Consciente de la condición humana propia y de los hermanos, en ocasiones, el alma tocada por el Espíritu, experimenta una profunda contrición, un profundo dolor, que lleva a vivir “el don de las lágrimas”. La gracia de Dios descubre el estado del alma y, ésta reconociendo la finitud propia y/o comunitaria, comienza a llorar amargamente, entre otras cosas, por la falta de fidelidad personal y/o de los hermanos.
En el caso de Nuestro Salvador, encontramos su llanto sobre la cerrazón de los hermanos en Jerusalén: (Lucas 19, 41-44). San Francisco llora amargamente en la plaza de Asís porque Jesucristo no es amado. En este contexto, existen hermanos que pueden pasar por esta gracia del Espíritu y poder llamarle con los limites adecuados “don de las lagrimas”
Existen personas que tienen la capacidad de experimentar un profundo dolor espiritual que se manifiesta a través del llanto, especialmente en el momento de manifestar su arrepentimiento por los pecados que cometieron, derivados de una serie de situaciones negativas en las que incurrieron, a fin de obtener el perdón de Dios y a la que se le conoce como “el don de las lágrimas”, ¿pero qué es esta Gracia?
“El don de las lágrimas” es considerado un regalo de Dios que permite a los fieles lamentar sus faltas o las de los hermanos y reconocer nuestra imperfección ante la grandeza divina. Podemos ser testigos de esta intervención de la gracia dentro del Sacramento de la Reconciliación, aseguró Fray Cándido Olguín Ibarra, asesor del Movimiento de Renovación Carismática de la Arquidiócesis Primada de México y Vice asesor nacional de dicho Movimiento.
En entrevista con Desde la fe, Fray Cándido Olguín Ibarra indicó que en esencia “el don de las lágrimas” es la expresión de la propia finitud o de la finitud de los hermanos delante de Dios; se trata de la manifestación de la limitación manifestada en el pecado y la fragilidad delante de Dios y de la comunidad.
El “don de las lágrimas”, en palabras de Fray Cándido, es un don auténtico que nos lleva a una profunda contrición y arrepentimiento ante la presencia de Dios. Por medio de esta intervención de Dios, se puede romper con la soberbia que existe en el corazón y en el alma de quien lo obtiene, al reconocer su finitud y fragilidad delante de Dios y de la misma comunidad.
“Al reconocer su fragilidad delante de Dios y de la comunidad, en el caso del pecador, con sus lágrimas, está edificando a la comunidad por medio de su humildad y de su conciencia de pecador”, subrayó Fray Cándido luego de recalcar que todo don y carisma han de edificar a la comunidad y el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
“Tomando en cuenta esta gran verdad manifestada en el magisterio de la Iglesia, el hermano que pasa por esta intervención de la gracia divina, al reconocer su finitud, su pequeñez, su pecado, delante de Dios y de la comunidad, se convierte en un signo de la intervención de la Gracia de Dios; es decir, Dios le está tocando, Dios le está tomando, Dios le está corrigiendo, Dios le está manifestando su misericordia y su guía”, aseveró.
Sabiendo que todo es gracia de Dios, el “don de las lágrimas” se puede solicitar a Dios a través de la oración, pidiendo la gracia de entender la gravedad del pecado y el deseo de un arrepentimiento sincero. Debido a ello, la humildad y la apertura al Espíritu Santo son esenciales para poder recibir este don.
En este sentido, Fray Cándido Olguín mencionó “cinco humildes consejos” que nos pueden ayudar como itinerario en la suplica de este don.
“No hay una única dirección, una única guía, porque finalmente es una gracia de Dios, entonces por ende hay que suplicarla, por lo que estos pasos nos ayudan para alcanzar la sensibilidad para acercarnos a Dios”, indicó el párroco de la Rectoría de María Reparadora.
Fray Cándido señaló que cualquier persona de buena voluntad, que busque una relación más cercana e íntima con Dios y que se arrepienta de sus pecados puede pedir esta gracia, porque “el don de las lágrimas” no está reservado a un grupo selecto, sino a todos los fieles que buscan la misericordia divina.
