¿”Pentecostés” y “pentecostal” significan lo mismo?
Pentecostés es el envío del Espíritu Santo y origen de la Iglesia; no es lo mismo que el movimiento pentecostal.
Las Fiestas Pascuales concluyen con la solemne fiesta de Pentecostés, la promesa cumplida de Jesús al subir glorioso al Padre, su Ascensión: “les conviene que me vaya para que les envíe al Paráclito, al Espíritu Santo”. Jesús después de su Resurrección se les estuvo apareciendo a sus apóstoles y discípulos durante cuarenta días, hasta su Ascensión al cielo y, a los cincuenta días les envió a su Espíritu Santo.
Jesús les mandó a sus apóstoles que permanecieran juntos hasta que recibieran al Espíritu Santo, para que con sus dones salieran luego a anunciar el Reino de Dios a todos los hombres, de todos los pueblos y naciones; diríamos les daba los medios para anunciar con valentía el Reino de Dios inaugurado con su Pascua, su pasión”, muerte y resurrección. El Espíritu Santo que envió a su Iglesia les guiaría y ayudaría para cumplir con su misión: que todos los hombres conozcan a Dios, para que creyendo puedan salvarse.
Una distinción que conlleva la Solemne fiesta de Pentecostés se expresa en las Iglesias del mundo con bellas y emotivas Vigilias, donde llenos de alegría imploramos a Cristo nuestro redentor que nos envíe sus dones y carismas, por medio de su Espíritu, Señor y dador de todos los dones y carismas.
A su vez, Pentecostés es el envío y el nacimiento de la Iglesia; bajo la luz y guía del Espíritu Santo que pone palabras y acciones concretas en sus discípulos para anunciar el verdadero Reino de Dios, para anunciar con valentía y confianza palabras inspiradas por el Espíritu que se nos ha dado y que todos hemos recibido en el Bautismo.
Pentecostés es algo permanente que no queda en una fecha, esta celebración es un continuo recuerdo de que el Espíritu nos guía y sostiene a su Iglesia.
Pentecostés nos lleva a recordar, descubrir y valorar la diversidad de dones y carismas que hay y que demos alentar a lo largo de nuestra vida para un continuo servicio. Todo don y carisma son para ponerlo al servicio del cuerpo de Cristo, la Iglesia. La gran diversidad es lo que genera y expresa la riqueza de la Iglesia, todos reconociendo y poniendo al servicio de los otros lo mejor, y sobre todo, la comunión del cuerpo de Cristo (San Pablo, la teología del cuerpo). Todos los carismas son dignos e igualmente necesarios para la comunión del cuerpo, la Iglesia peregrina.
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En torno a la festividad de Pentecostés ponemos muchas veces el acento en la diversidad de dones, sobretodo en el gran signo de Pentecostés con las lenguas de fuego, en que todos hablaban en diversas lenguas y la gran cantidad de carismas que suscita el Espíritu del resucitado. Por eso escuchamos de algunas Iglesias cristianas donde enfatizan mucho los carismas surgidos de pentecostés.
Las Iglesias que se autodenominan pentecostales o las denominamos así nosotros por el acento puesto más en el Espíritu Santo que en Cristo. Pentecostal es un nombre que se impusieron o se les puso, centrados en Pentecostés, diríamos consecuencia, pero no lo mismo. A veces el pentecostal deja “medio fuera” a Jesús el Hijo de Dios que nos redimió y se enfocan más en los dones suscitados por el Espíritu Santo. Con tristeza muchas iglesias pentecostales se quedan en la experiencia de dones y, algunas veces, los que menos sirven; un extremo que lleva más a lo personal e individualista que a la comunión y al servicio.
Cabe resaltar y aclarar bien la presencia iluminadora del Espíritu divino y no solo los “efectos” extraordinarios de ciertos carismas. Ya al Apóstol San Pablo le tocó corregir abusos de ciertos carismas “si no sirven y no se entienden, que se resguarden y se callen”. Mención especial es que las Iglesias Pentecostales son muy alegres y llenos de cantos, en referencia al Espíritu que nos llena de alegría. Cuidado con los abusos y malas interpretaciones, que no son del Espíritu Santo, que se disfrazan de buenos.
Pentecostés y pentecostal, NO es lo mismo. Uno es la causa y el otro el efecto.