Muchas personas se preguntan qué es la Pascual. La Pascua es el culmen de la Historia de la Salvación.
El acontecimiento pascual consiste en todo aquello que hizo Jesús para salvarnos en cumplimiento de todas las promesas de Dios, y que comprende su pasión, sepultura y Resurrección, juntamente con su ascensión y la venida del Espíritu Santo.
Sí, recordamos eso, pero no lo hacemos como si sólo nos acordáramos de algo que ya pasó, al mismo tiempo que lo recordamos, el Señor hace que suceda para nosotros. A esto se le llama “celebrar”, es decir, realizamos en el tiempo, en nuestro tiempo, aquello mismo que sucedió en Jerusalén hace 2000 años.
También, además de recordar y celebrar, hacemos anuncio de la plena realización del acontecimiento pascual, es decir, anunciamos la plenitud de toda la creación cuando Cristo venga por segunda vez a liberarnos definitivamente del pecado y de la muerte y nos haga gozar de la vida eterna.
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Ordinariamente a la palabra “celebrar” le damos el significado de fiesta, de festejo. Sin embargo, la palabra “celebrar” debemos entenderla como “realizar”, como “hacer”, así, por ejemplo, cuando decimos “celebramos una junta” no entendemos que “festejamos una junta”, sino que “hicimos una junta”.
De esta manera, cuando decimos “celebramos la Pascua” no decimos exactamente que festejamos la Pascua, sino que “hicimos la Pascua”, y eso es lo hermoso de nuestra fe, porque nosotros los cristianos, además de recordar los acontecimientos pascuales y de mirarlos como el inicio de la gloria futura, también los hacemos en el tiempo, suceden para nosotros aquí y ahora cada vez que celebramos la Eucaristía y que, de manera especial, los realizamos en los días del Triduo Pascual.
Cuando celebramos las fiestas pascuales debemos estar conscientes de que esos acontecimientos que sucedieron hace veinte siglos, gracias a la Liturgia, se actualizan para nosotros, es decir, suceden para nosotros en nuestro tiempo.
Pero, ¿cómo es que suceden para nosotros los mismos acontecimientos de hace dos mil años, si lo que vemos son ritos y ceremonias en la Iglesia? Las maneras como los acontecimientos pascuales suceden para nosotros no son iguales que como fueron en Jerusalén hace veinte siglos, hoy se presentan a nosotros a través del lenguaje de la Liturgia, a través de los ritos, los signos y demás componentes de las celebraciones sagradas.
Por eso, al estar presente en la celebración de los sacramentos y de las fiestas del año litúrgico, el cristiano está consciente de que, aunque está en el siglo XXI y a miles de kilómetros de distancia de Tierra Santa, gracias a la Liturgia, esos mismos acontecimientos suceden aquí y ahora, y participa plenamente de ellos con la misma belleza y grandeza de estos.
Una vez que ya entendimos qué significa “celebrar la Pascua”, ¿cómo celebramos la Pascua?
El sacrosanto Triduo Pascual es la celebración anual de los acontecimientos pascuales a través de los diversos ritos litúrgicos, los cuales van acompañados de los actos de la piedad cristiana, y que centran nuestra mente y nuestro corazón en los sucesos que nos han dado la salvación.
Los acontecimientos pascuales son: la pasión, la sepultura y la resurrección del Señor, tiempo después y según el curso de los acontecimientos históricos, todo llegará a cabal cumplimiento con la Ascensión del Señor a los cielos y la venida del Espíritu Santo.
En principio podríamos decir que sí, aunque hay que dividir la Semana Santa en dos para comprenderla mejor. Del Domingo de Ramos hasta el Jueves Santo en el día (aproximadamente hasta las 6 de la tarde) es la recta final de la Cuaresma.
Así que esos días debemos redoblar el camino que hemos hecho durante la Cuaresma, como hacen los corredores de un maratón, que en la recta final de la carrera es cuando meten toda su energía y todo su esfuerzo para llegar a la meta.
La segunda parte es propiamente el Triduo Pascual: el Viernes Santo, el Sábado Santo y el Domingo de Pascua.
Entonces, ¿cómo entender el Domingo de Ramos? ¿Cuál es su lugar en la Semana Santo y cuál es su relación con el Triduo Pascual? El Domingo de la Semana Santa tiene tres significados:
1) Es el sexto Domingo de Cuaresma, forma parte de la recta final de la Cuaresma y es el primer día de la Semana Santa.
