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Homilía por los 125 años de la coronación de la Virgen de Guadalupe

El Arzobispo Primado de México, Carlos Aguiar, presidió la celebración de la Misa de las Rosas 2020.

12 octubre, 2020
Homilía por los 125 años de la coronación de la Virgen de Guadalupe
El Cardenal Carlos Aguiar Retes presidió la Misa de las Rosas de octubre 2020. Foto: Basílica de Guadalupe

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció” ( Is. 9,1).

¿De qué está hablando el Profeta Isaías, a qué pueblo se refiere, de qué tinieblas trata, qué luz es la que anuncia?

El mismo Profeta describe una luz que engrandece y llena de alegría. La compara con un buena cosecha o con una victoria de guerra que deja un gran botín. Recordemos que el ejército que gana una guerra, salva la vida de todos los que integran la población; la abundante cosecha y el botín obtenido dan lo suficiente para una vida digna. El profeta alude también a la salida de una situación de esclavitud, al anunciar la liberación del yugo y de la barra que inmoviliza los hombros, impuestos por un tirano.

Por tanto, podemos afirmar que la luz se refiere en sentido metafórico a la luz de la libertad, del gozo y la alegría de contar con un jefe supremo que establece la justicia y el derecho, como faro para la convivencia social. Finalmente refiere que ese Jefe Supremo es un niño que ha nacido con esa misión, y que la realizará con 4 características fundamentales: “Consejero admirable”, “Dios poderoso”,“Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”.

¿Quién es ese niño? Nosotros lo sabemos porque ya ha nacido, es el Hijo de Dios, es el Hijo de María, que en su seno tuvo lugar su nacimiento, uniendo algo insospechado, sorprendente, e increíble para el ser humano, la unión de dos naturalezas, la divina y la humana en una sola persona. Convirtiéndose así en el Dios, que ha asumido la condición de criatura.

Ese fue el anuncio que recibió María de parte de Dios: “El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin”.

¿Qué significa que el Hijo de Dios se haya encarnado, que haya asumido la condición de hombre? Reconocemos que es obra del amor de Dios por sus creaturas, las que por su misma condición humana, son incapaces de encontrarse con el ser que las ha creado, porque es inmensa e infinita la naturaleza divina.

¿Qué beneficio nos viene de esta decisión? Ahora ya es posible encontrarnos con Dios, al encontrarnos con alguien que es en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, porque el pecado, es el rompimiento de la relación con Dios, y es imposible que Dios rompa consigo mismo. Por tanto el beneficio ha sido hacernos capaces de ir conociendo a Dios, desde esta vida, mediante el conocimiento de la persona de Jesucristo, que nos transmiten los Evangelios, y a través de este conocimiento nos acercamos al misterio insondable de Dios.

Gracias a este proceso de encuentro con Jesucristo, vamos conociendo nuestro destino, y sobretodo vamos conociendo a quien nos ama con un amor eterno, vamos descubriendo los auténticos valores por los que hay que luchar; gracias a la luz que brinda Jesús caminaremos por el sendero de la vida rumbo a la Casa Paterna, garantizaremos nuestro paso por la muerte hacia la vida eterna.

Por eso exclama San Pablo: “Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”.

La respuesta de María es la que el Señor espera de nosotros

Al reflexionar y meditar estas cosas, quizá con frecuencia nos venga la pregunta como le sucedió a María, al escuchar el anuncio del Ángel: “María le dijo entonces al ángel:¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen? El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. María lo creyó y dijo: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”.

La respuesta de María es también la respuesta que espera el Señor de nosotros, especialmente cuando hemos discernido la Voluntad de Dios. Ciertamente el Señor no faltará a su promesa de concedernos la compañía del Espíritu Santo para llevar a cabo nuestras tareas.

El Día de Pentecostés descendió sobre la Iglesia naciente el Espíritu Santo, y sigue descendiendo para cada generación. Cada uno lo hemos recibido individualmente en los Sacramentos del Bautismo, y de la Confirmación. No de una manera pasajera, sino que reside en nuestro interior, en unión con nuestro propio espíritu.

La relación con el Espíritu Santo es el arte que debemos dar a conocer y desarrollar entre los cristianos, porque depende que aprendamos a vivir esa relación, para ir recibiendo los dones del Espíritu Santo: Consejo y Fortaleza, Piedad y Temor de Dios, Inteligencia, Ciencia y Sabiduría.

Gracias al Espíritu Santo la Virgen María experimentó en todo momento de su vida, gran alegría en los gozos de ser la Madre de Jesús, pero también abnegación y fortaleza admirable para acompañar a su querido hijo, en los momentos más dolorosos de su Pasión y Muerte en Cruz.

Ella nos ha dado así ejemplo, de cómo vivir en comunión con Dios en las alegrías y en las penas. Agradezcámosle su testimonio, que nos motiva y alienta para aprender la manera de establecer la relación con el Espíritu Santo.

125 años de la coronación de la Virgen de Guadalupe

Pidamos a María, hoy que festejamos los 125 años de su coronación pontificia, que nos acompañe en este proceso que ella vivió con tanta intensidad, y aprovechemos la prolongación de un año más para seguir obteniendo, por concesión del Papa Francisco, la Indulgencia Plenaria en favor de nuestros difuntos, quienes seguramente lo agradecerán cuando lleguemos a la Casa de Dios, Nuestro Padre.

Pidamos también a María, para que nos ayude a salir mejores personas de esta pandemia:

Señora y Madre nuestra, María de Guadalupe, consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, ayúdanos a expresar nuestra solidaridad de forma creativa para hacer frente a las consecuencias de esta pandemia mundial, haznos valientes para acometer los cambios que se necesitan en busca del bien común.

Acrecienta en el mundo el sentido de pertenencia a una única y gran familia, tomando conciencia del vínculo que nos une a todos, para que, con un espíritu fraterno y solidario, salgamos en ayuda de las numerosas formas de pobreza y situaciones de miseria.

Anima la firmeza en la fe, la perseverancia en el servicio, y la constancia en la oración.

Nos encomendamos a Ti, que siempre has acompañado nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen, María de
Guadalupe! Amén.

 

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