Homilía del Cardenal Carlos Aguiar durante el III domingo de Cuaresma
Homilía del Arzobispo Primado de México en Basílica de Guadalupe.
“Voy a ver de cerca esa cosa tan extraña, por qué la zarza no se quema” (Éx. 3, 2-3).
Este pasaje narra la vocación de Moisés y muestra varios elementos que podemos aprovechar para no ser como en la parábola que Jesús manifiesta en el evangelio, higueras que no dan frutos. Moisés dio un gran fruto y muchos más se desmembraron de sus acciones en otros que lo siguieron. Por eso es interesante, primero ver cómo Moisés tiene este encuentro con Dios.
Vemos al inicio de esta lectura que Moisés llevó el rebaño más allá del desierto, es decir, se fue más allá de donde habitualmente era su rutina de pastor cuidaba a sus ovejas. Y se acercó al Horeb, monte considerado sagrado en esa época, y dice el texto: y el señor se le apareció en una llama que salía de un zarzal (Éxodo 3, 2-3).
Moisés observó con gran asombro que la zarza ardía sin consumirse y dijo: voy a ver de cerca esta cosa tan extraña, por qué la zarza no se quema (Éx. 3, 2-3). Lo primero que observamos es una actitud de aventura, de darse la oportunidad de realizar una inquietud que sentía, de acercarse a esa montaña sagrada del Horeb, rompiendo con su rutina. Esto significa para nosotros hoy, que también nos debemos dar la oportunidad, siempre que haya una inquietud en nuestro corazón, de realizarla, aunque nos haga salir de nuestras rutinas diarias, de nuestra cotidianidad.
Porque de esa manera podremos encontrar acontecimientos, personas, situaciones que también moverán nuestra curiosidad de saber por qué suceden, como le ha pasado aquí a Moisés, vio una llama que salía de un zarzal y la zarza no se consumía.
Viendo Dios que Moisés se había desviado para mirar, lo llamó. Qué significa esa zarza que está encendida, tiene una flama y no consume a la zarza misma y no se apaga, es interpretándola, una narración sobre la vocación, y sobre todo del encuentro al que estamos llamados a tener con Dios en nuestra vida terrena, significa nuestro ser es esa zarza y en el corazón se encienden llamas de inquietud que hay que darles cauce, discerniendo si son para bien o son para mal.
Y en esa actitud de darle tiempo saliendo de mi rutina, de mi cotidianidad, darme el tiempo para mirar esa zarza que arde, es decir, para mirarme a mí mismo en las inquietudes que estallan dentro de mi corazón, que son una flama inquieta que aparece, que percibo, ese es el momento que el Señor suscita en nosotros una inquietud para posibilitar el encuentro con Él, de ahí la importancia del silencio interior, de dejar nuestros ritmos.
Y eso es lo que pide la Iglesia, particularmente en este tiempo de Cuaresma, darnos tiempo de ver la llama encendida en mi corazón, ahí encontraremos también la voz de Dios, ahí descubriremos lo que Él quiere de nosotros, con la confianza, como le pasa a Moisés, de escuchar a Dios mismo que le dice: He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, he descendido para librar a mi pueblo de la opresión, para sacarlo y llevarlo a una tierra buena y espaciosa (Éx. 3, 7-8).
Cuántos de nuestros prójimos quieren salir de situaciones que solos no pueden salir, que necesitan una mano, un auxilio y sobre todo tener esta confianza: que es el mismo Dios que al encender esa llama en nosotros es porque Él quiere, a través de nosotros, llegar a nuestros prójimos que necesitan nuestra ayuda. Y entonces, como Moisés, seremos una higuera que da muchos frutos, seremos una higuera de la cual el Señor la contemplará siempre con gran satisfacción y alegría.
Vemos también en la segunda lectura que el apóstol san Pablo recoge la experiencia de Moisés, y el seguimiento que tuvo de su pueblo, para seguirlo, obedecerlo y formar un pueblo en el que, sin embargo, muchos no hicieron lo que debían, lo que se esperaba de ellos, no agradaron al Señor, y por eso dice el texto de san Pablo: murieron sin ver la tierra prometida, sin encontrar esa satisfacción interna, esa paz interior, ese gusto de vivir y de convivir con sus hermanos (Corintios 10, 1-6).
Por eso dice: todo esto sucedió como advertencia para nosotros a fin de que no codiciemos cosas malas como ellos lo hicieron, Porque es en nuestro interior y en nuestro corazón donde aparecen las tendencias de hacer el bien o las tendencias para hacer el mal y nos necesitamos unos y otros para cualquiera de nuestras decisiones, siempre encontraremos personas bien dispuestas para hacer el bien, pero también en nuestro medio encontraremos personas dispuestas que nos inducirán a que realicemos el mal.
Y esto es lo que dice san Pablo, todas estas cosas les sucedieron a nuestros antepasados como un ejemplo para nosotros (Corintios 10, 6). Y fueron puestas en las Escrituras como advertencia para los que vivimos en los últimos tiempos, aprendamos de la historia, por eso cuando Moisés le pregunta:
-¿Y qué diré, quién eres tú?
-Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios que ya ha ayudado a otros y que tú conoces porque fueron tus antecesores (Éx. 3, 13-15). En esa confianza debemos de mantenernos para hacer el bien.
Por eso, hermanos, tenemos también que pensar en que nos necesitamos unos a otros para el bien, que descubramos en nuestro entorno, y como le respondió el pueblo a Moisés, así también encontraremos nosotros grupos que estarán dispuestos a trabajar para resolver las necesidades de los más necesitados, de los más pobres.
Pidámosle al Señor que en este tiempo de Cuaresma se renueve esa llama interior en nosotros, esas inquietudes sanas, buenas y positivas.
Pidámosle a María de Guadalupe que sepamos dar cauce, y que no nos quedemos en ese individualismo estéril, porque solos no podremos realizar los buenos propósitos que se generan en nuestro corazón, nos necesitamos unos y otros, pidámosle a ella que ha venido precisamente para acompañarnos como madre que ayuda y que consuela, que es tierna y cariñosa y por eso estamos aquí visitándola y celebrando la Eucaristía en esta Basílica.
Que el Señor nos dé esa oportunidad en esta Cuaresma de ser higuera que produzca ya muchos frutos buenos.
Que así sea.