2) Propiamente se llama “Domingo de la Pasión del Señor” porque en este domingo se celebra privilegiadamente la Pasión de Jesús; por eso en la Eucaristía del Domingo de Ramos se proclama con toda solemnidad la Pasión del Señor en la versión del evangelio sinóptico que toca en el ciclo de lecturas correspondiente (ciclo A, san Mateo; ciclo B, san Marcos; ciclo C, san Lucas).
Este Domingo celebra aquello que vamos a realizar el Viernes y el Sábado Santos junto con lo que celebramos cada domingo, la Pascua del Señor. Como es precepto divino santificar las fiestas (así lo manda el tercer mandamiento de la ley den Dios), en un Domingo, día de precepto, celebramos la Pasión de Jesús junto con su Resurrección.
3) Con respecto al Triduo Pascual y siguiendo el curso de los acontecimientos históricos según los cuales Jesús entró triunfalmente a Jerusalén en el domingo precedente a su Pasión, este domingo también se llama “de Ramos”, pues se conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén.
Emulando aquel suceso, la procesión de entrada de la Misa se solemniza con una procesión en la que se agitan ramos bendecidos aclamando la llegada del mesías prometido, nuestro redentor, como lo aclama el salmo 117: “Bendito el que viene en nombre del Señor”.
La comunidad se reúne en un punto distinto a la Iglesia donde ha de celebrarse la Eucaristía. Allí se hace la proclamación del Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, y luego el sacerdote, después de bendecir los ramos de palmas o hierbas, inicia la procesión hasta el templo. Allí se desarrolla la Eucaristía de manera habitual con la particularidad de que en el Evangelio se proclamará solemnemente la Pasión del Señor.
Es una muy piadosa costumbre del pueblo de Dios el conservar la palma bendita en casa. Conviene recordar que una palma bendita no es un objeto de superstición, es decir, no se conserva en casa para repeler las malas vibras o la mal suerte, menos para esperar una protección especial o la venida de la buena fortuna.
Si con esa palma aclamamos a Cristo como nuestro salvador y rey, conservar la palma bendita debe llevarnos a recordar la primacía de Dios sobre todo, rendirle el culto que le es debido y someternos con filial obediencia a su palabra redentora. Al siguiente año y una vez que la palma o el ramo se ha secado, se lleva a la parroquia para que con ella se prepare la ceniza con la que se iniciará la Cuaresma.
Ya dijimos que estos primeros días de la Semana Santa son la recta final de la Cuaresma, así que estos días nos permiten cerrar el sagrado tiempo cuaresmal con especiales obras de penitencia y caridad e intensificar la oración.
Hace algunos años, las familias solían hacer silencio en casa, es decir, apagar la radio y la televisión (y hoy agregaríamos el internet) para ir creando el ambiente de recogimiento con que hemos de celebrar el Triduo Pascual.
Por una tradición muy antigua, el Jueves Santo no se permite la celebración de la Misa sin asistencia del pueblo y, en realidad sólo tiene lugar una Misa llamada “Misa Crismal”.
La palabra “crismal” viene de Crisma, y el Crisma es el óleo perfumado que se utiliza en los ritos litúrgicos como signo de consagración.
En esta Misa el Obispo de cada diócesis se reúne con sus sacerdotes, diáconos y la mayor cantidad posible de miembros laicos de la iglesia diocesana para agradecer el don del sacerdocio en la Iglesia, esta Misa debe celebrase en la Catedral o, por causas graves, en un lugar más idóneo.
Podría decirse que en la Misa Crismal celebramos el don del sacerdocio ministerial y por eso los sacerdotes ese día renuevan las promesas de su ordenación.
También en esta Misa, como ya señalamos, se consagra el Santo Crisma que se usa en el Bautismo, la Confirmación y la Ordenación de los Obispos y Presbíteros, y se bendicen los otros dos óleos, el de los enfermos que se utiliza en el sacramento de la Unción de los Enfermos, y el de los Catecúmenos que se utiliza en los ritos previos al Bautismo.
No, aunque parezca apenas un detalle lo que voy a explicar a continuación, es algo que no debemos perder de vista. El sacerdocio ministerial es el don de Cristo a su Iglesia para que a través de él se prolongue en el tiempo su misión de enseñar, santificar y pastorear a su pueblo.
