Ángelus dominical: Los castigos divinos no existen
Le aplaudo a cada ateo honesto cuando afirme que no existe castigo divino alguno.
EN OCASIONES TENGO la impresión de coincidir en varios puntos con los ateos, o al menos con algunas consecuencias lógicas de su negación fundamental, pues si su afirmación central es que Dios no existe, una derivada elemental sería: los castigos divinos no existen…
QUIERO CERRAR EN TRES las principales razones de un defecto humano muy añejo, que de una u otra manera se manifiesta en las culturas más sencillas como en las más complejas; el defecto es que solemos darle a Dios un rostro castigador y vengativo, un corazón duro, una voz de trueno y hasta oídos sordos; y las tres razones que están a la raíz de tal defecto parecerían gemelas en una misma persona: la ignorancia, la impotencia, y la indigencia…
EL CIENTÍFICO AUTÉNTICO, el investigador decente, el maestro honesto, el teólogo humilde, el filósofo sencillo, el comunicador veraz, el publicista franco (-¿existen tales personas?, -¡si!), y hasta el campesino experimentado o el ama de casa graduada en practicidad, antes o después aceptan que, no obstante su profesionalismo y amplio conocimiento, siempre será mucho más lo que ignoran que lo que saben (y ni falta hace decir que si alguno se aferra a su ignorancia o terquedad, podrá decir que “tiene otros datos”)…
EL ATLETA INTEGRAL, el obrero hábil, el artista ducho, el payaso serio, el mecánico formal, el albañil atrevido, y hasta el repostero más sofisticado, saben que llega el momento en que deben decir con sencillez: no puedo, no se puede, o ya no es posible; sólo los malos merolicos y los peores políticos osan ir al colmo de la temeridad y mostrar lo imposible o lo indebido como fácil y mejor…
EL RICO SENSATO, el empresario prudente, el conquistador respetuoso, el juez justo, el productor generoso, el filántropo sincero, y hasta el abarrotero más generoso, siempre deberán reconocer que están necesitados de algo (¡o de mucho!) que es más y mejor de lo que pueden dar…
LOS TRES PÁRRAFOS previos basten para constatar la ignorancia, la impotencia y la indigencia que forman parte de nuestra genética existencial; y precisamente porque somos así como somos, nuestro añejo defecto sale a relucir antes o después, de un modo o de otro, y llegamos a afirmaciones que nos parecen la puritita verdad, y son más que neta mentira: “te va a castigar Diosito”, “¡es que Dios a mí no me oye!”, “no tienes perdón de Dios”, y así por el estilo…
SIN DARLE VUELTAS al asunto te propongo pensar lo siguiente: si en verdad Dios castigara ¿quién quedaría vivo?, si Dios actuara como juez humano ¿en qué cárceles divinas cabrían tantos sentenciados?, si Dios hablara con relámpagos y centellas ¿no tendría que ser el universo entero una tormenta infinita?, si Dios tuviera el corazón duro ¿de dónde carambas salió una madre tan tierna y cariñosa como la tuya o la mía?…
TENGO POR CIERTO y seguro que en una tal conferencia internacional de ateos de pura cepa, probos e íntegros en su intención, que tuviese como tema central demostrar la inexistencia del Creador, Padre, Rey y Señor, Redentor y Santificador de la humanidad, en tal conferencia Dios mismo estaría sentado en la butaca delantera para enterarse lo que dicen de Él, también andaría tras bambalinas viendo que nada falte, y hasta en la cabina de luces y sonido para que todo funcionara a la perfección…
HAY UNA CLASE de personas que luego me provocan risa -forzada- o me mueven a compasión -obligada-: tales personas blanden la Biblia con la habilidad de un sarraceno y descuidando la sencillez y profundidad de su mensaje, se aferran a entenderla al pie de la letra y acaban tomando la palabra con las patas…
EN LAS DOS SEMANAS que hoy comienzan (antes de iniciar el Adviento), en la Santa Misa estaremos escuchando lecturas que tienen el bellísimo apellido de “apocalípticas”, y que no tienen otra intención más auténtica y profunda que seguir manifestando la misericordia, la providencia, la magnanimidad, la santidad, la supremacía, la omnipotencia de Dios; ¡ah!, pero como solemos escucharlas desde nuestra ignorancia, nuestra impotencia y nuestra indigencia, nos suenan a mera destrucción y castigo, a venganza y desquite divinos…
CON EL CORAZÓN le aplaudo a cada ateo honesto cuando afirme que no existe castigo divino alguno, y ojalá pueda descubrir que un aplauso salido del corazón humano es como una palmada afectuosa que Dios nos ofrece cuando más necesitamos; y no te pongas celoso -amable lector- que también para ti hay un aplauso cordial (¡del corazón!) si es que andas achicopalado, entristecido, cabizbajo o alicaído, si te hicieron pasar una muina o si sientes que no te calienta ni el sol…
PIDO UNA DISCULPA por los errores “de dedo” del domingo anterior, pues por la prisa de irme al cine no hice la corrección final; la tal película de Santa Juana de Arco hay que verla “con pincitas” ya que no es cine comercial ni nada convencional, puedo decir que es un filme poético y metahistórico, y entonces habrá que verlo hasta dos veces; ¡ah!, también disculparán si hoy estuve un tanto filosófico, pero eso de andar en ayunas repercute luego en lo que uno escribe…
El padre Eduardo Lozano es sacerdote de la Arquidiócesis Primada de México.
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