilla, porque así es nuestro estilo; pero algunos no le perdonan que haya roto protocolos que significan mucho en la práctica monárquica que aún prevale en algunas gentes de Europa. Son cosas secundarias. Lo esencial no cambia. Uno y otro pontífice aman profundamente a Jesucristo y a su Iglesia, cada quien a su manera y en su tiempo. Tuve varias oportunidades de tratar al cardenal Ratzinger, también ya siendo Papa, y doy testimonio de su sencillez y humildad, de su profundidad integral, de su trato amable y caballeroso, de su rectitud y responsabilidad eclesial. ¡Extraordinario! Fue el Papa que, en ese momento, necesitábamos. Y luego el regalo, para mí inesperado, de Francisco. ¡Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia! ¡Qué dichosos somos de tener estos egregios pontífices! Así como los anteriores. ¡Ni duda cabe! Leer: Movimiento y asombro, dos actitudes de un buen cristiano: Papa Francisco

PENSAR

Desde San Juan Pablo II hasta Francisco, hay un serio compromiso de renovar la forma de ejercer el papado. Ya lo había anticipado San Pablo VI: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio… De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta… Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí” (Ecclesiam suam, 3). En esa línea, dice Francisco: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (Ut unum sint, 95). Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral… Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32). Leer: Fiestas patronales

ACTUAR

Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia. Pidámosle que asista con sus dones a Benedicto y a Francisco, para que, junto con ellos, sigamos el proceso de renovación eclesial que se requiere, y así seamos fieles al camino y estilo de Jesús.   *Monseñor Felipe Arizmendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas y responsable de la Doctrina de la fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano. Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe. Este artículo se publicó originalmente en Zenit  

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Varias personas solicitaron mi opinión sobre la película Los dos Papas, y decidí verla. No soy crítico de cine, pero me pareció una buena realización, que toca temas de interés en forma atractiva. Sin embargo, a pesar de que, de entrada, dice que se basa en hechos reales, parece más una novela, llena de ficciones y suposiciones, que una relación histórica.

Toda la trama gira en torno a supuestas conversaciones que hubieran tenido el Papa Benedicto XVI y el cardenal Jorge Bergoglio, antes de que éste fuera elegido Sucesor de Pedro. No hay constancia de que eso haya sucedido en los apartamentos pontificios, en la Capilla Sixtina o en Castengaldolfo.

Es injusto el tratamiento que se le da a Benedicto, como queriendo resaltar a Francisco. Ciertamente son dos estilos, dos maneras de ser, pero no son dos iglesias, ni dos formas antagónicas del servicio petrino. De eso no hay que extrañarse. Así es siempre; los Papas son todos diferentes. Como son cuatro los evangelios, distintos entre sí, pero reflejan, cada cual en su estilo, el único Evangelio de Jesús. Marcos es mucho muy diferente a Juan, pero ambos siguen con fidelidad a Jesús. Entre éste y Juan Bautista, hay diferencias enormes en su manera de vivir, y los dos sirven al único Reino de Dios.

El hecho, por ejemplo, de que Benedicto usara zapatillas, típicas en los pontífices de ese momento, y Francisco use zapatos comunes y corrientes, no descalifica a aquél y sobrevalora a éste, sino que son “usos y costumbres” de diferentes tiempos y lugares. No es lo mismo Italia o Alemania, que Argentina y en general América Latina. Los obispos y cardenales de Europa y los de nuestro Continente vivimos y trabajamos en forma distinta, nuestros estilos de relacionamiento con el pueblo son diferentes, pero somos una sola Iglesia, discípulos misioneros del único Jesucristo.

A los latinoamericanos nos parece normal que Francisco viva de una forma más sencilla, porque así es nuestro estilo; pero algunos no le perdonan que haya roto protocolos que significan mucho en la práctica monárquica que aún prevale en algunas gentes de Europa. Son cosas secundarias. Lo esencial no cambia. Uno y otro pontífice aman profundamente a Jesucristo y a su Iglesia, cada quien a su manera y en su tiempo.

Tuve varias oportunidades de tratar al cardenal Ratzinger, también ya siendo Papa, y doy testimonio de su sencillez y humildad, de su profundidad integral, de su trato amable y caballeroso, de su rectitud y responsabilidad eclesial. ¡Extraordinario! Fue el Papa que, en ese momento, necesitábamos. Y luego el regalo, para mí inesperado, de Francisco. ¡Es el Espíritu Santo quien guía a su Iglesia! ¡Qué dichosos somos de tener estos egregios pontífices! Así como los anteriores. ¡Ni duda cabe!

Leer: Movimiento y asombro, dos actitudes de un buen cristiano: Papa Francisco

PENSAR

Desde San Juan Pablo II hasta Francisco, hay un serio compromiso de renovar la forma de ejercer el papado. Ya lo había anticipado San Pablo VI: “La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio… De esta iluminada y operante conciencia brota un espontáneo deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia -tal como Cristo la vio, la quiso y la amó como Esposa suya santa e inmaculada (cf. Ef 5,27)- y el rostro real que hoy la Iglesia presenta… Brota, por lo tanto, un anhelo generoso y casi impaciente de renovación, es decir, de enmienda de los defectos que denuncia y refleja la conciencia, a modo de examen interior, frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí” (Ecclesiam suam, 3).

En esa línea, dice Francisco: “Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva» (Ut unum sint, 95). Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral… Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera” (EG 32).

Leer: Fiestas patronales

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Es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia. Pidámosle que asista con sus dones a Benedicto y a Francisco, para que, junto con ellos, sigamos el proceso de renovación eclesial que se requiere, y así seamos fieles al camino y estilo de Jesús.

 

*Monseñor Felipe Arizmendi es Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas y responsable de la Doctrina de la fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Este artículo se publicó originalmente en Zenit