El agua bendita es un sacramental que nos recuerda el Bautismo, la gracia y el perdón de los pecados.
Esta agua se puede encontrar a la entrada de los templos y a la salida de las sacristías, había siempre una pila de agua bendita en donde uno, al entrar o al salir, mojaba un dedo y trazaba con él una cruz sobre la frente diciendo: “Que esta agua bendita sea para mí salud y vida” ¡Y ya!
No es necesario bañarse en ella ni bañar a nuestros niños; basta trazar esa cruz, signo de Jesús que salva.
La liturgia señala que, sobre todo en Pascua, antes de la Misa se asperja (se riegue) al pueblo con agua bendita para recordar nuestro Bautismo.
También en Pascua se acostumbra que el sacerdote acuda a los hogares cristianos a bendecir la casa y a rociarla con agua para recordar la gracia del Bautismo.
Nos pide la liturgia que, al bendecir solemnemente algún objeto, se rocíe con agua bendita y se inciense para significar la dignidad del objeto consagrado a Dios.
Acostumbramos también rociar nuestros hogares para pedir a Dios su protección contra el maligno, “que anda como león rugiente buscando a quien devorar.” (Primera carta de San Pedro, 5, 8)
Es costumbre en las familias cristianas tener un benditero, normalmente junto a la cama, para imponernos agua bendita antes de acostarnos y al levantarnos.
También se pide en los templos en donde los sacerdotes tienen la obligación de darla gratuitamente.
A veces se ofrece “agua de San Ignacio” o de otros santos; es lo mismo, sólo que el sacerdote al bendecirla usa una formula especial en la que se invoca la protección de tal o cual santo.
Es muy fácil desviar una devoción legítima y convertirla en un acto de superstición que ofende a Dios.
Se abusa cuando se cree que es necesario literalmente bañarse en ella para sentirse bendecido o purificado, y cuando se exige que se use el agua y no se entiende que la bendición es en sí la oración del sacerdote acompañada del signo de la cruz.
Los brujos suelen pedir “agua bendita de siete iglesias de santos varones” y tiene que ser, precisamente de templos dedicados a la memoria de algún santo hombre, no se vale si es de alguna santa o de la Virgen. Esto es brujería pura y, además, sería digno de risa si no fuera trágico por la tontería de la gente.
Venderla, bajo cualquier concepto, es un pecado llamado “simonía” y desgraciadamente algunos sacerdotes caen en este pecado con la excusa de la pobreza de sus templos. Toca a los fieles evitar caer en este abuso pensando que es mejor la de un templo que la de otros.
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