Lecturas de la Misa y Evangelio del Domingo 1 de junio 2025
Jesús sube al cielo, sí, pero mientras lo hace levanta las manos y los bendice. El fruto de su entrega es la bendición permanente que Él cumple ahora sobre los discípulos.
Lecturas y Evangelio del 1 de junio de 2025
- Primera Lectura: Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 1, 1-11
- Salmo: Salmo 46,2-3.6-7.8-9
- Segunda Lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,17-23
- Evangelio del día: Evangelio según San Lucas 24,46-53
- Comentario al Evangelio
Primera lectura
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.
Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: “No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”.
Los ahí reunidos le preguntaban: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” Jesús les contestó: “A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra”.
Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”.
Palabra de Dios.
Salmo
Samo 46,2-3.6-7.8-9
/R/. Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. /R/.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad. /R/.
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado. /R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,17-23
Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Palabra de Dios.
Evangelio del día
Santo Evangelio según San Lucas 24,46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”.
Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor.
Comentario al Evangelio
Los bendecía
La narración de Lucas presenta una temporalidad que la liturgia de la Iglesia ha hecho suya: cuarenta días de las apariciones, y un breve lapso entre la subida del Señor a los cielos y el envío del Espíritu Santo. Esto nos permite celebrar como un acontecimiento propio la misma ascensión, captando los matices del misterio.
Por una parte, Jesús resucitado instruye a los discípulos para que permanezcan en la ciudad de Jerusalén hasta que les envíe el Espíritu prometido, la fuerza de lo alto. Pero ya antes les ha dado las claves para descubrir su misión. Ellos deben primero entender lo que ha sucedido, repasar en la mente y el corazón la experiencia del Mesías muerto y resucitado. A partir de ello, su tarea será que, saliendo de Jerusalén, habrán de predicar a todas las naciones la necesidad de la conversión a Dios para recibir el perdón de los pecados. Ellos quedan constituidos, entonces, en testigos. Deben anunciar lo que han asimilado. Y precisamente para ello es que recibirán al Espíritu Santo.
Una vez instruidos, se describe la ascensión misma. Y en ella es fundamental el gesto que reconocemos. Jesús sube al cielo, sí, pero mientras lo hace levanta las manos y los bendice. El fruto de su entrega es la bendición permanente que Él cumple ahora sobre los discípulos. Por una parte valoramos que, al presentar su cuerpo glorificado al Padre, adelanta a nuestra propia humanidad llamada a participar de la gloria divina. Pero para que ello sea posible, Él cumple la acción continua de bendecirnos. La fuerza de lo alto llegará también como resultado de esa bendición.
La reacción de los discípulos no es menos significativa. Ellos adoraron al Señor, que ascendía, y luego permanecieron en el templo, alabando a Dios. Al movimiento descendente de la bendición de Jesús corresponde un movimiento ascendente de los fieles, la adoración y la alabanza.
Los dos movimientos corresponden al ritmo litúrgico. El Señor sube para bendecirnos y para que nosotros lo adoremos. Y toda acción celebrativa en la Iglesia actualiza ese ciclo, pues de parte nuestra, animados por el Espíritu que recibiremos, damos a Dios todo honor y toda gloria, al tiempo que recibimos la bendición de lo alto. Y todo ello es posible precisamente porque el Hijo de Dios, que se hizo hombre, lleva con su carne nuestra condición al cielo, para abrirnos el ámbito de la vida divina, de modo que por Él cielo y tierra se unen, en el culto espiritual. Fruto de la Pascua es toda bendición y toda alabanza, que tendrá siempre, para ser eficaz, a Jesucristo como su único mediador y sumo sacerdote.
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