Es cierto que este don se otorga a una persona concreta, que es cada sacerdote, sin embargo, no se recibe como un don personal o un privilegio, es el regalo de Jesús a su Iglesia, a cada uno de sus miembros.
Lo que celebramos en la Misa Crismal es el regalo del sacerdocio a la Iglesia que se actualiza en cada presbítero y especialmente en el Obispo Diocesano, así que, en una fiesta el regalo es para el festejado, en este caso, el festejado es el pueblo de Dios que recibe el regalo del sacerdocio.
Por tanto, más celebrar a los sacerdotes, celebramos al pueblo de Dios que es bendecido con el sacerdocio de Cristo para su salvación.
Hay muchos días en el año para celebrar a los sacerdotes (el día de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote, el día del Cura de Ars, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús), pero el Jueves Santo no es para hacer fiesta a los sacerdotes, es el día de hacer fiesta por la gracia del ministerio sacerdotal en favor del pueblo cristiano que recibe ese don de Jesús.
El Jueves Santo por la tarde es la introducción al Triduo Pascual. En la última cena, el Señor instituye la santísima Eucaristía, que es el sacramento que va a realizar, para cada hombre y para cada tiempo, los sucesos que acontecerán el viernes, el sábado y el domingo siguientes.
Exactamente, lo llamamos así porque en la Eucaristía vespertina del Jueves Santo, como en aquella noche en que Jesús se reunió con sus discípulos en la intimidad de la cena (que sería la última antes de padecer), la comunidad cristiana se reúne para recordar el momento en que Jesús instituye la Eucaristía y donde además nos manda a vivir la Eucaristía en todos los acontecimientos de nuestra vida por la vivencia del servicio, rostro vivo del amor para con nuestro prójimo.
La Misa comienza de manera habitual hasta la homilía, luego el sacerdote despojado de la casulla, se ciñe una toalla y lava los pies a doce personas de la comunidad, recordando así lo hecho por Jesús en la última cena y con lo cual nos manda a amar a nuestros hermanos sirviéndoles en aquellas cosas que les son necesarias, incluso en las que parecen humillantes a los ojos de mundo pero que son muy valiosas ante Dios.
Luego del “lavatorio de los pies”, prosigue la Eucaristía con la liturgia eucarística en donde se consagran las hostias para la comunión de esta misma Misa y para el Viernes Santo en que no habrá Misa. Luego de la oración de “después de la comunión”, el sacerdote lleva en una sobria pero solemne procesión al Santísimo Sacramento hasta la urna donde va a depositarse para que los fieles se acerquen a rezar.
En todas las Misas, cuando se ha terminado de comulgar, las hostias consagradas que quedan se reservan en el sagrario, las cuales son llevadas con mucha devoción hasta el sagrario donde habitualmente se conservan. Estas hostias consagradas, que son la presencia real y verdadera de Jesús nuestro Señor, no son sobrantes, es la sagrada comunión que se ha de llevar después a los enfermos.
Esto sucede en cada Misa, pero en el Misa del Jueves Santo en que recordamos la institución de la santísima Eucaristía, el traslado habitual del Señor Sacramentado lo hacemos de una forma más solemne, por lo que no es estrictamente una procesión, sino un traslado solemne, repito, lo que hacemos en cada Misa, solo que en esta de manera especial. Y lo llevamos a un lugar especialmente adornado para manifestar con ello que el Señor está allí siempre presente. Antiguamente a este altar se le llamaba “monumento”.
El hecho de que se prepare un lugar especial responde a que pueda estar en un lugar distinto al templo o en un lugar diferente al presbiterio, porque el presbiterio y el altar deben quedar despojados de todo adorno y aire festivo para las celebraciones del Viernes Santo, y también para facilitar un ambiente propicio para la visita que muchos fieles harán al Santísimo Sacramento durante la noche del mismo jueves.
Es un acto de la piedad popular cristiana en la que los feligreses van a visitar siete iglesias donde está la reserva eucarística o “monumento” para adorar la presencia sacramental de nuestro Señor Jesucristo.
El visitar “siete casas” quiere ser un acompañamiento de los cristianos a Jesús que, luego de ser aprehendido en el monte de los Olivos, fue llevado a siete lugares donde recibió vejaciones y golpes y donde fue objeto de falsedades y difamaciones por nuestra salvación a manos de las autoridades judías y romanas. En algunos lugares suele colocarse una imagen de Jesús que está preso, como estaría en aquella noche del Jueves Santo.
