La sanación del matrimonio comienza cuando cada uno se mira con compasión, se perdona y entrega su proceso a Dios. Foto: Especial
La infidelidad no solo hiere el vínculo matrimonial, también puede dejar una profunda fractura en el corazón de quien la sufre. A nivel emocional, genera sentimientos de traición, humillación, abandono, enojo, y muchas veces, pérdida del sentido de identidad. ¿Cómo se restaura un corazón así? ¿Es posible volver a confiar, amar… y vivir con plenitud?
Según Claudia Ortiz Hernández y José Luis Salazar Reyes, expertos en acompañamiento espiritual y matrimonial y fundadores del ministerio católico laico Jesús Salvando Matrimonios y Familias, la sanación tras una infidelidad es posible, pero no es un proceso automático ni sencillo. Requiere verdad, tiempo, perdón y una apertura sincera a la acción transformadora de Dios en la vida personal y matrimonial.
Así lo vivió Claudia, quien enfrentó una dolorosa infidelidad por parte de su esposo y, lejos de destruirse, experimentó una transformación profunda. “Dios no solo restauró mi matrimonio. Me restauró a mí. Me dio un corazón nuevo y me levantó cuando ya no tenía fuerzas”.
El primer paso es aceptar el dolor sin negarlo ni disfrazarlo. Sentirse devastado, con rabia o incluso en shock es natural. Negar lo que se siente solo retrasa el proceso de sanación. Reconocer que algo se rompió es el inicio de una reconstrucción.
No se trata de buscar una solución inmediata ni de reprimir las emociones para “parecer fuerte”, sino de atravesar ese valle oscuro con la certeza de que no se está solo.
En muchas ocasiones, las personas intentan llenar el vacío con distracciones, con trabajo, nuevas relaciones o evasiones que solo silencian temporalmente el sufrimiento. Sin embargo, cuando el dolor se enfrenta con sinceridad y se presenta ante Dios tal como es, con todas sus lágrimas, gritos y silencios, comienza a transformarse.
“Dios no nos pide que le mostremos solo nuestra fe, sino también nuestras heridas”, dice Claudia. Solo cuando se reconoce y se entrega ese dolor, puede comenzar una verdadera reconstrucción.
La infidelidad, aunque es una decisión del otro, suele sacar a la luz heridas emocionales y espirituales que estaban latentes y que deben ser atendidas para que la sanación sea auténtica. A veces se trata de inseguridades no resueltas, dependencia afectiva, miedo al abandono o vacíos existenciales que, sin querer, se habían depositado sobre la pareja como si esta fuera la fuente última de seguridad o plenitud.
Sanar no significa justificar el agravio ni minimizar su impacto. Al contrario, implica reconocer con honestidad lo que duele, identificar las raíces más profundas del sufrimiento y trabajar en la propia reconstrucción interior. Como explican Claudia y José Luis, aferrarse al resentimiento puede convertirse en una trampa silenciosa que impide avanzar y que, poco a poco, transforma el dolor en identidad: la persona se define por lo que le hicieron, en lugar de por lo que es en Dios.
Este proceso de introspección requiere valentía. Es mirar al corazón sin máscaras para descubrir qué necesita ser restaurado: la autoestima, la dignidad, la libertad afectiva, la confianza rota. Y, sobre todo, dejarse encontrar por la gracia de Dios, que no solo consuela, sino que renueva desde dentro.
Mirar hacia adentro, con humildad y fe, permite no solo sanar lo herido, sino también crecer, aprender y reconciliarse consigo mismo, con Dios y con la historia vivida. El dolor deja entonces de ser una condena y se convierte en una oportunidad de redención.
El perdón no surge de forma espontánea ni es un acto voluntarista. Es un proceso profundo y exigente que comienza en lo más íntimo del ser. No se trata de justificar lo que sucedió ni de actuar como si nada hubiera pasado, sino de tomar la decisión consciente de no cargar con el veneno del rencor. El perdón es, ante todo, un acto de libertad interior.
Los expertos en acompañamiento espiritual coinciden en que, antes de extender el perdón al otro, es esencial perdonarse a uno mismo: por lo que se permitió, por lo que se omitió, por lo que no se vio venir. Luego, se puede comenzar a orar por el cónyuge, incluso si éste no muestra arrepentimiento. Finalmente, y solo con la fuerza de la gracia, se llega a la etapa más difícil pero también más sanadora como orar y perdonar a la tercera persona implicada.
Claudia Ortiz Hernández reconoce que este camino no se recorre de golpe. “Cuando empecé a orar por mi esposo, él todavía vivía con la otra persona. No podía pedir mucho; solo que Dios lo mirara. Con el tiempo, mi corazón dejó de odiar. El perdón vino antes que la reconciliación”.
Perdonar no borra el pasado, pero transforma su peso. Como explican Claudia y José Luis, no se trata de decir que lo ocurrido estuvo bien, sino de soltar la carga del deseo de venganza o castigo. Esa decisión, tomada cada día ante Dios, abre el alma a la posibilidad de una restauración que humanamente parece imposible, pero que con Dios todo lo puede.
Numerosos testimonios de sanación emocional coinciden en un punto en que la presencia de Dios en el proceso marca la diferencia. La oración, los sacramentos, la lectura de la Palabra y el acompañamiento espiritual abren el corazón a la gracia.
Claudia, hoy madre de familia y líder de un ministerio internacional, afirma que su sanación fue un milagro, pero no mágico. Fue un proceso, pues “Me rendí completamente a Dios. Cada día le pedía que me devolviera la dignidad, que me mostrara quién era yo para Él”.
No obstante, asegura Claudia, caminar en soledad puede hacer más difícil el proceso. Existen ministerios, comunidades parroquiales y grupos de oración que ofrecen apoyo y orientación espiritual y emocional a personas que atraviesan estas heridas. Compartir la experiencia con otros que han pasado por lo mismo fortalece, consuela y anima a no rendirse.
Este ministerio, fundado hace más de 16 años, cuenta con más de 4,700 programas en su canal de YouTube, y grupos activos en WhatsApp y Telegram con miles de personas en 90 regiones de varios países. Su misión ha crecido para apoyar no solo a matrimonios en crisis, sino también a mujeres abandonadas, esposos con atracción al mismo sexo, hijos que interceden por sus padres, y víctimas de violencia.
El ministerio Jesús Salvando Matrimonios y Familias colabora con la Pastoral Familiar de la Arquidiócesis Primada de México y es acompañado por los obispos Mons. Gustavo Rodríguez y Mons. Alfonso Miranda.
Puedes contactarlos en:
Facebook: @jsmyfinternacional
Instagram: @jsmyf_internacional
Twitter: @jsmyf
YouTube: Jesús Salvando Matrimonios y Familias
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