Haciendo referencia al apóstol Pablo en 1 Cor 14, 1, “Buscad la caridad, pero aspirad también a los dones espirituales, especialmente al don de profecía”, todos los dones y carismas están ahí para la edificación de la comunidad, y han de ser pedidos con humildad por todo el pueblo santo de Dios.
“Todos deberíamos pedir este y otros dones y no dejar de suplicar sentir el dolor del alma y del corazón ante las posibles faltas del alma, que en ocasiones no amado como Dios nos lo ha pedido. Hemos sido infieles en el amor de Dios y a los hermanos”, aseveró.
Durante la charla, el sacerdote de la Tercera Orden Regular (TOR) de los Franciscanos explicó que la persona que es agraciada por Dios con “el don de las lágrimas” presenta episodios de llanto de manera espontánea y estos se pueden dar tanto en la intimidad como en público, sin importar si está viviendo un momento de gozo o uno de arrepentimiento.
“Cuando se habla de un don siempre se tiene la conciencia de la intervención de Dios en el alma humana. Cuando es un don verdadero, al final, siempre habrá una expresión de armonía en la persona, que puede estar con situaciones de lágrimas tanto con un gozo inexplicable, como con un arrepentimiento, y siempre lo vamos a encontrar en matices de orden”, explicó.
Así, aseveró que no puede haber un auténtico “don de las lágrimas” en alguien que se la pasa en una continua catarsis, mostrándose descorazonado y sin encontrar el camino. De presentarse casos de este tipo, “ahí tendríamos que ver un poco más con algún tema psicológico por el que la persona está pasando”.
“Quien pasa por un auténtico don de las lagrimas, durante o aún después de los episodios de llanto, encontrará armonía en todo su ser antropológico. El don de las lagrimas puede manifestarse también en la intimidad que se tenga con El Señor, sin necesidad que se haga público”, destacó.
Fray Cándido Olguín aseguró que Dios concede la bendición del “don de las lágrimas” para que no perdamos de vista y seamos conscientes de nuestra pequeñez y de la grandeza de su omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia. Por medio de este don, podemos trabajar en torno a nuestra fe en medio de la finitud y limitación que tenemos, pero también para evitar que seamos soberbios con nuestros prójimos.
“Yo creo que es la conciencia de nuestra pequeñez frente a su poderío bendito. Sirve muchísimo para que no crezcamos en ser soberbios, en situaciones de soberbias, de altanería, para que siempre sepamos ser hermanos con nuestros hermanos, en medio de sus pequeñeces que son las mías propias.
“Yo le llamaría que es un signo de santificación. Muchas veces las personas ven erróneamente en la pequeñez y en la fragilidad una desgracia y no debe ser así. Haciendo caso a los anawin del Señor, ‘los pequeños de Yahvé’, (Mateo 5, 1-12), yo considero que es una bendición porque entre más pequeño me veo, entre más necesitado me veo delante de Dios, más puedo acercarme a Él”, apuntó el sacerdote franciscano.
El Papa Francisco ha hablado sobre la belleza del llanto en el contexto del arrepentimiento, destacando que las lágrimas pueden ser un signo de amor y compasión hacia Dios y los demás.
En sus enseñanzas, ha subrayado que el llanto por los pecados es un paso hacia la renovación y el perdón, y que Dios siempre está dispuesto a perdonar a aquellos que se acercan a Él con un corazón contrito.
Durante su catequesis del 12 de febrero de 2020, el Papa Francisco señaló que comprender el pecado “es un regalo de Dios, es una obra del Espíritu Santo”, porque nosotros solos no podemos entender el pecado, por lo que es una gracia que debemos pedir: “Señor, que comprenda el mal que he hecho o puedo hacer”.
“Hay quien llora por el mal hecho, por el bien omitido y por la traición a la relación con Dios. Este es el llanto por no haber amado, que brota porque la vida de los demás importa. Aquí se llora porque no se corresponde al Señor que nos ama tanto, y nos entristece el pensamiento del bien no hecho; éste es el significado del pecado. Estos dicen: ‘He herido a la persona que amo’, y les duele hasta las lágrimas. ¡Bendito sea Dios si estas lágrimas vienen!”, puntualizó el Santo Padre.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
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