Los 3 grandes encuentros en la vida del nuncio Franco Coppola
En entrevista, el Nuncio Apostólico en México nos cuenta los tres grandes encuentros que han marcado su vida, uno de ellos ocurrió en el país.
Cuando Franco Coppola decidió que quería ser sacerdote, nunca imaginó que su vocación lo llevaría a algunos de los lugares y momentos más complicados de la historia reciente, como la oficina del dictador Saddam Hussein, antes de que estallara la guerra en Irak; o a la iglesia de Belén, en Cisjordania en el año 2002, donde se escondió un grupo de milicianos palestinos, y que había sido sitiada por el ejército israelí durante más de un mes.
Tampoco imaginó que sería destinado a países en guerra civil como Burundi o la República Centroafricana, o con graves problemas de guerrilla y narcotráfico, como la Colombia de los años noventa. Y finalmente a México, donde este año visitó Aguiilla, Michoacán, un pueblo asediado por grupos del crimen organizado. En realidad, monseñor Coppola sólo quería ser vicario.
“Párroco no, porque el párroco tiene problemas, tiene que pagar facturas, cuestiones administrativas y burocráticas. El vicario, en Italia, normalmente se ocupa de los jóvenes y el catecismo“.
Coppola –“se pronuncia con acento en la ‘o’, como el director de cine”- nació en Maglie, un pequeño pueblo de la provincia de Lecce, Italia. La influencia de un tío sacerdote fue decisiva para que descubriera su vocación y, terminando la preparatoria, pidió su ingreso como seminarista. En su diócesis no había espacio, y el obispo encontró un lugar para él en el Seminario Mayor de Roma.
Desde que encontró su vocación, monseñor Franco Coppola ha tenido tres grandes encuentros que han marcado su vida para siempre.
El primer encuentro: Su director espiritual
El primero fue en el Seminario Diocesano de Roma –recuerda-, cuando conoció a su director espiritual, el padre Giuseppe Mani, quien le mostró la manera como quería vivir su ministerio sacerdotal.
“Una persona enamorada del Señor, al que la fe lo mueve, y que tiene esta misma necesidad que yo aprecio en el Papa Francisco, una necesidad de evangelizar. Una persona que habla con el Señor, sin tener visiones místicas, en la oración habla con el Señor y su vida entera está enfocada en dar testimonio de ese amor, como alguien que descubre el fuego y quiere incendiarlo todo”.
El seminario tenía un par de canchas de tenis que los seminaristas no utilizaban nunca. “Nos parecía un deporte elitista, nosotros preferíamos jugar futbol”.
Los únicos que jugaban en esas canchas eran los sacerdotes que estudiaban la Academia Pontificia Eclesiástica, encargada de formar a los diplomáticos que trabajarán en las nunciaturas del mundo y en la Secretaría de Estado.
“Para nosotros, seminaristas que teníamos como ideal ser vicarios en una parroquia, ellos eran casi como traidores de la causa, porque en lugar de ir a una parroquia a trabajar con la gente, ellos frecuentaban las recepciones y lugares elitistas”, recuerda entre risas.
Por ello, tiempo después de ser ordenado y de pasar un tiempo como formador del Seminario, regresó a su diócesis de origen. Cuando su obispo recibió la carta de un cardenal, solicitando que le enviara al padre Franco para estudiar en la Academia, la noticia no le cayó muy bien.
Para entonces llevaba tres años felices cumpliendo su sueño de ser vicario.
“El obispo me dijo: Franco, necesito el apoyo de este cardenal, así que tú di que sí, y vas a Roma”. Sin pensarlo más, hizo las maletas y volvió a la capital italiana.
Al concluir los estudios diplomáticos, en los años noventa, monseñor Coppola inició su larga carrera de servicio al Papa en el mundo. Vivió en Líbano, Burundi, Colombia y Polonia, antes de ser llamado de nuevo al Vaticano para incorporarse a la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, específicamente para la región del Oriente Medio.
Ahí, acompañó al cardenal Roger Etchegaray, entonces presidente del Pontificio Consejo de Justicia y Paz, visitó países en momentos de conflicto, como Irak o Israel, hasta que el Papa Benedicto XVI lo nombró Nuncio Apostólico en Burundi, país al que había servido en plena guerra civil. Con el nombramiento llegó también la ordenación episcopal.
El segundo encuentro: El Papa Francisco
De Burundi, monseñor Coppola partió a la República Centroafricana en 2014, enviado por el Papa Francisco.
