Por medio del Akáthistos podemos recorrer las etapas de la existencia de la Virgen María y alabar los prodigios que Dios realizó en ella: su concepción virginal, inicio y principio de la nueva creación, su maternidad divina y su participación en la misión de su Hijo. Foto Especial.
El himno Akáthistos (cuya traducción del griego significa “sin sentarse”) es uno de los himnos marianos más antiguos y solemnes de la tradición cristiana, que se estima que fue compuesto en Oriente entre los primeros siglos del cristianismo y consolidado en Constantinopla.
Debido a su grandeza teológica y su profundidad espiritual, este canto plenamente dedicado a la Santísima Virgen María, venerada como Theotokos (Madre de Dios), ha sido reconocido también por la Iglesia católica latina, especialmente tras el impulso que le dio el Papa san Juan Pablo II.
El canto del Akáthistos es un himno extenso que exalta la misión de la Virgen María en el misterio de la Encarnación y de la salvación, a través de invocaciones repetidas, especialmente los tradicionales “¡Alégrate!”, además de que contempla la vida de Cristo desde la mirada de su Madre, celebrando su maternidad divina, su pureza, su papel como intercesora y su cercanía con los fieles.
En el libro “Akáthistos. Antiguo himno a la Madre de Dios”, el sacerdote Ermanno M. Toniolo, de la Orden de los Siervos de María y especialista en teología bizantina y mariología, explica que “Akáthistos se llama por antonomasia al himno litúrgico de la Iglesia bizantina del siglo V, que fue y continúa siendo el modelo de muchas composiciones himnográficas y litánicas, antiguas y recientes”.
“Akáthistos no es el título originario sino una rúbrica: ‘no-sentados’, porque la Iglesia ordena cantarlo o recitarlo ‘estando de pie’, como se escucha el Evangelio, en señal de reverente obsequio a la Madre de Dios”. Asevera en la presentación del libro traducido por el sacerdote Jesús Castellano Cervera.
El origen de este himno se sitúa en la tradición bizantina, particularmente en la capital del Imperio de Constantinopla, donde la comunidad cristiana lo cantaba en la iglesia de Santa María de Blanquerna en acción de gracias por la protección atribuida a la Virgen ante diversas amenazas.
Al referirse al autor de Akáthistos, el padre Toniolo subraya que pese a que muchos nombres han sido propuestos como los creadores de este himno, solo uno “es atendible: el de Basilio de Seleucia, teólogo profundo y elegante escritor, conocedor de la tradición alejandrina, antioquena y siria, uno de los Padres más influyentes del Concilio de Calcedonia”.
Desde entonces, el Akáthistos se convirtió en una pieza clave de la espiritualidad oriental, especialmente en los monasterios y en la liturgia de las Iglesias católicas y ortodoxas de rito bizantino.
“El himno no fue compuesto para una fiesta mariana, pero presumiblemente para celebrar el gran misterio de la Madre de Dios patrona de Constantinopla en su santuario de Blanquerna, construido por la emperatriz Pulqueria (450-453) como muestra y prenda de la celestial protección de la Virgen sobre la Ciudad y su Imperio”, precisa.
El himno, según detalla el sacerdote Ermanno M. Toniolo, está formado por 24 estrofas, divididas en dos partes de 12 estrofas cada una: “una litúrgico-narrativa, la otra dogmática, ambas subdivididas en dos secciones de 6 estrofas: la primera cristocéntrica y la segunda eclesiocéntrica. Las estrofas impares se amplían con 12 salutaciones marianas”.
Cada estrofa del canto desarrolla diversas escenas del Evangelio:
Además, dentro de esta estructura tan peculiar, los saludos marianos —“¡Alégrate, desposada sin desposado!”— ocupan un lugar esencial, dando al himno un tono meditativo y contemplativo.
En las Iglesias de tradición bizantina, el Akáthistos se utiliza de forma especial en la Quinta Semana de Cuaresma, durante el llamado “Sábado del Akáthistos”. Sin embargo, se da el caso de que mientras en algunas comunidades se canta completo, en otras, se distribuye en varias partes durante los viernes cuaresmales.
Este himno dedicado a la Virgen María también puede emplearse en celebraciones marianas, vigilias y actos de devoción comunitaria, además su riqueza poética ha llevado a que muchos fieles latinos lo incorporen en momentos de oración.