El Viernes Santo se titula “de la Pasión del Señor”. La Pasión de Jesús consiste en todos los tormentos a los que fue sujeto, desde los injustos juicios y todos los golpes y vejaciones, pasando por la corona de espinas y el desprecio del pueblo cuando fue presentado junto al delincuente Barrabás y luego, por la condena a muerte, el camino con la cruz a cuestas y la crucifixión que lo llevó a la muerte.
La celebración litúrgica central –por lo mismo la más importante que no debemos perder– es la solemne acción litúrgica de la Muerte del Señor. Esta celebración no es una Misa, pues hoy no se celebra la Eucaristía. Esta celebración sobria y llena de muchos significados, se divide en tres partes:
1) Liturgia de la Palabra. El sacerdote llega al pie del presbiterio mientras el pueblo lo espera de pie. Una vez que llega se postra en el suelo, como signo de la total sumisión al Padre Dios con que Cristo realizó la obra salvadora. Luego rompe el silencio con una breve plegaria, la cual da lugar a la lectura de la Palabra de Dios, cuyo corazón será la solemne proclamación de la Pasión del Señor según san Juan. Como siempre el sacerdote hace la Homilía. La Liturgia de la Palabra concluye, como es habitual, con la Oración Universal, que en esta celebración tiene un carácter especial, pues precisamente por los hombres murió Cristo, y él es el mediador que presenta las necesidades de sus hermanos al Padre. Las preces de esta celebración tienen un esquema muy peculiar y solemne.
2) Adoración de la Cruz. La segunda parte de esta celebración consiste en adorar la Cruz. Lo primero que hay que decir es que cuando se dice “Cruz” no nos referimos sólo a los dos maderos cruzados, sino al crucificado, por lo que debemos entender por “Cruz” a un crucifijo. Hay muchos que dicen que la Cruz que se ha de adorar no debe tener la imagen de Cristo, esto nunca ha sido la tradición de la Iglesia, pues siempre ha adorado el signo de Cristo crucificado y eso es lo que se entiende por Cruz. Lo que adoramos no es entonces la sola Cruz, sino el signo de nuestra salvación: a Cristo crucificado, precisamente por eso esta celebración se llama “de la Muerte del Señor” y adoramos el signo de la muerte del Jesús, a Él que pende de la Cruz, y por eso también respondemos cantando al invitatorio: “vengan y adorémoslo”. El sacerdote presenta al crucificado a la asamblea por tres veces y luego todos pasan a adorarlo con un beso.
3) Sagrada Comunión. Como dice la canción “no podemos caminar con hambre bajo el sol”, así que el Viernes Santo en que hemos acompañado a Cristo en su pasión, no podemos caminar sin el alimento que es Él mismo. Terminada la Adoración de la Cruz se lleva al altar la reserva eucarística, y una vez que se ha rezado con el Padre Nuestro, se distribuye la Sagrada Comunión. La celebración termina con una oración de bendición y el sacerdote y todos se retiran en silencio.
Hay varios, pero los más representativos son:
1) El Viacrucis. Consiste en la meditación de 14 estaciones o paradas donde paso a paso se va meditando en el camino de la Cruz, desde la condena a muerte por parte de Poncio Pilatos, hasta la sepultura de Jesús.
2) El Sermón de las Siete Palabras. Recogiendo los diversos testimonios de los Evangelios, el Señor habló siete veces mientras estaba crucificado. Cada una de las siete frases que Jesús dijo, son objeto de una meditación. Este sermón llegó a ser tan solemne que varios compositores de renombre han musicalizado las siete palabras y han creado obras maravillosas que aún podemos gustar en muchas catedrales y parroquias.
3) El Rosario del Pésame. La Santísima Virgen María acompañó de modo especial a su Hijo sufriente, por eso, luego de la sepultura de Cristo, la Iglesia acompaña a María en su dolor. Lo hace especialmente con un Rosario y, a veces con un Sermón, para centrar la atención de los creyentes en el dolor de la Madre que ha perdido cruentamente a su Hijo amado.
