Seguridad espiritual y terrenal en el Tepeyac

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Homilía del VIII Domingo de Tiempo Ordinario

Mensaje completo del Cardenal Carlos Aguiar Retes, Arzobispo Primado de México.

3 marzo, 2019
Homilía del VIII Domingo de Tiempo Ordinario
Foto: Luis Patricio/Basílica de Guadalupe

“Al agitar el cernidor, aparecen las basuras; en la discusión aparecen los defectos del hombre”. (Sir. 27,5)

Así escuchamos en la Primera Lectura del Libro del Eclesiástico estas afirmaciones, que nos ayudan a entender la importancia del discernimiento: “Al agitar el cernidor, aparecen las basuras” (Sir. 27,5).

Pero, ¿cuál es el cernidor para nosotros los seres humanos?, ¿Cómo podemos descubrir lo que es basura para nuestra vida, lo que no debemos llevar con nosotros, las cosas que debemos dejar, las actitudes que debemos superar? ¿Cómo descubrir las verdaderas actitudes, propuestas, inquietudes para ser – como afirma Jesús en el Evangelio, “arboles buenos que producen frutos buenos” (Lc. 6,43)? El discernimiento es el camino.

¿Y cómo hacer este discernimiento?, ¿qué elementos debemos tener en cuenta? En el Evangelio de hoy Jesús indica uno sustancial, cuando dice que somos discípulos y necesitamos un Maestro (Lc. 6,40). Nadie madura solo, todos necesitamos de los demás, de un maestro. Y también dice Jesús en el Evangelio que lo importante es cuidar el corazón. Lo que se mueve en nuestro interior lo debemos revisar constantemente, estar siempre atentos.

Si me enojé, tengo que preguntarme: ¿por qué me enoje?, ¿tengo razón en haberme enojado? Si me alegré, ¿qué fue lo que me movió a la alegría? Si me sentí mal ante lo que dije, ¿por qué? Ese es el primer paso del discernimiento: mirar nuestro corazón.

En este mundo tan ruidoso y tan estresante, es indispensable tener nuestros momentos de silencio personal; tener esos exámenes de consciencia para revisar nuestro corazón; pero la mayoría de las veces este primer paso de la revisión personal no es suficiente para descubrir nuestras basuras, para descubrir nuestros defectos.

Dice el texto: “En la discusión aparecen los defectos del hombre” (Sir. 27,5). Antes de alabar a cualquiera, escúchalo primero. No te dejes llevar por la primera impresión porque hablamos de lo que llevamos dentro en nuestro corazón.

¿Qué significa esto? Que el discernimiento tiene un segundo paso fundamental: tener al maestro, tener al amigo, tener al compañero, tener al hermano, con quien compartir lo que llevamos dentro, porque él será el espejo real. Si me quiere, si me ama, si quiere hacerme el bien, me ayudará mucho para no engañarme a mí mismo, justificando todo aquello que llevo dentro, y de lo cual me cuesta trabajo separarme, es decir, de mis basuras, de mis defectos.

Tenemos que hablar, tenemos que razonar, y por eso este segundo paso del discernimiento, que es compartir lo que llevamos dentro con otros, es uno de los aspectos fundamentales que debe de realizar la comunidad de los creyentes, de los discípulos de Cristo. Como Iglesia tenemos que ofrecer los espacios para realizar el discernimiento comunitario, el discernimiento pastoral, el discernimiento sobre qué es lo que debemos de hacer como comunidad.

Por eso, en el nombramiento que hoy he dado a estos dos sacerdotes: al padre Álvaro Lozano y al padre Horacio Palacios, han escuchado que tienen que estar en relación el uno con el otro, en relación con todos sus subordinados y relación, para que esos espacios de Iglesia, que son las estructuras de servicio, sirvan para que nosotros los feligreses en general, encontremos la Palabra del Maestro Jesús, del único Maestro que habla con la verdad; para que encontremos en esos espacios el tercer paso que es la Palabra del Señor Jesús, y para que también, con la ayuda de las demás personas que trabajan en estas estructuras, podamos descubrir el camino para que aquellas inquietudes, propuestas e iniciativas, que nacen en nuestro corazón (ya que el Espíritu de Dios las ha infundido en nosotros) encuentren cauce, tengan un camino; que todas nuestras buenas ideas, nuestros buenos propósitos no queden solamente como algo personal, porque así no vamos a cambiar el mundo. No podremos jamás transformar nuestras realidades y contextos socioculturales porque no tendremos la fuerza para hacerlo.

Los cambios que necesitamos en nuestra sociedad requieren de esta comunión, de esta puesta en común, de este escuchar al Maestro de maestros que es Jesús, y de ayudarnos para hacer realidad lo que el Espíritu de Dios mueve en nuestros corazones. Esta es la importancia de las estructuras de servicio pastoral que les toca coordinar a estos dos sacerdotes, en comunión y en relación conmigo, para hacer que esta Iglesia arquidiocesana de México tenga los espacios suficientes para dar cauce a la fuerza del Espíritu de Dios en medio de nosotros y ser árboles que produzcan buenos frutos.

Pidámosle a María de Guadalupe. Estamos aquí con Ella, a eso vino al Tepeyac: a hacer realidad la Palabra, haciéndose obediente a lo que Dios le pedía, y presentándonos el Camino, la Verdad y la Vida en su Hijo Jesús.

No estamos solos, no debemos de tener miedo al considerar: esto es lo que debemos de hacer, pero nos van a atacar, nos van a quitar nuestras cosas, nos van a herir, incluso a asesinar’, porque como bien dice San Pablo en la Segunda Lectura: “Hermanos míos: estén firmes, y permanezcan constantes, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, puesto que ustedes saben que sus fatigas no quedarán sin recompensa por parte del Señor” (1Cor.15,58).

El discípulo de Cristo siempre vencerá cualquier miedo, cualquier circunstancia que le aterre, porque Cristo –nos dice San Pablo hoy– ha vencido a la muerte (1Cor.15,55).

Que el Señor Jesús nos dé esta fuerza del cristiano, que nos la dé como comunidad cristiana, como Iglesia particular, como Iglesia en México. Pidámoslo así, y que nos acompañe María de Guadalupe. ¡Que así sea!

+Carlos Cardenal Aguiar Retes Arzobispo Primado de México



Autor

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