En la rara ocasión en que uso un GPS (no confío en esos chunches desde que uno me pedía dar vuelta, pero iba yo en el ¡segundo piso!), me da risa la frase que dice al final: ‘Haz llegado a tu destino’. Y aunque no oye, le digo: ‘No. Mi destino, espero, sea el Cielo, ahorita nomás llegué a mi casa.’
Reflexionaba sobre la Cuaresma y pensé que tal vez la usamos como ese GPS para ir de ida y de vuelta. Emprendemos el camino cuaresmal contando los días para llegar a nuestro ‘destino’, volver al mismo lugar del que salimos y retomar con renovado brío, aquello de lo que nos privamos. Ni avanzamos ni crecimos.
Eso no significa que las privaciones no tengan sentido, nos ayudan a fortalecer la voluntad, lo cual es muy útil en nuestra lucha contra las tentaciones, pero tiene que haber algo más.
Llevamos recorrida apenas la cuarta parte del camino cuaresmal, estamos todavía a buena hora de preguntarnos qué podemos hacer con relación a las prácticas que nos propone la Iglesia: la oración, la limosna y el ayuno, que pueda realmente aumentar nuestra fe, esperanza y cariad; fortalecer nuestra relación personal con el Señor, amoldar más nuestra voluntad a la Suya haciendo algo que sabemos le agrada o dejando de hacer algo que le desagrada, aunque nos cueste. Y que estas semanas que lo practiquemos nos acostumbremos tanto a hacerlo, que en Pascua no queramos volver al punto del que partimos, ni ser los mismos que éramos al inicio de la Cuaresma, sino lo incorporemos a nuestro modo de vivir. Eso sí que nos ayudaría a crecer y a avanzar en ese camino, al final del cual queremos un día escuchar a Dios decir: ‘haz llegado a tu destino’.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe
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