Durante casi nueve meses, en el Área Covid del Hospital General del IMSS Zacatecas “Dr. Emilio Varela Luján”, se podía ver por las noches a un hombre con traje quirúrgico desechable color azul, lentes de protección y máscara respiratoria de alto filtro, recorriendo las camas de los pacientes.
Para muchos de los enfermos Covid, aquel hombre era un “ángel, un verdadero enviado de Dios”, porque no solamente se preocupaba por su salud corporal, sino también por la salud espiritual, llevándoles todos los días la Sagrada Comunión.
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Algunos pacientes salieron del hospital o regresaron a la Casa del Padre sin saber quién era aquel hombre que los valoraba, les suministraba el medicamento, les regulaba el oxígeno, pero también les ofrecía el Cuerpo de Cristo que llevaba consigo en un pequeño relicario.
Hoy se sabe su identidad. Se trata del doctor Antonio del Río Arana, un joven médico residente, quien actualmente cursa su especialidad en Medicina Familiar en la capital del norteño estado de Zacatecas.
Todo comenzó el año pasado, cuando la pandemia por Covid-19 interrumpió los servicios espirituales que ofrecían habitualmente los sacerdotes en los hospitales del estado de Zacatecas, provocando que muchos enfermos Covid no pudieran confesarse ni recibir el Cuerpo de Cristo antes de morir.
De esta manera, en los primeros meses de la pandemia habrían muerto cientos a causa del coronavirus, así como de otras enfermedades, sin la posibilidad de contar con la asistencia espiritual por parte de un sacerdote.
Antonio del Río nació en Guadalajara, Jalisco, en el seno de una familia católica. Desde pequeño acostumbra ir a Misa, confesarse, comulgar y participar en los coros parroquiales.
En 2019 tuvo la oportunidad de estar presente en la visita que hizo el Papa Francisco a Panamá, con motivo de la XXXIV Jornada Mundial de la Juventud, y ahí escuchó del Santo Padre estas palabras: “Hay que hacer algo que deje huella“.
En entrevista para Desde la fe, el doctor Antonio recuerda que en aquella ocasión, durante la Vigilia de Adoración al Santísimo Sacramento, el Papa explicó que los jóvenes no eran la Iglesia del futuro, sino la Iglesia del presente.
“Nos dijo que si íbamos a hacer algo por la Iglesia, lo hiciéramos en este momento, en la trinchera en la que estuviéramos. Y es que como jóvenes, a veces decimos ‘lo haré cuando sea grande'”, explica.
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Por aquellos días, el joven doctor había llegado a vivir a Zacatecas para continuar con su especialización. Celoso de sus prácticas de fe, continuamente visitaba la iglesia Catedral y la Basílica para recibir el Sacramento de la Confesión y participar en la Eucaristía. Fue ahí donde conoció a dos sacerdotes, con quienes poco a poco fue construyendo una gran amistad.
“Desde mi llegada a Zacatecas –detalla– asistía mucho a la Catedral; los sacerdotes me empezaron a ver que iba seguido, porque generalmente no se ven muchos jóvenes en Misa entre semana. Fue así como comenzó a generarse una amistad bonita con ellos”.
Debido a la crisis sanitaria, que había dificultado el auxilio espiritual que la Iglesia ofrecía a los enfermos hospitalizados, uno de los sacerdotes le preguntó al joven doctor si se animaría a llevar la Comunión a los enfermos Covid.
“Si bien yo no era Ministro Extraordinario de la Comunión, se me estaba encomendando esta misión porque me conocían y sabían que no iba a hacer mal uso del Cuerpo de Cristo, y la acepté”, dice.
Los dos sacerdotes fueron con el obispo de Zacatecas, Mons. Sigifredo Noriega, para pedir su aprobación a fin de que el médico fuera nombrado por un año “Ministro Extraordinario de la Comunión” y pudiera cumplir con esta encomienda.
