Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
Hay estudiantes que durante la clase tienen el libro abierto, la mirada puesta en el profesor, y parece que le están poniendo mucha atención, pero en realidad no se enteran de nada porque están pensando en otra cosa; se la pasan, como decimos en México, ‘papando moscas’.
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Luego, como no oyeron la explicación del maestro, no entienden lo que viene en el libro, y cuando llega el examen se limitan a memorizar lo necesario para aprobarlo y al día siguiente ¡olvidarlo!
No hay cosa más frustrante para un maestro que dar clases a alumnos a los que no les interesa aprender.
Por el contrario, algo que pone feliz a quienes se dedican a la docencia, es encontrarse un día con antiguos alumnos que les dicen: ‘hice lo que Ud nos enseñó’, o ‘recordé lo que Ud nos decía, ¡me sirvió de mucho su experiencia!’.
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Con motivo de que festejamos el ‘día del maestro’, haremos bien en recordar que contamos con un Maestro y dos Maestras que nos han estado dando, toda nuestra vida, su valiosísima enseñanza, y haremos todavía mejor en preguntarnos si la estamos aprovechando o si ‘por un oído nos entra y por otro nos sale…’
Me refiero a Jesús, a María y a la Iglesia.
Jesús no sólo es nuestro Señor y Salvador, Aquel que nos creó y con quien esperamos poder pasar la vida eterna. Es también nuestro Maestro. Los Evangelios mencionan una y otra vez que una parte fundamental de lo que Jesús realizaba era enseñar (ver por ej: Mt 4, 23; Mc 2,13; Lc 13,22; Jn 7, 14). La gente se apretujaba para escucharlo, se asombraba de la autoridad de Su doctrina, se olvidaba hasta de comer.
Jesús no sólo vino a acompañarnos solidariamente y a rescatarnos del pecado y de la muerte, vino a enseñarnos muchas cosas, vino a enseñarnos a amar, a vivir amando. ¿Qué lecciones le hemos aprendido?
Detente un momento a reflexionar: ¿Respecto a qué actitudes concretas en tu vida puedes decir: ‘esto lo aprendí de Jesús’? ¿Tal vez la compasión?, ¿el perdón incondicional?, ¿la humildad?, ¿la misericordia?, ¿valorar y ayudar a los más necesitados?, ¿la mansedumbre?, ¿llamar Padre a Dios y confiarle lo que querrías, pero abandonarte completamente a Su voluntad con la seguridad de que será mejor que se cumpla Su voluntad y no la Tuya? ¿Ponerte confiada y enteramente en Sus manos?
María, no sólo es Madre de Jesús y Madre nuestra, es también nuestra Maestra. Los Evangelios registran muy poquitas palabras de Ella, pero de grandísima sabiduría!
Reflexiona un momento: ¿En qué situaciones has dicho: ‘voy a responder como le aprendí a María?’ ¿Qué le has aprendido? ¿Tal vez a abrirte enteramente, sin trabas, a la gracia divina? ¿A decirle sí al Señor y sostener ese ‘sí’ cueste lo que cueste? ¿A ponerte enteramente a la disposición de Dios? ¿A hacer en todo lo que su Hijo te diga? ¿A mantener la esperanza y la serenidad aun en la peor adversidad?
La Iglesia no es solamente la asamblea de hijos adoptivos del Padre convocados y reunidos por Él. No es solamente la Institución que Cristo fundó y que sostiene el Espíritu Santo. No es solamente el lugar al que acudimos a recibir los Sacramentos, el templo a donde asistimos a Misa cada domingo (o mejor aun, diario). La Iglesia es también nuestra Maestra.
Toma un momento y pregúntate: ¿Qué le has aprendido a la Iglesia?, ¿en que situaciones tus reacciones han mostrado lo que te ha enseñado? ¿Por ejemplo a interpretar correctamente la Palabra de Dios? ¿A alabar y a dar gracias al Señor? ¿A pedirle perdón? ¿A interceder por otros? ¿A considerar a los demás tus hermanos? ¿A ejercer de manera concreta la caridad y atender a los más necesitados de manera gratuita y generosa? ¿A acercarte al Señor, contemplarlo, comulgarlo, tener y mantener con Él una relación personal y amorosa? ¿A edificar el Reino de Dios en el mundo? ¿A difundir y defender valientemente y aun a contracorriente la Verdad? ¿A encaminarte hacia la santidad?
Ojalá podamos dar a nuestro Maestro y Maestras la mayor alegría: ver que seguimos Sus enseñanzas, no sólo el ‘día del maestro’, sino ¡toda nuestra vida!