4) Procesión del Silencio, la cual consiste en llevar la imagen de Jesús muerto o también llamada popularmente “santo entierro”, en total silencio. Suele hacerse de noche y con antorchas encendidas. Es un gesto hermoso que ayuda a entender que el Viernes Santo no es un día de luto, sino de silencio orante y contemplativo.
Aunque se puede entender muy bien que significa que “la Iglesia esté de luto”, no es una expresión muy adecuada, pues en sentido estricto no estamos de luto, no lloramos la muerte de Jesús con la desesperación y la tristeza de quien no cree, no, nosotros contemplamos la muerte de Jesús mirando en ello el acto del amor más grande por nosotros, contemplamos la victoria del bien sobre el mal, del amor contra el egoísmo, de la generosidad contra la apatía y el individualismo.
Hoy no lloramos por el que murió, lloramos por los que lo mataron, es decir, por nosotros pecadores que sacrificamos a un inocente para tener vida. No estamos de luto, estamos en recogimiento y contemplación de la grandeza del amor del Padre manifestada en la entrega de su Hijo amado, el cual al mismo tiempo nos ha dado la lección magisterial sobre lo que es el verdadero amor.
A diferencia del ayuno del Miércoles de Ceniza que tiene carácter penitencial, el ayuno del Viernes Santo se llama “pascual” y su sentido es acompañar a Cristo sufriente, es solidarizarnos con el que está sufriendo por nosotros, una manera de unirnos a su pasión. Según la normativa de la Iglesia, este ayuno es obligatorio.
Es el segundo día del Triduo Pascual y se le denomina “de la Sepultura del Señor”. En este día hay silencio total, por eso no hay una celebración litúrgica especial, salvo la Liturgia de la Horas.
Precisamente la segunda lectura del Oficio de Lecturas nos presenta una hermosísima consideración de lo que significa el Sábado Santo, el día en que Cristo duerme entre los muertos, el día en que baja al lugar de lo muertos a encontrarse con todos los que en el Antiguo Testamento esperaron la llegada del Redentor, el primero de todos, Adán nuestro padre.
El Sábado Santo no es obligatorio el ayuno, sin embargo, es recomendable. También este día suele acompañarse con actos de piedad en torno a María, la madre de la Esperanza, la mujer que espera el cumplimiento total de la salvación, la resurrección del Mesías su Hijo.
Existe un acto de piedad hermoso que se llama “Via Matris” o camino de la madre, y consiste en meditar las mismas estaciones del Viacrucis, pero considerándolo todo desde la perspectiva de María.
El Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor es el tercer día del Triduo Pascual. La celebración de este día comienza con la gran vigilia, llamada propiamente Vigilia Pascual, que es la manera en que los cristianos, con lámparas encendidas y a la escucha de la palabra de Dios, aguardan la resurrección de su Señor.
La celebración de la “madre de todas las vigilias” consta de 4 partes:
En esta primera parte se bendice el fuego nuevo, que luego se traspasa al Cirio Pascual. El Cirio Pascual es la imagen viva de Cristo resucitado, el cual irrumpe en la oscuridad de la noche con su luz santísima. Cristo resucitado aparece a los apóstoles mostrándoles los “agujeros” que le hicieron a su cuerpo los clavos y la lanza en el costado, con los cuales fue asesinado, de esta manera les hace ver que es él, el crucificado que ahora vive.
Esto se representa con los cinco granos de incienso que se incrustan en el cirio. Se dibujan en el Cirio los signos del Señorío de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. El Cirio es introducido en el templo y poco a poco se va traspasando su luz a las velas que traen los asistentes, así queda iluminado el templo y cuando el diácono o el sacerdote eleva el cirio en el presbiterio y por tercera vez exclama “Cristo luz el mundo”, se encienden las luces del templo. Así se significa que Cristo ha vencido a las tinieblas de la muerte. El Lucernario termina con el canto del Pregón Pascual, que es el anuncio de las fiestas pascuales.
En esta ocasión la liturgia de la palabra es extensa, pues con los diversos textos se hace un recorrido de todo lo que Cristo ha cumplido y consumado con su entrega en la Cruz. Luego de las primeras 7 lecturas con su respectivo salmo, se entona el himno del Gloria que marca el fin del Antiguo Testamento y el inicio del Nuevo, el cual se abre con la lectura de una de las cartas de san Pablo.