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Esa misión coincidió con los meses más difíciles de la pandemia en Zacatecas, donde en los hospitales tenían hasta diez muertos por día, y “se tenía que hacer algo de emergencia por las almas se nos estaban yendo”.
En el relicario que le proporcionaron en la Catedral cabían aproximadamente diez Hostias Consagradas, las cuales, una vez estando en área Covid, las partía con sumo cuidado para que alcanzaran todos los pacientes que solicitaban la Sagrada Comunión.
Al no ser sacerdote y no poder confesar, la instrucción que le dieron era que pidiera a los enfermos que deseaban comulgar, que hicieran un acto profundo de arrepentimiento de todo lo malo que hubieran hecho en la vida. Y si Dios les permitía salir del hospital, acudir con un sacerdote para confesarse.
“Durante casi nueve meses fui miembro del Equipo Covid en el turno nocturno. Cuando terminábamos la visita a los pacientes, yo me regresaba y les ofrecía el Cuerpo de Cristo“.
A las personas intubadas, el doctor les acercaba el relicario a su frente y hacía una pequeña oración por ellos.
El haber dado la Sagrada Comunión a los enfermos de Covid, fue para el joven médico una “catequesis tremenda”, pues si bien siempre ha sido católico practicante, asegura que lo que aprendió durante este tiempo fue más de lo que hubiera podido imaginar.
Dos historias en particular fueron las que más llamaron su atención.
La primera de ellas –cuenta– fue la de un hombre que se encontraba en estado crítico, cuyo pronóstico era que le quedaba muy poco tiempo de vida, quizás unas horas; aquel paciente llevaba varios días sin poder pronunciar ni una sola palabra.
“Cuando me acerqué a él, le pregunté que si quería comulgar, sólo asintió con la cabeza. Le pedí que se arrepintiera de todo corazón de sus pecados, y comenzó a llorar. Cuando le di el Cuerpo de Cristo, el señor comenzó a hablar. Fue como un milagro instantáneo, pero lo único que decía era: ‘Ahora sí, ya estoy tranquilo’. Y lo repetía una y otra vez”.
El doctor Antonio narra el otro caso, el de una señora que, al estar pidiendo perdón a Dios por sus pecados, comenzó también a llorar. Cuando se calmó, le dijo al doctor que saliendo del hospital iría a confesarse, y él le dio la Comunión. Lamentablemente, dos días después, la señora falleció.
“Ella era conocida de una amiga mía. Cuando pude hablar con mi amiga, le dije que lo sentía mucho, pero que le dijera a su familia que estuvieran tranquilos, pues le había pedido perdón a Dios y había comulgado. Mi amiga me dijo: ‘¿Y a poco te aceptó la Comunión? Es que ella era Testigo de Jehová’. Después supe que la señora era católica, pero años atrás se había cambiado de religión. Dos días antes de fallecer, regresó al seno de la Iglesia católica”.
Durante el tiempo que el médico dio la Comunión en el área Covid, iba todos los días por la tarde a la Catedral de Zacatecas para recoger el relicario con las Hostias Consagradas. Lo guardaba en su bolsa y lo llevaba al hospital.
Narra: “Mis compañeros nunca se dieron cuenta, sino hasta que comenzaron a salir algunas notas de esto en los medios de comunicación. Yo no quería que se conociera lo que estaba haciendo, pero un sacerdote me dijo que no me sintiera mal, porque podría ser un ejemplo para que alguien más hiciera lo mismo”.
El doctor Antonio dice haber sentido impotencia al percibir una falta de celo por la salvación de las almas. “No quiero juzgar a nadie, pero cuánto bien hubieran hecho más sacerdotes al estar con los enfermos, para confesarlos y darles la Comunión. Yo quisiera que en un futuro, si volviera a haber otra pandemia, que Dios no quiera, quienes conformamos Iglesia, le entremos con todo”.
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