Juegos Olímpicos espirituales: 10 formas de participar y ganar el Cielo
Podemos volvernos atletas de la fe y participar en la mejor Olimpiada de nuestra vida, la que tiene como premio el Cielo.
Es escritora católica y creadora del sitio web Ediciones 72, colaboradora de Desde La Fe por más de 25 años.
Hay Juegos Olímpicos cada 4 años y compiten muchos atletas pero pocos ganan. Tú en cambio puedes no sólo participar, sino ganar la Olimpiada que tiene el mejor premio: ¡el Cielo!
Cabe aclarar que la salvación es un don inmerecido que nos dio Jesús al morir en la cruz, no la ganamos por nosotros mismos, pero como es un regalo, debemos aceptarlo, lo cual implica vivir como Jesús desea que vivamos.
Él dijo que no todo el que le diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino, sino el que cumpla la voluntad de Su Padre (ver Mt 7, 21). Así que no hay que sentarse a esperar la salvación, hay que encaminarse hacia ella (ver Mt 7, 13-14; Flp 2, 12). No basta saber cuál es la meta, hay que alcanzarla. Aquí entra la propuesta de volvernos atletas de la fe y participar en la mejor Olimpiada de nuestra vida. Sólo hemos de imitar, en sentido espiritual, a los atletas deportivos. Veamos:
1. Dedicar tiempo a entrenar
Así como los atletas entrenan diario, varias horas, no nos conformemos con dedicar a Dios sólo un ratito el domingo en Misa. Nunca la agarraremos el modo ni el gusto a leer la Palabra, platicar con Jesús (por ejemplo ir a visitarlo en el Sagrario), rezar el Rosario, si no lo hacemos seguido, de preferencia diario. Los atletas nunca dicen: ‘no tengo tiempo’, se dan el tiempo para practicar. Pidamos al Señor que nos ayude a hallar el momento ideal cada día para afianzar nuestra relación personal con Él.
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2. Esforzarse
Así como los atletas entrenan aunque se cansen y sacrifiquen tiempo libre y diversiones, porque consideran que bien vale la pena, hemos de esforzarnos en cumplir la voluntad de Dios. No siempre es fácil, puede implicar renunciar a ciertos gustitos que nos damos, a ciertos hábitos o relaciones; puede implicar hacer algo que no nos guste como ayudar en algo o tratar con amabilidad a quien nos cae mal. Aunque nos cueste, no desistamos, perseveremos.
3. Nutrirse bien
Así como los atletas sólo comen lo que nutre, rechazan lo que engorda y les hace sentir pesados, pues baja su rendimiento aunque sea rico, y refuerzan su alimentación con suplementos de vitaminas, minerales, proteínas, cuidemos lo que nos entra por los ojos y por los oídos, porque puede intoxicar nuestra mente, nuestro espíritu.
Hoy en día abundan los programas, series, películas, mensajes y videos que promueven como normal lo inmoral. No les demos cabida. En lugar de eso nutramos nuestra alma con buenas lecturas, aprovechemos la extraordinaria variedad y sabiduría que nos ofrece la Iglesia, por ejemplo leyendo los escritos y vidas de los santos, el Catecismo, el Misalito mensual; acudamos a charlas y retiros católicos, aprovechemos los cursos bíblicos (como los gratuitos que ofrezco en Ediciones 72).
4. Rechazar lo perjudicial
Los atletas evitan lo que puede perjudicarlos, en 3 niveles:
- Hábitos que en sí no son malos, como irse varios días a pasear, pero afectan su rendimiento porque dejan de entrenar.
- Hábitos que perjudican su salud (como fumar).
- Prácticas que pueden provocar su expulsión de la Olimpiada (como doparse).
También nosotros hemos de evitar lo que nos perjudica en tres niveles:
- Aquello que aunque en sí no sea malo, nos quite tiempo que podríamos dedicar a Dios (como pasar horas chateando).
- Las faltas leves (pecados veniales) que en sí no son graves, pero desagradan a Dios y afectan nuestra relación con Él.
- Las faltas graves (pecados mortales), que rompen nuestra amistad con Dios y nos ponen en el grave riesgo de perder la salvación.
5. Pedir y aceptar ayuda
Para los atletas es muy importante contar con 3 clases de ayuda:
- El apoyo de un buen entrenador, que no los regañe y desanime, sino los comprenda, corrija y estimule a dar lo mejor de sí.
- Los ‘tips’ y buenos consejos de sus compañeros de equipo, que practican su mismo deporte y tienen experiencia.
- Tener como modelo a atletas famosos, para sentirse inspirados a imitarlos.
Para nosotros también es muy importante contar con 3 clases de ayuda:
- Un director espiritual o confesor que nos conozca y nos ayude a superar aquello en lo que solemos caer.
- Los consejos y oraciones de familiares y amigos que compartan nuestra fe.
- Los santos, que, a diferencia de los atletas famosos, no solamente son para nosotros un gran ejemplo a seguir, sino que nos ayudan con su amorosa y poderosa intercesión.
6. Mejorar rendimiento
Así como los atletas (por ejemplo los corredores y nadadores) buscan a toda costa bajar sus ‘tiempos’, mejorar sus ‘récords’, nosotros también hemos de empeñarnos en reducir nuestros ‘tiempos’, por ejemplo, el tiempo que tardamos en hacer lo que Dios nos pide, el tiempo que tardamos en reaccionar y ayudar a quien lo necesita; el tiempo que nos toma perdonar las ofensas…
7. Afinar detalles
Así como los atletas que buscan la excelencia, ponen atención a detalles, por pequeños que parezcan (por ejemplo en clavados, en gimnasia rítmica, algo tan sencillo como cuánto se abrieron los brazos, o si se puso en punta el pie, puede subir o bajar puntos), también hemos de procurar ir afinando cada vez más los detalles: por ejemplo, tal vez dimos ayuda, pero de mala gana; la próxima vez que sea con una sonrisa; tal vez hicimos oración, pero distraídamente, la siguiente vez hagámoslo con devoción.
8. Saber descansar
Así como los atletas saben descansar para permitir que sus músculos se recuperen y estén en forma para seguir entrenando y competir, también nosotros necesitamos retomar la costumbre de descansar el domingo, santificarlo, dedicarlo a Dios, ir a Misa, reflexionar las Lecturas en familia, realizar obras de misericordia, que sea un día distinto, que nos permita cargar pilas espiritualmente para emprender con brío la semana.
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9. Disfrutarlo
Así como los atletas practican su deporte porque lo disfrutan, no sólo porque quieran triunfar, disfrutemos intensamente nuestra fe. No pensemos que en este mundo estamos llamados a sufrir y que ya gozaremos si llegamos al Cielo. El Cielo se empieza a vivir aquí abajo, en la felicidad que nos da vivir en amistad con Jesús, bajo la ternura maternal de María, en amistad con todos los santos, y aprovechando la riqueza extraordinaria de los Sacramentos y de todo lo que nos ofrece la Iglesia.
10. Llegar a la meta
Los atletas prueban su entrenamiento en la Olimpiada. Nosotros en la vida. Si nos sirve para crecer en caridad, humildad, capacidad de servicio, de perdón, de entrega, ganaremos mucho más que una medalla: podremos decir, como san Pablo: “he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo Juez me premiará…y no sólo a mí, sino a todos los que esperan con amor Su gloriosa venida.” (2Tim 4, 7-8).