Esta pregunta fue planteada por dos personas: un cristiano no católico, que quería saber por qué elevamos a María a la categoría de Reina, si eso no viene en la Biblia, y una catequista que reflexionaba en que debido a que María es muy humilde, sin duda la incomodamos considerándola Reina. A cada uno cabe dar una respuesta:
En primer lugar hay que recordar que ese principio de que ‘sólo hay que creer lo que está escrito en la Biblia’, ¡no está escrito en la Biblia!, así que solito se anula. También conviene tomar en cuenta que al inicio del cristianismo, los Apóstoles evangelizaron de viva voz, pues todavía no se escribían los Evangelios. Aceptar sólo lo escrito es perderse la gran riqueza de la Tradición y enseñanzas de la Iglesia. El propio Pablo pidió que ambas fueran tomadas en cuenta (ver 2Tes 2,15).
Hay quien teme que por honrar a María no honremos a Jesús, pero no es así. Cuanto la Iglesia enseña sobre María, nos ayuda a comprender y valorar más a Jesús. En este caso, saber que honramos a María como Reina nos mueve a cuestionar por qué, y la respuesta nos remite a Jesús: porque Jesús es Rey. Cuando Pilato le preguntó: “¿Tú eres rey?”, Él respondió: “Sí, tú lo has dicho. Soy Rey.” (Jn 18, 37).
Aquí tal vez alguien se pregunte: ‘¿qué tiene eso que ver con María?, ¿qué no una reina es la esposa del rey?’ a lo que cabe contestar: no necesariamente. Tomemos el caso de Salomón, hijo de David. Dice la Biblia que este rey “tuvo setecientas mujeres con rango de princesas y trescientas concubinas” (1Re 11, 3). ¿Cuál de todas era la reina? ¡Ninguna! La reina era Betsabé, la madre de Salomón. A ella acudían los súbditos a pedirle que intercediera por ellos ante el rey. El libro de los Reyes hay un episodio significativo que narra cómo reaccionó Salomón cuando su madre fue a verlo: “Se levantó el rey, fue a su encuentro y se postró ante ella, y se sentó después en su trono; pusieron un trono para la madre del rey y ella se sentó a su diestra. Ella dijo: ‘Tengo que hacerte una pequeña petición, no me la niegues.’ Dijo el rey: ‘Pide, madre mía, porque no te la negaré.’…” (1Re 2, 19-20).
En el caso de María, como es Madre del Rey, la honramos como a la Reina Madre. Y podemos estar seguros de que con su intercesión sucede como con lo que acabamos de leer. Jesús accede a sus ruegos. Decía san Juan Bosco: “Cuando María ruega, todo se obtiene, nada se niega.”
Por último cabe mencionar también que en la Biblia sí aparece María como Reina. En el libro del Apocalipsis se habla de una Mujer con una corona de doce estrellas sobre su cabeza, que da a luz al Hijo varón que está destinado a gobernar a todas las naciones (ver Ap 12, 1-5). Los llamados ‘Padres de la Iglesia’, hombres santos y sabios de los primeros siglos del cristianismo, han interpretado que dicha Mujer representa a María.
En respuesta a la inquietud de la catequista, viene a la mente que santa Teresa decía que ‘humildad es verdad’. Es decir, la humildad no consiste en negarnos a reconocer lo bueno que tenemos, sino en reconocer que lo hemos recibido de Dios, sin mérito nuestro. También consiste en anteponer la voluntad de Dios a la nuestra. Así que si es voluntad Suya otorgarnos algo, lo aceptamos y lo agradecemos.
María, la más humilde de todas las creaturas, pasó de esclava del Señor a Reina del Cielo porque así lo quiso Aquel de quien Ella misma anunció, que “enaltece a los humildes” (Lc 1, 52). Y como fue voluntad de su Señor, Ella lo aceptó con paz y gozo.
Y no usa su poder para gloriarse, sino para interceder por nosotros. Ella, a la que la Letanía Lauretana llama Reina de los Ángeles, los envía a protegernos y asistirnos. Ella, Reina de la familia, interviene para mantenerla siempre unida. Ella, Reina de la paz, ruega para librarnos del rencor y el temor. Ella, Reina de todos los Santos, busca ayudarnos a alcanzar la santidad, para que podamos pasar en su compañía, la de su Hijo el Rey y la de toda la corte celestial, la eternidad.
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