“Pequeños gigantes”: la historia del sacerdote que hizo campeones del mundo a los niños del coro
Llevan a libro la historia del sacerdote que organizó un equipo de beisbol con los niños de su parroquia, quienes llegaron a ser campeones del mundo.
En México, sobre todo en el norte del país, es muy conocida la historia del equipo Los Industriales de Monterrey de béisbol integrado por niños mexicanos de 12 años, conocidos como los “Pequeños gigantes“, y que hace 65 años, de la mano del padre Esteban y de César Faz, se proclamaron campeones mundiales en Estados Unidos luego de derrotar a varios equipos de esa nación y cerrar con un juego perfecto.
Sin embargo, pocos saben que la fe y la devoción a la Virgen de Guadalupe, por parte de los pequeños y de un sacerdote, fueron fundamentales para que su participación en ese torneo organizado en tierras estadounidenses fuera todo un éxito y regresaran a su país con el título y el trofeo en sus manos, contra todo pronóstico.
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En 1957, el padre Esteban, un sacerdote joven, alegre y entregado que llevaba pocos años al frente de una iglesia colonial, construida hace más de un siglo, ubicada en una de las colonias populares de Monterrey, Nuevo León, estaba muy seguro que el deporte era una fórmula magistral para acercar a la gente a Dios.
La Santa Misa dominical del mediodía era cita obligada para toda la población, y a ella asistían pequeños y mayores, quienes escuchaban al padre hablarles de Dios. Los más pequeños eran monaguillos o formaban el coro, del que el párroco estaba muy orgulloso.
Una vez concluida la celebración eucarística, los adultos se retiraban y los niños se quedaban para recibir la catequesis. Al terminar, algunos de los infantes se reunían en un campo cercano a la parroquia para jugar al béisbol utilizando bates hechos de ramas de árboles y pelotas trenzadas de cuerdas viejas fijadas con pegamento.
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Así, mientras los pequeños se divertían entre piedras y chatarra levantando una enorme polvareda, el padre Esteban, quien había sido jugador antes de entrar al seminario y era fan de los aún Dodgers de Brooklyn y que un año después serían de Los Ángeles, presenciaba emocionado los partidos.
La convocatoria al torneo
Un día de ensayo del coro de la Iglesia, los niños llegaron con un cartel, que arrancaron de una farola, que anunciaba la organización de una competición de béisbol infantil en Monterrey, y se invitaba a formar equipos para participar.
A los chicos se les veía muy ilusionados, narra Javier Trigo en el libro Dios es deportista, y el sacerdote sabía que aquella era una ocasión para luchar por un reto, por un proyecto común en los que se podrían estrechar los lazos de amistad.
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Ante la emoción mostrada por los niños, el padre les señaló que primero “necesitaríamos un entrenador, pero no conozco a nadie”.
De inmediato Ángel, uno de los pequeños, le replicó:
-“¿Quién mejor que usted?”.
-“Yo solo soy un sacerdote, no se entrenar”, replicó el cura.
-“Para empezar, es suficiente”, secundó Suárez, otro de los menores.
La petición a la Virgen de Guadalupe
Ante la insistencia el padre Esteban aceptó y los convocó al día siguiente para empezar a entrenar, no sin antes llevarlos, esa misma tarde, a la capilla de la Virgen de Guadalupe que tenía en su iglesia, a quien le encomendó el proyecto y ayudarles a encontrar un entrenador.
La respuesta de Nuestra Señora de Guadalupe no se hizo esperar y ese mismo día cuando Ángel regresaba a su casa corriendo, chocó contra un joven llamado César Faz quien se dirigía a la fábrica de hierros con un bate de béisbol en la mano, lo que abrió la curiosidad del pequeño, quien le preguntó si sabía jugar y este le respondió que había sido varios años asistente de los Cardinals de San Louis.
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Emocionado por aquel fortuito encuentro, Ángel le preguntó a Faz si quería ser el entrenador del equipo que estaban formando, ante lo que le pidió al niño que volvieran la mañana siguiente para hablar.
Un día después los nueve niños del coro fueron a la iglesia para hablar con el padre Esteban sobre lo sucedido. “La Señora nunca falla”, dijo el sacerdote, que acompañó a toda la cuadrilla a ver a quien sería su entrenador.
Dios nos da la capacidad de lo imposible
Día a día el padre Esteban disfrutaba viendo entrenar a los niños, además de que se encargaba de hablar con sus padres para que les dejaran viajar y poder jugar sus primeros partidos de competición, nada menos que en Estados Unidos.
En tanto, las madres se encargaron de confeccionar la ropa de juego: unos pantalones blancos y unas casacas del mismo color en las que iría bordado en rojo el nombre de la ciudad, Monterrey.
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De esta manera, gracias a la visión y el compromiso de un joven presbítero, que conjugó la práctica del deporte con la evangelización, nació la leyenda de “Los pequeños gigantes de Monterrey“, que en el verano de 1957 cogieron un autobús desvencijado y se presentaron en Estados Unidos.
Aquellos niños que formaban parte del coro de la Iglesia del padre Esteban se proclamaron campeones de la Little League World Series de aquel año, ganando la final con un “juego perfecto”, que cuando el equipo contrario no logra avanzar a ni una sola base.
César Faz y el padre Esteban lograron que unos niños de 12 años consiguieran su sueño, superando humillaciones, problemas burocráticos y falta de medios. El sacerdote sabía que manteniendo la fe “a veces, Dios nos da la capacidad de conseguir lo imposible”.
Después de obtener el campeonato mundial el equipo visitó en 1958 la antigua Basílica de Guadalupe para agradecerle a la Virgen Morena su logro.
Con base en esta historia se creó la película El Juego Perfecto.
Con información de Religión en Libertad