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Homilía del Arzobispo por peregrinación de la Fraternidad de Comunión y Liberación

Misa del Cardenal Aguiar con motivo del 38 aniversario de la Fraternidad de Comunión y Liberación.

22 febrero, 2020

“Apacienten el rebaño que Dios les ha confiado, y cuiden de él” (1 Pe 5,1-4).

Son las palabras del apóstol San Pedro, a los que en la primitiva Iglesia del siglo I, conducían como responsables una comunidad cristiana.

Esta responsabilidad, del sucesor de los apóstoles en cada Iglesia particular, en cada diócesis, es posible llevarla a cabo, como hoy insiste el Papa Francisco, solamente con el apoyo no sólo de los presbíteros, sino también de la vida consagrada y de todos los fieles laicos. El cuidado de la comunidad no lo puede realizar una sola persona, ciertamente ella es la que orienta, la que conduce, la que está pendiente, pero es necesaria la participación de todos los miembros que integran una Iglesia particular.

Para ello han surgido, a lo largo de los siglos, distintas maneras de apoyar a los Obispos en cada una de sus Diócesis, y los Obispos nos apoyamos entre sí en comunión con Pedro, con el sucesor de Pedro. Esta es la comunión apostólica.

Hoy estamos aquí reunidos, ante nuestra Madre, para darle gracias a Dios de 38 años de servicio que ha desarrollado, en el cuidado de la comunidad cristiana, el movimiento Comunión y Liberación nacido por Don Giussani, allá en el norte de Italia en Milán. Quien hoy hace 15 años falleció. Este aniversario es importante porque permite adentrarnos en lo que significa comunión y liberación. La comunión es la vida de Dios, es el misterio de la vida divina, la Trinidad de personas y una sola naturaleza, que es el amor.

El amor solamente es posible alcanzarlo a través de la comunión, y esa experiencia de comunión es la que nos da la auténtica liberación; es decir, la salvación, el poder ser redimidos, una y otra vez, cuantas veces sea necesario, por la acción de Dios, que se manifiesta a través de la comunión.

Todo ser humano nace limitado, frágil, y está siempre en riesgo de caídas de pecado; necesitamos la comunión, la vida divina, para poder levantarnos, ser redimidos y ser liberados de toda esclavitud, de toda adicción, y de todo pecado. Agradezcamos de corazón el servicio que muchos otros han hecho, y que hoy también en nuestra Iglesia Particular de la Arquidiócesis de México realiza Comunión y Liberación.

Digámosle al Señor también, nuestra disposición de estar unidos siempre a esta roca, sobre la que se edificó la Iglesia, a Pedro, a su sucesor el Papa Francisco; ya que vivir esta comunión es lo que hace realidad lo prometido en el Evangelio por Jesús a sus discípulos.

“Tú Simón, hijo de Juan, serás la roca, serás esa piedra sobre la que edificaré mi Iglesia y los poderes del infierno, el poder del mal –que hace tanto daño a la humanidad-, no podrán sobre ella” (Mt 16,13-19).

La victoria sobre el mal la podremos experimentar, si estamos en comunión; de esta manera, garantizamos que mantengamos este poder de superar el mal en cualquiera de sus expresiones.

Digámosle a María de Guadalupe: “Tú que has querido hacerte presente en medio de nosotros para mostrarnos la misericordia de Dios, a través de tu ternura, tu cercanía, tu cariño, ayúdanos a vivir la comunión de la Iglesia, y a concentrar nuestras capacidades para hacer vivir, a quienes nos rodean y convivimos con ellos, la vida divina, la vida en comunión, que nos permite experimentar el amor”.

Que así sea.