“A pesar de que era bien canijo, era un hombre de Dios. Tenía una espiritualidad tremenda y una fe que contagiaba”. Así recuerda el padre Sergio Gutiérrez –Fray Tormenta– a Chinchachoma, con quien trabajó algunos años en Veracruz.
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Fray Tormenta había sido enviado al puerto a trabajar con “drogadictos, prostitutas y delincuentes”. Tiempo después, llegó a esa ciudad el padre Chinchachoma, quien no hacía mucho había llegado de España para integrarse a la comunidad.
“Se enteró de que yo estaba trabajando con esta gente, y se interesó mucho en la obra. Como era dicharachero y despapayoso, pronto los chavos lo aceptaron”.
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Explica el fraile luchador que cuando se trasladó a Puebla, Chinchachoma se quedó trabajando con los “drogadictos, prostitutas y delincuentes”, y él se enfocó en la Casa Cachorros de Fray Tormenta.
Gracias a su apostolado, en varias ocasiones se volvieron a encontrar, pues coincidían en entrevistas. “Donde nos veíamos, nos abrazábamos”.
Para Fray Tormenta, México tiene una gran deuda con “el Chincha”, y la única manera de saldarla es haciendo el bien, “preocupándonos por tantos chamacos abandonados por sus padres, haciendo lo que él hizo: ser ese padre que nunca tuvieron”.