Concepción Cabrera fue la feliz esposa de Francisco Armida, y la amorosa madre de nueve hijos. El 4 de mayo de 2019 se convirtió en la primera laica mexicana en ser beata.
Además, fue el cimiento de las cinco Obras de la Cruz, y su espiritualidad ha inspirado muchas más que ahora forman la Familia de la Cruz. Todo esto, en tiempos en que los laicos y, en especial, las mujeres, tenían poco margen de acción en la vida de la Iglesia.
En 2019, a días de su beatificación, en Desde la fe hablamos con los actores de la causa de canonización de Conchita –como cariñosamente la llaman sus hijos espirituales– quienes resumen su vasta obra y las diversas facetas de su vida en tres palabras: laica, mística y apóstol: por su vocación a la santidad en el mundo, por su unión espiritual con Jesús y por su incansable acción para ganar almas para Dios.
De entre todas las cosas que le contaron quienes conocieron a su abuela, Isabel Armida recuerda una especialmente: tenía la mirada de quien ha visto a Dios.
“Qué bonito, ¿no? A mí me gusta pensar que, aunque yo no me acuerdo de ella –tenía dos años cuando ella falleció–, esos ojos que vieron a Dios también me vieron a mí”, dice en entrevista la nieta y ahijada de bautizo de Concepción.
A la beata le sobreviven tres nietos: Isabel, Consuelo y Guillermo, de la unión de Ignacio Armida -hijo de Concepción- y su esposa Isabel Morán, con quienes vivió sus últimos años.
Isabel y Guillermo la conocieron, aunque no la recuerdan. Consuelo –Religiosa del Sagrado Corazón– nació pocos meses después de la muerte de su abuela. Pese a ello, para los tres –y para sus bisnietos y tataranietos–, Mane, como la llama su familia, ha sido siempre una presencia constante y fundamental.
Esta mujer y madre de familia beatificada el 4 de mayo de 2019 es un gran ejemplo para los laicos, aseguró Mercedes Martínez de Suárez, integrante del Apostolado de la Cruz, la primera obra fundada por Cabrera.
“Muchas mujeres del Apostolado me han dicho: ‘Conchita sabe qué es estar casada y lidiar con un marido y unos hijos. Si ella pudo ser santa, yo también puedo’. Es un ejemplo de vida”, dijo.
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El padre Vicente Monroy, Misionero del Espíritu Santo, ubica el origen de la dimensión apostólica de Conchita el 14 de enero de 1894. Aquel día, en un arrebato de amor, tomó una navaja y se grabó en el pecho las siglas JHS (“Jesús” o “Jesús salvador de los hombres”). Posteriormente, con un rizador de metal, calentado al fuego, cauterizó la herida.
Así, ella quiso marcarse para siempre el nombre de su Dueño, emulando al ganado que lleva el hierro de su propietario. Al finalizar, de sus labios salió espontáneamente el grito: ‘Jesús, Salvador de los hombres, ¡sálvalos!’
“Con este gesto, ella quería ser toda de Dios, pertenecerle por completo. Unos días después, Jesús le dijo: ‘tú eres mía, y lo mío es tuyo; Yo soy tuyo, y lo tuyo es mío. Tú me pediste la salvación de los hombres, y Yo he venido a salvarlos por medio de las Obras de la Cruz’.”
El padre Monroy señala tres grandes rasgos de la dimensión apostólica de Conchita: el sacerdocio bautismal, la generación de comunión en el Pueblo sacerdotal, y el valor salvífico del sufrimiento.
“Lo que ella le enseña al mundo es que toda tu vida puede ser apostólica. No se trata solo de dar catequesis o de tener un grupo juvenil, sino que tu vida misma es vida para otros. Toda tu vida es un apostolado. Este es uno de los rasgos esenciales de la Espiritualidad de la Cruz”.
El 25 de marzo de 1906, Dios le otorgó la encarnación mística, gracia central de la vida de esta esposa y madre de familia, lo que produjo en ella una estrecha unión con Jesucristo, a imitación de María, y una gran fecundidad espiritual.
“En el momento de la encarnación mística sintió una fuerza, una vitalidad y una alegría indescriptibles. Si antes ya tenía una capacidad especial para entender a Jesús, a partir de ese momento para ella era difícil dejar de pensar en Él”, explica la madre Luz Angélica Arana, Religiosa de la Cruz y superiora de la comunidad de Altavista.
Otra faceta destacada de Concepción Cabrera es la de escritora. Consultada para este artículo, la madre María Guadalupe Labarthe, sobrina nieta de Concepción y estudiosa de su obra, señala que sus escritos suman más de 200 tomos, e incluyen 46 obras editadas en vida, con cientos de miles de copias vendidas; 27 no editadas y un amplio epistolario.
Entre estos escritos, destaca su Cuenta de conciencia, un diario espiritual que consta de 66 volúmenes y que comenzó a escribir por petición de su director espiritual. De esa obra se han extraído muchos textos que han sido publicados en diversos libros.
Laica, mística y apóstol; esposa y madre; escritora y fundadora de obras religiosas. ¿Cómo pudo Concepción Cabrera conjugar tantas facetas y sin descuidar ninguna? Su nieta Isabel lo tiene claro: “Es la gracia de Dios”.
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