Dios lo llamó al sacerdocio por su lado más débil: “Me gustaba andar de metiche”
A sus 45 años, José León estudia el último año de Teología en el Seminario Mayor Vicentino de la Ciudad de México, y ha solicitado ya la emisión de sus votos perpetuos porque, ahora sí, está resuelto a ser sacerdote si Dios así lo quiere. Pero… ¿qué fue lo que lo llevó a tomar esa […]
A sus 45 años, José León estudia el último año de Teología en el Seminario Mayor Vicentino de la Ciudad de México, y ha solicitado ya la emisión de sus votos perpetuos porque, ahora sí, está resuelto a ser sacerdote si Dios así lo quiere. Pero… ¿qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión a la que tanto se había negado? Pues una serie de vivencias, comenzando por dos bofetadas bien asestada por parte de su madre, quien ya no quería verlo bebiendo en exceso y entre malas compañías.
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José León es originario de León, Guanajuato. Nació en una familia católica, pero no comprometida con la Iglesia. Asistía a Misa con sus padres y sus nueve hermanos, pero más allá de eso no se involucraban en temas de la religión, pues estaban completamente entregados al deporte del futbol.
“Somos una familia de futbolistas, mi papá y mis nueve hermanos son entrenadores, y la mayoría de mis sobrinos se dedican a jugar. Cuando éramos niños, yo era el único de la familia al que no le gustaba el futbol, a pesar de que mi papá me llevaba al estadio y hacía todo lo posible por que me gustara”.
Primera llamada
“La primera vez que me involucré en un tema de la Iglesia fue a los 12 años -platica José León-. Lo que ocurrió en aquel entonces fue que asistimos un domingo a Misa, vi un anuncio sobre un encuentro que decía: ‘¿Quieres descubrir tu vocación?’. Yo no tenía idea de qué era un encuentro, tampoco lo que significaba la vocación. En pocas palabras, no sabía lo que anunciaban. Pero eso sí, siempre he sido bien metiche, así que le dije a mi papá: ‘Yo quiero ir ahí’”.
Su papa tampoco sabía mucho de qué se trataba dicho encuentro, pero lo llevó a hablar con el párroco, quien los contactó con los organizadores. En aquel encuentro, José León tomó la decisión de estudiar en el Seminario Diocesano de León, ya que en ese entonces ahí se podía cursar la secundaria.
Cuando la familia se mudó a vivir a san Luis Potosí, él también hizo su cambió al Seminario de esa Diócesis. Ahí cursó la preparatoria, llevó el Curso Introductorio, y al finalizarlo decidió de manera terminante que no quería dedicarse a ser sacerdote. Así que se salió. “Recuerdo que dije: ‘Bueno, esto es todo para mí aquí. ¡Así que adiós!’”
Como le gustaba mucho la música, José León se dedicó por años a tocar: durante un tiempo estuvo en un grupo musical, en otro periodo anduvo cantando en un bar, y como un trabajo más formal se dedicaba a ayudar a sus hermanos en sus negocios. Así que ya veía su vida hecha fuera del ámbito religioso. Incluso un par de veces pensó en el matrimonio con distintas novias, pero no se concretó.
Segunda llamada
Cuenta José León que, a pesar de ver su camino fuera de la Iglesia, nunca dejó de apoyar en el coro de su parroquia, donde además tenía a su novia. Así que, cierta vez que estaba tocando en Misa, se encontró con uno de sus excompañeros del Seminario, quien ya se había ordenado sacerdote en la Congregación de los Vicentinos, y quien le pidió de favor que lo acompañara a un Bautismo a Guadalajara.
“En el trayecto -dice José León-, este padre me estuvo insistiendo en que me inscribiera de nuevo en el Seminario, ahora con los Vicentinos, pero yo le dije que no. Definitivamente yo ya no me veía de seminarista. Luego de dos meses, me pidió que lo acompañara a un preseminario a cantar, y al final me dio un papel: era mi carta de aceptación al Seminario. Le dije que no, que no regresaría, que eso no era para mí.
Sin embargo, como siempre le gustó andar metido por acá y por allá, “de metiche” como él dice, habló con su novia y fue a ver de qué se trataba aquello. “Aguanté ocho meses con los Vicentinos, me salí y me fui a hacer lo que hacía antes”.
Esta vez lo que se propuso fue convivir más con sus hermanos, de manera que se metió al equipo de futbol. “Como no era tano bueno en eso -dice-, escogí ser defensa lateral porque era lo que se me hacía más fácil. Después, jugando de defensa, fui a dar con un equipo muy de barrio, y comencé entonces a andar con la pandilla. Tenía entonces unos 27 años”.
Era una época en la que le gustaba estar tomando con sus amigos desde el viernes hasta el domingo; sólo hacía un alto para cumplir con el coro de la parroquia. “La pandilla… pues hacía cosas de pandilla. Algunos cometían sus fechorías; había quienes se drogaban; otros éramos más tranquilos y sólo nos dedicábamos a tomar. La verdad es que me encantaba esa vida. Aquello terminó con el par de bofetadas que me dio mi madre. ¡Jamás me había pegado! ¡Ahí fue que reaccioné!”.
Tercera llamada
Cierto día, uno de los padres formadores del Seminario Vicentino le envió una invitación para un encuentro de exseminaristas en Lagos de Moreno; y como siempre, por andar queriendo meter las narices en todos lados, decidió asistir.
“El encuentro duró unos cuatro días, y al final el padre me invitó a ir como laico a una misión en la sierra. Acepté. Fuimos a aquella misión cuatro laicos: dos hombres y dos mujeres”.
“En esa misión, supe exactamente a lo que quería dedicarme: a ser misionero laico para toda la vida. Lo hablé con mi novia, y ella estuvo de acuerdo, porque vio cuánto me apasionaba serlo”. Conforme pasaba el tiempo, José León cada vez menos se sentía a gusto en casa, era como si su espacio natural fuera la misión.
“Lo mío eran andar viendo qué pasaba por uno u otro lugar, qué necesidades tenía la gente, ayudarles, ver qué les hacía falta. Eso siempre ha sido lo mío: andar de un lado a otro metiéndome en todas partes”.
Ocho años transcurrieron desde aquella misión en la sierra, cuando de pronto las dos jóvenes que iban con él a la misión, tomaron la decisión de meterse de religiosas. Y dos años más tarde, en el 2016, fueron ellos, José León y el otro joven, quienes tomaron también la decisión de ingresar al Seminario de los Vicentinos para dedicarse a servir a Dios desde el ministerio sacerdotal.