Teología del secreto

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COLUMNA

Columna invitada

Conservar o recuperar, desechar o descartar

Estamos atestiguando como hay muchos que ya no saben lo que son.

17 noviembre, 2023

A lo largo de nuestra vida vamos adquiriendo conocimientos, hábitos, costumbres, relaciones interpersonales, bienes materiales, y muchas otras cosas que poseemos, y que en algún momento nos preguntamos si son tan valiosas para conservarlas o, por el contrario, deberíamos desechar o cambiar. Es algo parecido a lo que hacemos con la casa donde vivimos. Vamos descubriendo que hay cosas que ya están viejas, que ya no sirven para lo que las tenemos o, simplemente, que podemos cambiarlas por algo mejor.

Cuando se trata de bienes materiales, siempre estamos tratando de contar con lo mejor, dentro de nuestras posibilidades; eso es bueno, siempre que nos centremos más en la utilidad que en la apariencia. Las cosas son bienes útiles, son medios y no fines, por lo que en la medida en que podamos desecharlas para cambiarlas por algo mejor, es totalmente válido hacerlo, sin embargo, hay otros bienes que no se desgastan con el tiempo porque valen por sí mismos y por lo tanto no son desechables.

Las personas, las que viven a nuestro rededor, no son como las cosas, no son medios, no valen por la utilidad que vemos en ellas. Las personas son, en sí mismas, fin y, por lo tanto, no son desechables. El Papa Francisco ha venido hablando de la cultura del descarte. Se refiere principalmente al hecho de que la sociedad actual ha cambiado la forma de valorarlo todo con una mediada diferente. Lo vemos muy claramente en el tema de los valores, por ejemplo. Recuerdo haber leído en un libro sobre educación de adolescentes una definición de los valores que decía lo siguiente: los valores son conductas que una cultura concreta considera buenas, por ejemplo, en algunos países de Latinoamérica, la honestidad se considera un valor.

Los valores humanos tienen su principio en el valor de la persona, de toda persona por ser parte de la especia humana, cuya característica más importante es la de ser espíritu corpóreo, es decir, no sólo es cuerpo, sino que por ser a la vez espíritu, es un ser racional y por lo tanto libre; de ahí que su conducta puede tener mayor o menor valor en la misma medida en que corresponde a su ser racional y al buen uso de su libertad.

En la actualidad, nos encontramos con que los valores humanos están siendo desechados como cosas de la antigüedad, que ya no valen para nuestro tiempo. Para empezar, vemos una contracultura que va progresivamente descartando a las personas. La muestra más clara de ello es el tema del aborto, de la eutanasia, el divorcio y hasta el suicidio, en el que ¡la persona decide descartarse! Tal parece que la persona humana se considera ahora un bien útil. “Ya no me sirves”, “tu presencia me incomoda”, “ya no te quiero”, “te voy a descartar y cambiar por algo, o alguien, mejor”.

Si estamos en una contracultura en la que las personas son descartables, particularmente en las relaciones más estrechas e íntimas como las que se dan en la familia, qué nos puede sorprender que los valores humanos se desechen hoy en día por otras formas de conducta que nacen precisamente de una confusión que no permite distinguir de forma objetiva entre el bien y el mal.

Nuestro tiempo está enfermo de subjetivismo y de relativismo. Si las cosas y las personas no son lo que son, sino lo que yo creo que son, mi conducta procederá de una ceguera intelectual y por lo tanto mi conducta será errática. Parece que hemos olvidado los primeros principios de todas las cosas. Por ejemplo, estamos atestiguando como hay muchos que ya no saben lo que son, porque afirman que son algo distinto de lo que realmente son. La negación de nuestra propia realidad, parte de un subjetivismo tan extremos, que hay quien se identifica con lo que no es, y esto supone estar fuera de la realidad de sí mismo. Este efecto del subjetivismo se da en diferentes niveles, hasta poder llegar a lo patológico.

La realidad es como es, y la persona humana por ser inteligente, se desarrolla en la medida en que se reconoce tal como es y conoce la realidad de todo lo que le rodea de forma objetiva, en esto consiste el conocimiento verdadero.

¿Qué es, entonces, lo que debemos valorar al grado de decidir conservarlo, pase lo que pase? En primer lugar, a todas y cada una de las personas humanas, porque todas valen en sí mismas y por sí mismas, comenzando por reconocer desde la biología, que el ser humano existe como tal desde el momento mismo en el que el espermatozoide penetra en el óvulo, fecundándolo.

Igualmente reconociendo el valor de todo ser humano independientemente de su raza, sexo, edad,
nacionalidad, nivel social o económico, condición de salud, etc.

Luego, reconociendo los verdaderos valores humanos que se agrupan en el bien actuar de las personas. Todos estos valores se basan en el valor de la persona y en su conducta. Creo que todos estaríamos de acuerdo en que lo más excelso que puede hacer un ser humano es amar y, desde esa capacidad maravillosa de la persona se derivan todos los demás valores humanos que tienen siempre relación con la medida en que esa persona actúa bien, por su propio bien y por el bien de todas las personas que ama en un grado o en otro.

Los valores humanos son esencialmente valores éticos, a los que yo llamaría valores morales, si no fuera porque hay una enfermedad social en la que la palabra “moral” produce una alergia incurable. Hay que rescatar los valores morales, hay que tratar de vivir los valores morales y hay que esforzarnos por educar a las nuevas generaciones, para que conozcan, aprecien y vivan los valores morales.

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