Luego viene el gran momento, el instante en el cual aparece Cristo resucitado anunciándonos su resurrección con el Evangelio, pero antes, y como signo de gran alegría, la asamblea entona el canto de la alegría, el Aleluya, el cual se omitió por completo desde el Miércoles de Ceniza. La Liturgia de la Palabra termina con la Homilía.
Nuestra participación en el Misterio Pascual de Cristo se da en el día de nuestro Bautismo, por eso esta noche la renovación de la gracia salvadora de ese día, ocupa en la Vigilia Pascual un puesto central. Antes de la renovación del Bautismo, la comunidad acoge a los catecúmenos en el seno de la comunidad otorgándoles los sacramentos de la Iniciación Cristiana, así, luego de que los catecúmenos son bautizados y confirmados, todos renuevan el don del santo Bautismo con la renovación de las promesas bautismales y la aspersión del agua bendita.
La parte más importante de esta Vigilia es la Liturgia Pascual de la Eucaristía, momento culmen de la celebración. En cuanto a sus ritos no se diferencia de la Liturgia Eucarística de toda Misa, sin embargo ,en esta ocasión adquiere un significado especial por ser la primera de la Pascua que se ha renovado.
No, ahí empieza todo, se abre un gran domingo que durará 50 días como si fuera un solo, porque la alegría y la gracia que desbordan de la Resurrección del Señor no caben en un día de 24 horas, es más, no cabe en ningún día, pero la Iglesia significa este grande gozo en la cincuentena pascual.
Las normas litúrgicas prescriben que la Misa del Domingo de Pascua se celebre con la máxima solemnidad. En cuanto a los ritos se refiere, no hay nada distinto a las demás misas, salvo la Secuencia, que es un bello canto que tiene lugar antes del Aleluya.
La solemnidad no se refiere tanto a las cosas exteriores, sino a que los cristianos, luego de 40 días de penitencia y oración, llegan al gran día en que se alegran por el triunfo de su Señor, así que esta alegría debe prolongarse durante todo el tiempo pascual.
No, desafortunadamente no existen actos de la piedad cristiana que acompañen este día. Conviene que en cada comunidad se exprese la creatividad para promover actividades y momentos de oración festiva que subrayen la importancia de este día y de los demás días de la Pascua.
Aquí tenemos una grande deuda, pues si durante la Cuaresma se hicieron tantas actividades para prepararnos a la Pascua, no puede ser que llegando a ella pase como si nada, porque esto es signo o de que no comprendemos lo que es la Pascua del Señor, o menos captamos que hemos sido renovados por Cristo y vivimos en la libertad de los hijos de Dios.
La preparación interior es lo primero, por eso hemos vivido la Cuaresma. La celebración del sacramento de la Reconciliación es la mejor manera de disponernos a celebrar la Pascua. Hay que procurar que todos los domingos de Pascua en los que participamos de la Eucaristía, nos vistamos de la manera más festiva posible, que se nos note exteriormente la alegría interna.
Conviene promover en casa primero, y luego en la parroquia y entre los grupos parroquiales, reuniones festivas en las que se pueda intercambiar la alegría. Que las horas santas se caractericen por su alegría y vivacidad, que su tono sea siempre el de la alabanza.
Hay que procurar también que el templo parroquial esté adornado durante los días de Pascua, pues si para Navidad adornamos tan bonito, en Pascua los adornos navideños deben ser superados.
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Como ya dijimos, dura cincuenta días, desde el Domingo de la Resurrección hasta el día de Pentecostés.
El acontecimiento de la Pascua llega a su plenitud cuando el Hijo de Dios, revestido de nuestra carne humana y habiendo dado su vida por nosotros, vuelve a la presencia del Padre quien lo sienta a su derecha y lo constituye Señor de todo lo creado.
Así que, como dice el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuarenta días después de la Resurrección se celebra la fiesta de la Ascensión del Señor, aunque, por su importancia y dado que muchos fieles no pueden ir a la Iglesia entre semana, el siguiente domingo al jueves sexto de Pascua, se celebra la Ascensión.
La otra celebración, la cual lleva a su culmen el acontecimiento pascual, es la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Este día el Señor cumple su promesa del envío de Espíritu Santo y así da a la Iglesia toda la potestad de actuar en su nombre y realizar su proyecto salvador: anunciar a todos los hombres la Buena Nueva y hacerlos partícipes de la salvación por el Bautismo.
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