Homilía del Arzobispo Carlos Aguiar en Viernes Santo
Homilía del Arzobispo Primado de México en la Basílica de Guadalupe
Tenemos un sumo sacerdote, capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que Él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. Acerquémonos, por tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno (Heb. 4,15-16).
Nuestro Sumo Sacerdote es Jesucristo, y lo es, porque Dios Padre ha manifestado con la Resurrección que es el verdadero Hijo de Dios, hecho hombre, quien ha padecido las mismas pruebas de sufrimiento que nosotros, pero además con su ejemplo ha quedado esclarecido el camino a seguir cuando nosotros debamos afrontar cualquier tipo de sufrimiento en esta vida.
En la lectura de la pasión y muerte de Jesús, hemos escuchado varias características de cómo afrontó Jesús su camino a la cruz:
-Jesús se entrega sin violencia al arresto
–Con valentía afrontó la traición de Judas
-Ante la autoridad religiosa, Jesús se remite a los hechos
-Y ante la injusta bofetada replica exigiendo respeto a su dignidad humana
-A la autoridad civil manifiesta y explica la verdad acorde a su predicación y su conducta afirmando: soy rey, aunque mi reino no es al estilo de los reinos de este mundo.
-En silencio recibe el castigo inmerecido, en silencio escucha su condena,
y en silencio asume la cruz que lo lleva a la muerte.
-Y antes de morir deja claro su testamento al decirle a María: Mujer, ahí está tu hijo, y al discípulo amado, ahí está tu madre: con lo cual dejaba la prolongación de su misión a la comunidad de sus discípulos.
Ahora la pregunta que debemos plantearnos es, ¿cómo aprender a vivir este testimonio de Jesús? Pues recordemos, que había anunciado con toda claridad: el que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz, y me siga (Mc. 8,34).
Y ésta, es precisamente la condición para ser discípulos de Jesús: Con plena libertad dejarlo todo, para seguir su estilo de vida y su generosa donación de poner su persona al servicio de los demás.
Ciertamente la sola incertidumbre de no saber nuestro futuro genera ansiedad y desasosiego; pero nuestra certeza está, en quien ya venció a la misma muerte, y nos ama, en quien ya experimentó la muerte en soledad y abandono: ya que él confiaba en su Padre, pero su Padre lo deja morir para cumplir la misión redentora, y mostrar que Dios jamás abandonará a sus hijos, si los hijos asumen su voluntad hasta el final, como lo hizo Jesús.
La segunda pregunta que suele venirnos a la mente es, ¿por qué el silencio de Dios ante las injusticias, por qué no interviene pronto, y por qué permite que suframos incluso hasta la muerte misma como Jesús? Él, sin duda, podría intervenir de manera portentosa antes de que sufriéramos una injusticia, pero con ello quedaría el hombre privado del ejercicio de su libertad para la toma de decisiones, pues el hombre quedaría condicionado por la omnipotencia del Creador.
Es éste un misterio del procedimiento divino, cuya explicación antropológica y teológica es entender que solo en el desarrollo de la libertad y de la toma de conciencia sobre las consecuencias de nuestras decisiones, aprenderemos a amar como ama Dios, buscando siempre el bien de sus creaturas.
Jesucristo es pues, nuestro Sumo Sacerdote que intercede ante el Padre para que recibamos la ayuda del Espíritu Santo en nuestra vida diaria, y particularmente ante cualquier tipo de sufrimiento que debamos afrontar.
En Dios Trinidad está nuestra confianza, no estamos solos, es Dios mismo que en relación, las tres personas divinas actúan en nuestro favor; por ello, la importancia de crecer en nuestra experiencia de oración personal y comunitaria, en la escucha de la Palabra de Dios, en la participación como asamblea de discípulos de Cristo, particularmente en la Eucaristía Dominical.
De este ejercicio de orar, dependerá nuestra experiencia personal para descubrir las diferentes maneras como Dios interviene en nuestro auxilio; y esta constatación hará crecer nuestra Fe, nuestra Esperanza y nuestra Caridad.
Por ello, les propongo que con un corazón agradecido dentro de un momento más, sigamos nuestro oficio litúrgico de este viernes santo, y al término, ustedes en casa, junto con el resto de su familia, adoren a Cristo en la cruz, como verán que lo haremos nosotros aquí en nombre de ustedes.
Pasen cada uno de los miembros de la familia y antes de besar el crucifijo, agradezcánle en voz alta, la manifestación de su gran amor, entregando su vida para salvación nuestra. Terminen juntos con la oración del Padre Nuestro.
Y los invito también que esta noche, reciten el santo rosario, delante de una imagen de nuestra Madre, la Virgen María, y le agradezcan habernos aceptado como hijos suyos, cuando recibió a Juan, el discípulo amado, quien nos precedió, en este magnífico privilegio de ser hermanos de Jesús, formar parte de su familia, y tener por madre común a la Virgen María.
¡Que así sea!