Fray Samuel Guerrero Morales recuerda los tiempos en que formó parte del Ejército, en el 31° Batallón de Infantería, con Sede en Culiacán, Sinaloa, en donde alcanzó el grado de Cabo de Infantería, y donde también fue fusilero paracaidista, así como de sus años posteriores, en la Policía Fiscal Federal.
Durante esos años, rememora el sacerdote de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en la colonia Algarín de la Arquidiócesis de México, su vida era muy descontrolada y por lo mismo cayó en diversos excesos e incurrió en malas prácticas.
Si bien es cierto, indica el párroco de la Orden de la Santísima Trinidad, había logrado y alcanzado muchas cosas y además podía tener todo lo que quisiera en un momento dado, también es cierto que sentía un vacío interior y tenía la sensación de que nada de lo que poseía o pudiera poseer más adelante le satisfacía.
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Poco a poco, el padre Guerrero Morales se dio cuenta de que había algo que necesita mas allá de lo material y económico. Ese sentimiento de vaciedad lo llevó a buscar respuestas espirituales, razón por la cual aprovechaba cualquier momento para entrar a las iglesias que encontraba durante los viajes que realizaba debido a su trabajo, con la única intención de hablar con Dios.
En alguna ocasión, cuenta, llegó a una iglesia administrada por franciscanos, en Tijuana, Baja California, en donde se confesó y le comentó al párroco el sentimiento de vacío que tenía en su interior, a pesar de que tenía todo lo que necesitaba para llevar una vida buena, cómoda y sin necesidades.
-Tal vez ese es un llamado que Dios te está haciendo, -le dijo aquel sacerdote al todavía integrante de la Policía Fiscal Federal.
-¿Cómo cree? -le respondió de inmediato- yo creo que Dios le habla a la gente que ha llevado una vida perfecta y honesta.
Sin embargo, ese comentario se quedó en su pensamiento, y poco a poco lo empezó a analizar. En el momento que consideró que su futuro era realmente el ordenarse como sacerdote, tomó la decisión de renunciar a su trabajo en la Policía Fiscal Federal.
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De este modo, empezó a buscar información relacionada con la formación sacerdotal, su interés fue creciendo con el tiempo y comenzó a buscar la posibilidad de ingresar a un seminario a fin de iniciar su educación sacerdotal.
Habló a diferentes órdenes y congregaciones, pero en todas ellas fue rechazado por un factor que no había previsto, su edad, ya que para cuando empezó esa búsqueda ya contaba con 34 años edad, lo cual se contraponía con el límite que en todas ellas tenían y que era de 27 años.
Incluso por sugerencias de algunas personas se presentó en el Seminario de Vocaciones Adultas, en donde habló con el rector y quien se comprometió a ayudarlo a entrar a una congregación, pero con la condición de que hiciera dos años de misión, a lo que no accedió precisamente por la edad que tendría.
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Al ver cómo se le iban cerrando una a una todas las alternativas que tenía para poder estudiar en el seminario y alcanzar su sueño, el desánimo empezó a llegarle, lo mismo que la necesidad de conseguir un trabajo.
Su pasado militar y en la Policía Fiscal le permitieron integrarse a empresas de seguridad privada, sin saber que este nuevo empleo sería fundamental para concretar su sueño, de una manera que no esperaba.
En lo que, con el tiempo sería su última etapa como laico, Samuel fue contratado por una empresa de seguridad privada que ofrecía sus servicios al Hospital Juárez ubicado en el Centro. Un día, después de comer y camino a reiniciar su jornada laboral, pasó por la Parroquia de San Pablo Apóstol, que se encontraba a unos metros de su trabajo, y decidió entrar al templo para entablar un nuevo diálogo con Dios.
Hoy, después de más de 20 años, recuerda que una vez en el interior de la iglesia se sentó en una de las bancas y de repente vio pasar al padre Miguel Cerda, a quien se dirigió para platicar sobre su inquietud y su intención de ordenarse. El párroco lo escuchó con paciencia y se interesó por lo que ese hombre le plateaba y lo orientó de manera espiritual.
Antes de despedirse, el sacerdote Cerda le pidió que regresara en una semana más mientras analizaba su caso; ocho días después Samuel Guerrero Morales volvió a la parroquia y el padre le informó que había sido aceptado para ingresar a la Orden de la Santísima Trinidad, por lo que le solicitó que preparara y llevara su ropa porque una semana después ingresaría al Seminario Conciliar de México para iniciar sus clases y con ello la formación sacerdotal que tanto deseaba.
Una vez que ingresó en el Seminario ya nada lo detuvo para alcanzar su aspiración, por lo que diez años después, a la edad de 44 años, fue ordenado sacerdote, y desde hace tres años fue designado administrador de la Parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
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“Soy una vocación tardía, como se le conoce en la Iglesia, me integré muy tarde al Seminario, a los 34 años, y gracias a Dios que encontré mi lugar en la Orden de la Santísima Trinidad”, recuerda el sacerdote.
Al preguntarle con qué Evangelio se sentía identificado, el padre Guerrero Morales no duda y de inmediato lo señala: “Con el Evangelio de Mateo, en específico con el de la Parábola de los trabajadores de la viña. Veo que Dios llama a unos desde muy jóvenes, y a mí me llamó más grande. Y a todos nos paga de la misma manera”.
Con información de Roberto Alcántara
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