Homilía del Cardenal Aguiar en la Solemnidad de Corpus Christi
Homilía del Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana.
“Hagan esto en memoria mía” (1Cor. 11,25)
Por segunda vez –nos dice San Pablo– Jesús les dijo a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía, siempre que beban de él” (1Cor. 11,25).
El misterio de la Eucaristía –la presencia de Jesús escondido bajo la apariencia del pan y del vino– es un misterio que debemos de aceptar con la fe. Los ojos de la fe nos ayudan a descubrir esa presencia.
Por eso, en la Primera Lectura (Gn. 14,18-20), la liturgia presenta a un personaje emblemático: el Patriarca Abraham, quien ya, desde el antiguo testamento se le llamó, y se le sigue llamando, nuestro “Padre en la fe”.
Con ello, tenemos un testimonio y un modelo de cómo caminar en la fe y cómo hacer presente esa fe en la relación con Cristo-Eucaristía. Abraham fue llamado por el Señor para darle una misión, la cual tuvo sus momentos de dificultad muy graves, pero siempre confió en la Palabra de Dios. Caminar en la fe significa eso: confiar siempre en Dios nuestro Padre.
Al recordar la liturgia de hoy que Jesús le pide a sus discípulos: “Hagan esto en memoria mía” (1Cor. 11,25), es conveniente recordar que esa expresión tiene dos dimensiones. Una es la que estamos realizando en este momento; es decir, celebrar la Eucaristía, repitiendo el rito de la Última Cena que hizo Jesús con sus discípulos, cuando les dijo: “Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre” (1Cor. 11,24-25).
Es el Sacramento, es el momento crucial por el cual nosotros somos alimentados y puestos en comunión. Así decimos: ‘venimos a comulgar’; es decir, a entrar en comunión con Cristo. Esta dimensión la hemos aprendido desde niños: la Misa, la Eucaristía, la presencia de Cristo en el Sagrario, el recibirlo en la Comunión para que intimemos y aprendamos a descubrir que Jesús nos acompaña.
Pero hay otra dimensión que fácilmente se nos escapa. Cuando dice Jesús: “Hagan esto en memoria mía”, no es para nosotros los sacerdotes ministros un simple mandato de repetir la liturgia eucarística, de actualizarla para los fieles, sino Jesús, al decir esas palabras, se refiere a entregar el cuerpo, incluso, si es necesario, llegando hasta la muerte, “para que den testimonio de mí, como yo lo he hecho con ustedes”. Es la ofrenda existencial del discípulo de Jesús en la vida ordinaria. La Eucaristía implica esto.
Nosotros somos llamados por Jesús, y cuando en la Eucaristía escuchemos las palabras de la consagración del pan y de la consagración del vino, debemos de recordar que también estamos llamados a dar nuestra vida como lo hizo Jesús, cumpliendo la misión de Dios nuestro Padre. Es la dimensión existencial.
Por eso es que se consagran el pan y el vino por separado; primero uno y después el otro, para significar la muerte de Jesucristo, y recordarnos que así debemos dar nuestra vida. En la Última Cena así lo hizo Jesús: primero el pan y luego el vino, Cuerpo y Sangre. Si se derrama la Sangre, se pierde la vida, y Jesús la ha derramado.
Y como dice el mismo san Pablo al recordar la fórmula de la consagración: “Este cáliz es la Nueva Alianza que se sella con mi sangre”; es decir, esta relación permanente y constante que Jesús quiere tener con nosotros para ayudarnos a seguir su testimonio y su ejemplo en la relación con los demás, para implantar en nuestra sociedad el Reino de Dios y sus valores.
En esta solemnidad de Corpus Christi, hagamos nuestra esta enseñanza. Por eso la transmitió san Pablo, y así llega hasta el día de hoy. Nosotros debemos transmitirla con esta participación activa que hacemos de venir a la Eucaristía, pero también con la participación activa, que nos ayuda a descubrir nuestra vocación a lo que Dios nos ha llamado, siguiendo el ejemplo de Jesús.
Y finalmente, el Evangelio nos recuerda que Jesús, lo poquito o mucho que podamos hacer, Él lo multiplicará para alimento de nuestros prójimos. Me refiero a esta dimensión existencial.
Que el Señor nos ayude a ser buenos discípulos de Jesús y a experimentar, en la entrega generosa, la fortaleza del Espíritu, como le sucedió a Jesús, para que seamos no solamente felices, sino para que transmitamos esa alegría y esperanza caminando en la fe, como nuestro padre en la fe, el Patriarca Abraham.
¡Que así sea!