“En ese momento estaba estallando la guerra civil en la misma capital, Bangui, un país donde no había ejército, no había policía, no había fuerza pública. Sólo había dos bandas de rebeldes que se hacían la guerra, una diciendo que protegía a los cristianos y la otra diciendo que protegía a los musulmanes. La guerra civil tenía un tinte religioso, pero era sólo un tinte porque en realidad no había confrontación entre las comunidades, eran intereses de poder”.
En este escenario, con un gobierno endeble y sin ninguna garantía de seguridad, el Papa Francisco le anunció al Nuncio su intención de visitar las República Centroafricana. Ahí ocurrió el segundo encuentro.
Fue una oportunidad única para conocer de cerca al Santo Padre, pero también una verdadera experiencia de fe preparar una Visita Apostólica en un país con un conflicto interno, un gobierno económicamente quebrado y sin garantías de seguridad.
“Un viaje que no tenía nada para realizarse, se realizó de una manera espectacular. No sería suficiente esta entrevista para contarle todos los episodios que pasaron”.
“Pude ver en el Papa algunos rasgos de san Pablo, quien decía ‘ay de mí si no evangelizo’. Qué emoción cuando regresábamos de las visitas y subíamos para cambiarnos en nuestras habitaciones. Yo iba un poco detrás de él y miraba su sotana blanca manchada de tierra roja. El Papa que regresaba a casa con la sotana manchada de tierra, después de encontrar a la gente, estaba viviendo en medio de la gente”.
Esa imagen del sucesor de Pedro contrastaba totalmente con la imagen que tenía de los miembros del servicio diplomático, de saco negro y alzacuellos. Entonces, no le quedó duda: “El Papa es un apóstol y el Espíritu Santo lo ha enviado a la Iglesia porque necesita que la Iglesia sea apostólica”.
El tercer encuentro: La Virgen de Guadalupe
Poco tiempo después de la visita Apostólica en la República Centroafricana, el Papa Francisco mandó llamar al Nuncio Coppola, para anunciarle su próximo destino: México.
“El Papa vino a la República Centroafricana y, dos meses después, el siguiente viaje que hizo fue a México, en febrero de 2016. Me imagino que, como en mi caso, para la preparación del viaje a México tuvo ocasión de conocer al nuncio y, evidentemente, lo apreció tanto que lo envió como nuncio a Washington y me llamó a mí de la República Centroafricana”.
– ¿Con qué encomienda lo mandó el Papa Francisco a México?
“Sólo digo las dos primeras cosas que me dijo con un tono de broma, lo demás es reservado. Lo primero que me dijo fue: ‘Franco, a partir de ahora tienes que aprender a tomar tequila’. La segunda es que, como antes estábamos acostumbrados a hablar en italiano entre nosotros, me dijo: ‘a partir de la próxima vez que nos veamos solamente vamos a hablar español”.
Monseñor Coppola destacó que México es un país de especial importancia para la Iglesia y, en particular, para el Papa Francisco.
“Mis dos experiencias previas como nuncio fueron en Burundi, que es un país minúsculo, de 10 mil kilómetros cuadrados (…) y la República Centroafricana es muy grande en tamaño, pero sólo 5 millones de población y ocho obispos”.
“Estaba acostumbrado a países donde había ocho o nueve obispos. Pasé de un país casi olvidado del mundo, que nadie conoce, a un país que es central en todo el mundo y para la Iglesia de una manera especial. Consciente de mis limitaciones, que son evidentes, claro que estaba asustado”.
Lo primero que hizo cuando llegó a la Ciudad de México fue pedir a sus colaboradores que lo llevaran a la Basílica de Guadalupe. Monseñor Coppola reconoce que sabía muy poco de la Reina de México y Emperatriz de América.
“Llego a la Basílica, avanzo por la plaza y veo escritas las palabras de la Virgen: ‘¿Por qué te preocupas, no estoy yo aquí que soy tu madre?”
“Esas palabras sentí que me las dijo a mí. Las dijo a Juan Diego, pero me las dijo también a mí. Este fue el tercer encuentro importante de mi vida”.
A partir de ese momento, el Nuncio Apostólico pasó del desconocimiento a la devoción profunda.
“Yo, desde que llegué a México, pedí no tanto la ciudadanía mexicana sino hacerme ‘ahijado’ de la Virgen y también poder contarme entre los hijos de esta Madre”.