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COLUMNA

Columna invitada

Biblia y misión

El libro de los Hechos de los apóstoles es una obra que pone de manifiesto la misión realizada después de Jesús y el nacimiento de la primitiva Iglesia.

15 diciembre, 2022

Hablar de misión cristiana nos sumerge en la Palabra de Dios, pues solamente en ella podemos comprender y conocer todo lo que esta experiencia implica en nuestra identidad como discípulos y discípulas de Jesús. La Sagrada Escritura está penetrada totalmente de la dinámica misionera y es ahí donde, no solamente podemos conocer qué conlleva la misión, sino que somos impulsados a hacerla parte de nuestra vida de fe.

Las palabras “misión” y “misionero” están entre las más repetidas y consagradas en nuestro vocabulario evangélico. Se dice frecuentemente que “misión” significa llevar las buenas nuevas a otras culturas y naciones, en contraste con “la evangelización” entre quienes son de nuestra propia cultura y nación. Sin embargo, si buscamos los vocablos “misión” y “misionero” en nuestra concordancia, nos encontraremos una gran sorpresa: ¡ninguno de los dos términos son palabras bíblicas!. La única “misión” en toda la Biblia es la de Saúl, que consistía en matar a todos los amalecitas (1 Sam 15.18-20). Aparte de ese pasaje, ni “misión” ni “misionero” aparece en todas las Escrituras.

El lenguaje bíblico utiliza un verbo muy particular e importante: “enviar”, que expresa la tarea o actividad que debe realizar todo aquel que ha sido llamado por Dios y enviado por él. El judaísmo tardío llamaba al “enviado” como misionero, que en griego se traducía como “apóstoles”. La palabra “apóstol” significa “enviado”. En terminología estrictamente bíblica, deberíamos hablar del misionero como “enviado” y de la misión como “envío” o “apostolado”.

Con eso comenzaríamos a comprender que “la misión” es integral y mucho más amplia que aquello que hemos entendido como “misiones foráneas” o trans-culturales.

Antiguo Testamento y misión

En el Antiguo Testamento (AT) se usa el lenguaje de “envío” para la más grande variedad de tareas, excepto la única que actualmente solemos asociar con “misión”, es decir, la de ir a otras naciones a convertirles a la fe en Dios. En el Antiguo Testamento la comprensión de “misión” es impresionantemente amplia e integral. En otras palabras: los resultados de un estudio de los términos bíblicos para “misión” confirman y apoyan el argumento teológico en favor de un concepto de “misión integral.

El concepto de “misión” en ambos testamentos abarca cualquier tarea a la cual Dios nos ha enviado. El uso del verbo “enviar”, con Dios como sujeto, es amplísimo en el AT. Dios envía su Palabra (Is 55, 11; Sal 107, 20; 147, 15; Dn 10, 11) y su Espíritu (Sal 104, 30 cf Ez 37, 9s), doble “envío” que es el origen de toda misión. Toda la actividad política de José en Egipto fue una misión sagrada: “Para preservación de vida me envió Dios. Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación” (Gn 45, 5-7; cf 50.20). Dios envió a Moisés en una misión de liberar a los hebreos y forjar la nacionalidad unida de ellos (Ex 3, 10-15; 4, 13; 5, 22; 7, 16; Sal 105, 26).

Dios “envió” también diez plagas como las “misioneras” de su mano poderosa (Ex 8, 21; 9, 14; 15, 7 “enviaste tu ira”; Sal 105, 28; 78.49). Dios envió a los jueces a liberar al pueblo de sus opresores (Jue 6, 8.14; 1 Sm 12, 11). Dios envió también a los profetas a denunciar toda injusticia, dentro y fuera del pueblo escogido (Jer 1, 1-10; 7, 25) y a anunciar su reino venidero. Todos estos son los primeros “misioneros” de Dios, y todas esas tareas eran su “misión”.

Podría sorprendernos que, según los profetas, Dios envía también a tres figuras paganas de gran relieve político en la historia de Israel. Dios envía al asirio Senaquerib “contra una nación pérfida, el pueblo de mi ira” (Israel Is 10, 6s), al babilonio Nabucodonosor (Jr 25, 9; 27, 6; 43, 10; (“mi siervo”) y al persa Ciro (Is 43, 14; 48, 14s: “mi pastor” 44, 28; “su ungido” 45, 1). Estos también son “enviados de Dios”, una especie de “misioneros al revés” desde las naciones paganas hacia Israel para su castigo o su liberación. Hacia finales del AT, Dios revela que enviará a su “misionero por excelencia”, el siervo sufriente (Is 42, 6; 49, 5).

Jesús y la misión

Jesús es el enviado, el “misionero” del Padre. En su gran proclama misionera recogerá lo que el profeta Isaías expresó con firmeza: “El espíritu del Señor me acompaña, porque me ha ungido Yahvé. Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación y a los reclusos la libertad; a pregonar el año de gracia de Yahvé y un día de venganza de nuestro Dios, para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, perfume de fiesta en vez de duelo, alabanza en vez de espíritu abatido. Se les llamará robles de justicia, plantío de Yahvé para gloria suya” (Is 61, 1-3; cfr. Lc 4, 16ss).

El bello lenguaje del pasaje nos dibuja el perfil amplísimo de una verdadera misión bíblicamente integral. De hecho, con esta promesa mesiánica Dios comienza a revelar también que su Ungido será el Salvador para todas las naciones: Te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas (Is 42, 7; cf 49, 6s; 51, 4; 60, 3) Nuevamente, la misión es integral y dirigida al mismo pueblo de Dios (“por pacto al pueblo”).

En el Nuevo Testamento, a lo largo de los 27 libros que lo conforman, podemos encontrar relatos que nos exponen de manera clara la experiencia misionera. En los evangelios Jesús se presenta como el enviado del Padre para cumplir una misión. El mismo Jesús elegirá al grupo de los Doce para que estos continúen la misión que él ha comenzado (Mt 4, 18-22; Mc 1, 16-20; Lc 5, 1-11). Son ellos los que seguirán proclamando la buena nueva del Reino, reino que tiene como centro a Cristo Resucitado.

El libro de los Hechos de los apóstoles es una obra que pone de manifiesto la misión realizada después de Jesús y el nacimiento de la primitiva Iglesia (Cfr. Hch 2, 1-13). Pablo se convertirá en el gran misionero, el apóstol de los gentiles que llevará el evangelio de Jesús hasta los últimos rincones de la tierra, cumpliendo así lo que Jesús había pedido cuando envió sus apóstoles a predicar el evangelio por todo el mundo (cfr. Mt 28, 18-20; Jn 20, 19-23). ¡Ay de mí si no evangelizo! Expresa Pablo, convencido de la misión que debía realizar (1 Cor 9, 16).

El evangelio de Mateo nos ofrece una bella y profunda síntesis de la misión que Jesús realizó: “Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la buena nueva del reino y sanando las enfermedades y dolencias de la gente” (Mt 4, 23; 9, 35). Desde esta perspectiva del evangelio mateano, Jesús “recorre”, “enseña” y “sana”. Son tres acciones que ponen de manifiesto de una manera clara la misión que Jesús realizó. Tres acciones que hoy se presentan a nosotros coma acciones que estamos llamados a realizar. Hay tanto por recorrer, tanto por enseñar, tanto por sanar.

Escrito por: P. Ulises Morales Contreras, cjm
Docente de Teología de la Universidad Intercontinental (UIC) y director de la revista de teología:
Voces. Diálogo misionero contemporáneo