Esta iglesia salva de la violencia a los niños de La Merced
En medio de la vendimia de La Merced, la parroquia de Santo Tomás Apóstol ayuda a los niños para alejarse de la violencia.
Escondida en medio del caos vehicular y de la vendimia del barrio de La Merced, se erige la Iglesia de Santo Tomás Apóstol “La Palma”, que, aunque fue construida en el siglo XVII, aún conserva su compromiso con la gente, en especial con los niños.
Para el presbítero Victoriano Martínez Navarro, párroco del templo que se ubica en Misioneros #12, es todo un reto llevar la Palabra de Dios a las calles. Por un lado, la iglesia no cuenta con grupos parroquiales, pues la población es flotante, ya que se compone de comerciantes, y el territorio parroquial abarca 16 mercados.
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“Aquí encuentras mucha gente trabajadora, que literal, lo hace de sol a sol; no obstante, también hay mucha delincuencia, prostitución, drogadicción, etc. Sobre todo, la iglesia es visitada por personas que vienen a comprar, aquí se vive un desarraigo muy fuerte con la Iglesia y es uno de nuestros grandes retos”.
El padre Martínez asegura que han logrado acercarse un poco a la población. “A ellos no les gusta que les hable de Dios, no obstante, se han acercado más desde que abrimos la Capilla del Santísimo, ahí podemos verlos orando por horas”.
La realidad de los niños de La Merced
En La Merced es común encontrar a grupos de niños jugando en las banquetas, caminando solos entre los puestos, y otros tantos haciendo travesuras en el atrio de la parroquia de Santo Tomás.
“Debido a que el espacio del atrio es grande, hay muchos niños que lo usan para correr, gritar y pasar el tiempo. Me fui acercando poco a poco a ellos, pues su comportamiento era bastante agresivo y tenían un lenguaje muy florido para su corta edad”.
“Un día, uno de esos chiquillos estaba pateando el portón de la iglesia. Me llamó la atención la furia con la que lo hacía, le pregunté: ¿por qué pateas la puerta? Y me contestó con una sarta de improperios que me enchinaron la piel; me dio tristeza y le pregunté ‘¿quién te habla de esa manera tan fea?’, lo desarmé y me contestó: ‘mi papá’”.
Ese momento fue un parteaguas para el padre Victoriano, quien a partir de ahí comenzó a planear la forma de ayudar a cambiar el ambiente de violencia en el que se desarrollaban los pequeños del barrio.
Una causa común
“En una de mis caminatas por el barrio me encontré haciendo labor social con unos estudiantes de la Facultad de Psicología Social de la UNAM. Me acerqué a ellos para plantear el trabajo con los niños. Al principio estaban reticentes”.
Sin embargo -comenta- aceptaron, y a partir de ahí, todos los miércoles de 17:00 a 19:00 horas, en la iglesia tienen dinámicas lúdicas para los niños para tener relaciones humanas más respetuosas y aprender a vivir en un ambiente libre de violencia.
“Este proyecto ha sido exitoso, pues es necesario que los niños tengan límites, pero no que se impongan a través de los golpes. Se ha notado el cambio de los niños: ya se forman, atienden las instrucciones y sus mismos padres se han dado cuenta de ello, e incluso, ellos me han dado los materiales para este taller. Ha sido una respuesta muy positiva”.
Para acercarse a la comunidad, el padre Victoriano ha hecho alianzas con grupos que hacen labor comunitaria, además realizan diversos talleres de manualidades, artísticos, así como de prevención de la violencia.
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