Del mismo modo, se señala en el libro “Akáthistos. Antiguo himno a la Madre de Dios”, “monjes, sacerdotes y fieles lo recitan en otras muchas ocasiones, también cada día, porque instintivamente descubren su belleza y lo reconocen como la expresión más alta de su doctrina y piedad hacia la santísima Madre de Dios”.
Casi todos los monasterios y las iglesias bizantinas y eslavas, refiere el texto, reproducen escenas del Akáthistos sobre las paredes de los edificios sagrados, sobre los ornamentos, sobre los objetos litúrgicos o para encuadrar los íconos más célebres.
De acuerdo con el padre Toniolo, el himno Akáthistos es una composición inspirada, que contempla a la Virgen-Madre en el proyecto histórico-salvífico de Dios desde la creación hasta el último cumplimiento, uniéndola indisolublemente a Cristo y a la Iglesia, cual Madre del Verbo y Esposa inmaculada del Esposo divino, ya que “el himno armoniza el contenido cristológico y el mariano, subordinando sabiamente la Madre al Hijo, la alabanza mariana a la glorificación divina”.
Añade que el Akáthistos toma, según la metodología litúrgica oriental, los contenidos y su expresión de las imágenes de la creación, que manifiestan al Creador, y de los episodios, anuncios y figuras del Antiguo Testamento, que han preparado la venida del Salvador.
Pero sobre todo de la fe profesada y celebrada por la Iglesia: profesada en los concilios de Nicea (325), Éfeso (431) y Calcedonia (451), de los cuales directamente depende; celebrada sobre todo en el ciclo de Navidad orientado a la Pascua, que fielmente sigue e interpreta.
“El Akáthistos, por lo tanto, canta el misterio de la Virgen-Madre en el misterio de Cristo y de la Iglesia, y el acontecimiento de la Encarnación y de la Navidad a la luz de la Pascua del Redentor y de los redimidos”, explica el sacerdote de la Orden de los Siervos de María.
La presencia del Akáthistos en el ámbito católico latino creció significativamente gracias al Papa san Juan Pablo II, quien lo llamó “una joya de la liturgia oriental”, a la que no solo lo incluyó en celebraciones marianas del Vaticano —como en el Año Mariano (1987-1988) y durante el Gran Jubileo del año 2000—, sino que también promovió su difusión como un puente espiritual entre Oriente y Occidente.
De hecho, durante la Santa Misa que celebró el 8 de diciembre de 2000, san Juan Pablo II aseguró que el himno Akáthistos es “un cántico totalmente centrado en Cristo, a quien se contempla a la luz de su Madre virgen. Ciento cuarenta y cuatro veces nos invita a renovar a María el saludo del arcángel Gabriel: Ave Maria!”
Destacó que por medio de este canto podemos recorrer las etapas de la existencia de la Virgen y alabar los prodigios que el Todopoderoso realizó en ella: “su concepción virginal, inicio y principio de la nueva creación, su maternidad divina, y su participación en la misión de su Hijo, especialmente en los momentos de su pasión, muerte y resurrección”.
“María, Madre del Señor resucitado y Madre de la Iglesia, nos precede y nos lleva al conocimiento auténtico de Dios y al encuentro con el Redentor. Nos indica el camino y nos muestra a su Hijo. Al celebrarla con alegría y gratitud, honramos la santidad de Dios, cuya misericordia hizo maravillas en su humilde esclava. La saludamos con el título de Llena de gracia e imploramos su intercesión por todos los hijos de la Iglesia que, con este himno Akáthistos, celebra su gloria”, subrayó san Juan Pablo II.
La importancia que llegó a tener el canto del himno Akáthistos durante el pontificado de Juan Pablo II fue tal que la Penitenciaría Apostólica emitió el 31 de mayo de 1991 un decreto, aprobado por el Santo Padre, por medio del que se concedió al Akáthistos las mismas indulgencias que al santo Rosario, al considerarlo un “documento de la sabiduría cristiana”, en el que se “unen prodigiosamente a la perfección literaria el fervor del espíritu y la penetración de la contemplación mística”.
“La Penitenciaría Apostólica decreta la Indulgencia plenaria por la recitación devota de dicho himno, en los mismos términos que se aplican a la recitación del Rosario Mariano, de modo que se conceda al fiel de cualquier rito que, bajo las debidas condiciones —confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice—, recite el himno «Akáthistos» en una iglesia u oratorio, en familia, en una comunidad religiosa o en una asociación piadosa”, establece el decreto.
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