Homilía del Cardenal Aguiar en la Misa de Navidad
Homilía del Arzobispo Primado de México en la Catedral Metropolitana.
Aquel que es la palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn. 1, 14).
Hoy celebramos la Navidad, precisamente significa este acontecimiento: nació el hijo de Dios encarnándose en el seno de María, se hizo hombre como nosotros en todo, menos en el pecado.
¿Por qué no podía hacerse semejante con nosotros en el pecado? Porque el pecado es el rompimiento de la comunión con Dios y Él siendo el Hijo de Dios no podía romper la comunión ni consigo mismo ni con el Padre ni con el Espíritu Santo, pero en todo se hizo semejante a nosotros.
Quienes fueron testigos, quienes conocieron a Jesús, quienes lo vieron entregarse y predicar, quienes se relacionaron con Él, quienes lo vieron morir en la cruz y quienes constataron su Resurrección, son los que transmitieron la convicción de que Jesús es el Hijo de Dios vivo.
Fue un gran privilegio, y quizá muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida hayamos deseado y pensado: “me hubiera tocado a mí conocer a Jesús, y a lo mejor, hasta sería yo un mejor hombre o una mejor persona”.
Quizá también nos hemos preguntado más de una vez: “Bueno, ser discípulo de Jesús sería más fácil si lo tocáramos, si nos encontráramos con Él, si lo escucháramos”.
Pero, no tenemos ese privilegio, no podemos, porque históricamente pasó su tiempo de vida como cada uno de nosotros. La coherencia de esta semejanza en todo con nosotros, dejó impedida esa posibilidad.
Él paso su vida terrena cómo lo haremos todos y cada uno de nosotros, por eso, no lo podemos ver físicamente, pero esa dificultad tiene solución. Este hecho, de no poder encontrarlo y tocarlo con nuestras manos, no es un obstáculo para encontrarnos con Jesús.4
¿Cómo es que podemos hacer este encuentro con Él? El primer elemento que tenemos es precisamente el que encontramos en el Evangelio: La Palabra se encarnó y se hizo hombre (Jn. 1, 14), pero la Palabra sigue siendo palabra y la palabra sí la podemos escuchar.
¿Dónde, yo no me he encontrado con Jesús para escucharlo? Claro que sí, te has encontrado con Él cada vez que leemos los Evangelios, que los meditamos, que los reflexionamos y, sobre todo, si lo hacemos en un ambiente de oración y de compartir lo que llevamos dentro con los que convivimos; ese es el mejor medio para escuchar esa Palabra que es Jesús.
Jesús habla y seguirá hablando a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, ¿por qué creen que estamos aquí después de XXI siglos? Porque ha habido, a través de las generaciones, quienes se han encontrado con Él y dan testimonio con su vida, que Jesús vive en medio de nosotros.
La Palabra la tenemos a nuestro alcance, está en la Sagrada Escritura, pero además con esos elementos y enseñanzas que recogemos de esta palabra de Dios, tenemos otra dimensión para encontrarnos con Jesús, a través de la interpretación de los acontecimientos de nuestra vida y nuestro entorno, a la luz de esa Palabra.
Si aplicamos lo que Jesús enseña, lo que descubrimos en el Evangelio, en nuestra meditación, con ese aprendizaje tendremos la capacidad de encontrar a Jesús en el resto del Nuevo Testamento, e incluso en el mismo Antiguo Testamento. Así podremos discernir, es decir, esclarecer lo que tenemos que hacer ante los distintos acontecimientos de la vida, ya sean gozosos como este momento, sean tristes o trágicos.
Podremos descubrir qué es lo que Dios nos está diciendo a través de los acontecimientos y lo que debemos hacer. Esta es la primera forma para encontrarnos con Jesús, escuchándolo y a la luz de la escucha, interpretar lo que sucede en mi vida y en mi entorno.
Segundo modo de encontrarnos con Jesús, es a través de los demás. Jesús lo enseñó claramente: el prójimo es mi hermano, somos todos hijos de Dios, nos ha creado Él y quiere formar con nosotros una familia.
Ejerciendo la caridad, es decir, la actitud de misericordia que tiene Dios Padre conmigo, ejerciéndola hacia los otros, particularmente en los más necesitados, descubriremos que Jesús se ha hecho presente en mí.
No es simplemente la ayuda que le doy al otro, sino que, a partir de ese ejercicio, en mí va creciendo la convicción que Jesucristo es quien me fortalece y me da su espíritu para actuar misericordiosamente con los demás.
Lo que hagan a uno de estos pequeños en mi nombre, me lo han hecho a mí (Mt. 25, 40) y cuando lleguen a la casa de mi padre ustedes serán benditos porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estuve encarcelado y me visitaron, estuve desnudo y me vistieron (Mt. 25, 34-36).
El prójimo es otro de los modos en que podemos descubrir a Jesús en este mundo, ejerciendo la caridad y la misericordia.
El tercer modo, es el que nutre a estos otros dos modos, la participación en estos sacramentos, especialmente en la Eucaristía. Los siete sacramentos que nos ha dejado Jesús son para manifestarnos su presencia.
Jesús se hace Pan de la vida, alimento que fortalece. La Eucaristía es el encuentro de los hermanos que creemos en Su Palabra, que confiamos en Su Espíritu y que caminamos con Él. En la Eucaristía, como este momento, el Señor se hace presente, misteriosamente sí, pero real. Esta es la convicción de nuestra fe.
Hermanos, si desarrollamos este ejercicio no tengan la menor duda, no solamente crecerá nuestra convicción que vamos de la mano de Jesús y que somos buenos discípulos como Él, sino seremos también, como lo dice la primera lectura, haremos esa buena labor que señala el profeta Isaías: Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que anuncia la paz, al mensajero que trae la buena nueva, que pregona la salvación, que dice a Dios, tu Dios es Rey (Is. 52, 7).
Este mundo de hoy necesita mensajeros de buenas noticias. Muchas veces los medios en sus espacios le dan más auge, más acogida, a todo lo negativo, a todo lo que no va bien y nos desalientan ante tanto drama. No es que lo deban de ocultar, ya que nosotros en la vida diaria tocamos y percibimos el mal, pero ante esas malas noticias es necesario que haya, quien transmita buenas noticias, y esto será factible en el ejercicio de la caridad, en la relación con el prójimo como mi hermano, y entonces promoveremos la paz.
Solamente aquietando el corazón humano mediante la relación con Dios, el hombre deja de ser agresivo y se vuelve pacífico. La paz es producto de quien ha experimentado la misericordia de Dios en su vida.
Pidamos a Dios, nuestro Padre, en esta Navidad, que nos ayude a ser auténticos discípulos de Jesús, que transmitamos la buena noticia que Jesús está caminando con nosotros en los hechos de nuestra vida, con nuestra propia familia, con nuestros vecinos, con nuestros amigos, con nuestros compañeros de trabajo, con quienes nos relacionamos en la calle. Demos testimonio que el Señor camina con nosotros.
Démosle gracias a Dios, nuestro Padre por haber enviado a su Hijo para que se encarnara, y pidámosle que crezca nuestra experiencia de fe, y que seamos fortalecidos con el Espíritu Santo.
Que así sea.
Lee: Homilía del Cardenal Carlos Aguiar en la Misa de Nochebuena