¿Cómo sabemos que Dios es: Padre, Hijo y Espíritu Santo?
Tratar de entender o explicar el misterio del Dios trino y uno es imposible, pero vivir en la dinámica de fe en Él, nos fue concedido por medio de Jesucristo.
Lectura del Evangelio
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él. El que cree en Él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”. (Jn 3, 16-18)
Jesús nos reveló el misterio
En este domingo celebramos el misterio que Jesús reveló: que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El discurso que leemos este día nos lleva a la consideración de por qué Dios envió a su único Hijo al mundo y nos lleva a reflexionar sobre todo en el aspecto dinámico de lo que Jesús nos quiso revelar.
En efecto, lo primero que Jesús dice es que “el Padre ha amado al mundo de tal manera que llegó al extremo de entregar a su Hijo…”. Esta primera afirmación es particularmente rica en contenido. Dios puede ser llamado Padre, porque es nuestro creador, porque Él es nuestro origen, y por tanto aquel que conoce nuestro ser más íntimamente que nadie. De hecho, cada pequeño momento de nuestra existencia está sostenida por Él y sin duda alguna Dios tiene en su mente un proyecto de plenificación total para cada uno de nosotros y para toda la humanidad en su conjunto.
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Plenamente coherente con su acto creador, nos da a cada individuo la posibilidad de elegir en favor o en contra de su plan de salvación. Es aquí donde engarza el discurso con la siguiente afirmación: “…entregó a su Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
El sentido de nuestra relación con el Hijo eterno del Padre es que no perezcamos, que nuestro caminar hacia la muerte no sea total destrucción o aniquilación, no pensemos que la existencia acaba con el absurdo de la nada al morir. Todo lo contrario, que más bien, entendamos la salida de esta realidad como un paso hacia otro nivel de existencia que Jesús llama “vida eterna”.
¿Qué podrá significar exactamente esto? Jesús usó varias metáforas, como la de las habitaciones en una casa donde habitaremos con el Padre; otra metáfora es la vida verdadera que no se acaba, la vida espiritual de resucitados, etc…
Pero ciertamente la tercera afirmación recuerda a todos los oyentes que nos encontramos ante una realidad conflictiva. Nuestra condición humana es pecadora y, por lo tanto, viene a cuento el asunto del juicio y la condenación.
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La presencia de Dios entre nosotros no fue condenar, ni juzgar, sino salvar, pero nadie se salva por la fuerza, por casualidad o por obligación, es necesario creer al Hijo unigénito enviado por el Padre y dejarse gobernar por el Espíritu Santo. Tratar de entender o explicar el misterio del Dios trino y uno es imposible, pero vivir en la dinámica de fe en Él, nos fue concedido por medio de Jesucristo.
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