Los postres y dulces mexicanos creados en conventos evocan en mi mente susurros ancestrales, y cada vez que tengo oportunidad de saborearlos me transportan a mi infancia, allá cuando mi padre, en esas tardes mágicas e inolvidables, nos deleitaba con exquisitas creaciones. Con el paso del tiempo, mi pasión por la gastronomía y la filosofía se fusionaron, permitiéndome ir a la raíz de esos postres, pensar en ellos, apreciarlos en distintos niveles de disfrute.
La tradición del dulce mexicano comienza hace tiempo, en la época novohispana, cuando las monjas comenzaron a hacer sus primeros experimentos en la materia hasta llegar a preparar auténticas delicias para satisfacer los paladares más exigentes: desde aromáticas yemas de Santa Clara hasta exquisitas cocadas de San Juan Bautista, elaboradas con recetas custodiadas en los claustros, que revelan la maravilla de la fusión entre la tradición indígena y la influencia europea, expresión misma del mestizaje.
Así pues, los postres conventuales son una tradición culinaria mexicana que se originó entre los siglos XVI y XVII, y su creación no se puede atribuir a una sola persona o convento, pues fue el resultado de un proceso histórico y cultural que incentivó el ingenio y creatividad de muchas monjas y frailes.
El propósito de las monjas y frailes al crear postres en los conventos era multifacético y estaba influenciado por su vida religiosa y su contexto social. La elaboración y venta de postres permitía a los conventos generar ingresos para llevar a cabo obras de caridad.
Por otro lado, ya que los conventos eran espacios donde las mujeres podían satisfacer sus inquietudes intelectuales y tener acceso a la lectura, la escritura y la educación, las monjas se daban a la tarea de escribir recetas que hasta el día de hoy llegan a nosotros, y que en un principio eran transmitidas únicamente de voz en voz.
Los conventos resultaron clave para su creación debido a que las monjas y frailes tenían acceso a los recursos necesarios para su elaboración, como los huertos y la actividad ganadera, que les proporcionaban las materias primas para la preparación de mermeladas, dulces cristalizados y dulces de leche, tanto de vaca como de cabra, entre otros productos. Además, los conventos contaban con espacios amplios y sus cocinas estaban muy bien equipadas con hornos, utensilios gastronómicos y otros elementos necesarios para la elaboración de los postres.
Un acontecimiento social que contribuyó al surgimiento de los postres conventuales fue la presencia del azúcar en las mesas cortesanas novohispanas, pero también la conjugación de las tradiciones culinarias españolas, criollas e indígenas, no sólo en los guisados, caldos, sopas y salsas, sino también, y especialmente, en los postres, que desembocaron en la creación de un mosaico colorido y dulce, parte de la dieta de los novohispanos, que se expandió gracias a los religiosos, que acunaron la dulcería en el interior de sus conventos.
Durante esta época, era habitual que frailes y monjas utilizaran los productos importados de España y los combinaron con ingredientes locales para desarrollar nuevas técnicas que dieron origen a recetas novedosas, iniciando así la historia del dulce en México.
En la vida conventual, la elaboración de estos postres permitía a las monjas desarrollar sus habilidades culinarias y aprender nuevas técnicas. Para las monjas, los postres eran una forma de expresar su devoción religiosa y su espiritualidad. Sus delicias culinarias, que nutrían el cuerpo y el alma, se servían en épocas como la Semana Santa, la Navidad y principalmente en la Conmemoración de los Fieles Difuntos (Día de los Muertos), donde eran un elemento importante en las ofrendas. Algunos de los postres conventuales de estas las festividades religiosas eran camotes, borrachitos, muéganos y yemas.
En efecto, el fin de las monjas de crear postres más allá de un interés culinario -como se ha dicho- tenía un lado caritativo. Además de la búsqueda de desarrollo de habilidades y aprendizaje de nuevas técnicas.
Las monjas y los frailes experimentaban con diferentes ingredientes y técnicas culinarias, a fin de crear novedades. Y como se ha señalado, las recetas de los postres conventuales se han mantenido a lo largo del tiempo, en primer lugar, gracias a la transmisión oral; pero también gracias a la conservación de manuscritos, a la práctica continua y a la influencia cultural y regional. Los postres conventuales mexicanos son una parte importante de la tradición culinaria de México, y han sido transmitidos de generación en generación, de manera oral o a través de recetarios.
Sin embargo, en tiempos modernos, este tipo de postres han sido englobados en conceptos más folclóricos, o más turístico por decirlo así, y ahora son más conocidos como ‘dulces típicos mexicanos’, ‘dulces populares’, ‘dulces tradicionales’ o ‘dulces artesanales’, entre otros nombres que los desligan de su origen en los conventos.
Pero en conclusión, la rica tradición de los postres conventuales en México es el resultado de una combinación perfecta entre ingredientes importados y locales que han sido parte esencial de la gastronomía y devoción religiosa del país. La miel, la leche de vaca y de cabra, las pepitas, el chocolate, el amaranto, las frutas cristalizadas, las almendras y la canela se han utilizado para crear una variedad de dulces exquisitos y llenos de sabor.
Pero estos postres no sólo representan una herencia cultural, sino también una prueba de la creatividad culinaria y la pasión de monjas y frailes que los elaboraban con dedicación y amor. A través de los siglos, la dulce tradición conventual ha perdurado, deleitando y conquistando los paladares de generaciones, y es un tesoro culinario que debemos valorar y preservar. ¡Sumérgete en esta deliciosa cultura y descubre el dulce sabor de la historia!
Con el levantamiento de conventos en México durante los primeros siglos de la evangelización, el país se fue llenando de sabores acanelados, avainillados, almibarados, pues monjas y frailes se dieron a la tarea de elaborar toda clase de suculencias artesanales.
Maíz, trigo, leche y cacao, combinados con el dulce extraído de la caña, la miel o el dulce de las frutas, fueron dando pie a la ingeniosa creación de postres que hoy forman parte del abanico de dulces delicias de nuestro país.
Los postres conventuales son toda una tradición en México, y las listas de productos han crecido tanto que sería imposible citarlos todos; pero van desde panes y repostería fina, hasta golosinas de todas las formas, tamaños y colores, que hoy dan identidad a nuestro hermoso y dulce pueblo mestizo.
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