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Del llanto por sus difuntos a la alegría de conocer a Dios

22 noviembre, 2022
Del llanto por sus difuntos a la alegría de conocer a Dios
Una hermosa historia de fe

Como un largo túnel sin luz, así recuerda César Bernal aquellos días de agosto de 2021, mismos que iniciaron con el mes: los cinco integrantes de la familia se contagiaron de covid-19, y estaba por venir lo peor: el llanto y la desesperación ante la enfermedad y la muerte.
César no recuerda cómo fue que de pequeño él se formó alguna noción de Dios, pues su familia no asistía a ninguna iglesia, y en casa jamás fue un tema la religión. Eso sí, creció practicando algunos valores cristianos, especialmente la caridad, por enseñanza de su padre: ya llevando alguna ayuda a alguien sin recursos, ya comprando un pollo para personas de la calle, y otros actos caritativos.
A César también le habría gustado aprender de su papá la firmeza de carácter; pero no fue así. Lo descubrió a los 34 años de edad, cuando se presentaron los días difíciles.

El inicio del oscuro túnel

“Fue al iniciar agosto cuando mi papá tuvo que llevar a mi hermana a la Clínica 13 -refiere César-, porque ya estaba muy mal por el covid”.
Aquella vez su papá se regresó a casa, pues también se sentía bastante mal, y él, César, tuvo que ir a la clínica para estar al pendiente de los reportes médicos. Aunque tenía pocas nociones sobre la oración, comenzó a orar: “Dios -le dije-, en la vida yo jamás te he pedido nada, ayúdame a que mi hermana esté bien”.
En eso estaba, cuando de pronto escuchó su nombre. Era el médico, quien ya le traía un reporte. “Me dijo que mi hermana estaba muy grave, que sus pulmones ya no funcionaban y que en cualquier momento podía fallecer”.
César llegó a casa y le dijo a su papá que su hermana estaba muy mal, pero no se atrevió a decirle a qué grado.
En la noche de ese día, la salud de su papá empeoró, de manera que su tío se lo llevó también a internar. “Mi papá halló lugar en la Clínica 45”.

Primera fatalidad

El 3 de agosto, un empleado de la Clínica 13 se comunicó con el tío de César, quien a la vez informó a su familia que su hermana acababa de fallecer.
“Jamás había sentido yo un dolor así. Tenía una tristeza enorme, y más porque sabía que no podría entrar a despedirme de mi hermana. Estábamos en shock. Fueron las hermanas de mi mamá quienes nos ayudaron con los trámites, la incineración y todo eso.”
Refiere César que su papá se empezó a comunicar con ellos desde la Clínica 45 gracias a un doctor que le prestó su teléfono. “No se escucuchaba tan mal. Me preguntó por mi hermana, pero no le dije que ya había muerto, no tuve el valor. ”

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Segunda fatalidad

“El lunes -platica César-, tuve que presentarme a trabajar. De mañana, me marcaron de un número desconocido, y me pasaron a mi papá. Comencé a animarlo: ‘Hemos salido de muchas, papá, y de esta también vamos a salir’.
Pero apenas habían pasado unas horas, cuando le volvieron a marcar. “Eran como las once. Me preguntaron si alguien podía ir por las pertenencias de mi papá. ‘¿sus pertenencias? -dije-, ¿cómo está mi papá?’. ‘No, pues tu papá ya falleció’”
César señala que no supo bien qué hizo al momento siguiente; sólo recuerda que se sentía destrozado, con ganas de que su papá estuviera vivo un poquito más, sólo para poder ir a la clínica y decirle cuánto lo amaba. Pero ya no se podía hacer nada.



Lo más oscuro del túnel

Comenzaron para César meses de mucha oscuridad; no podía superar sus pérdidas. “El que la gente me dijera que todo iba a estar bien, o que mi hermana y mi papá ya estaban con Dios, no significaba nada. ¡Sentía coraje!
En noviembre, llegó a su lugar de trabajo una joven llamada Anita, quien quería checar un producto. Pertenecía a la Parroquia Divina Providencia (Del Valle). “Comenzó a platicar conmigo -dice César-. Me preguntó si tenía hermanos y de ahí surgió la conversación. Le platiqué lo que había ocurrido. Le confesé todo lo mal que me sentía. Anita me dijo que me acercara a Dios y me invitó a una reunión por Zoom que tendrían sus compañeros de la iglesia”. César, por supuesto, le dijo que no. Pero Anita le insistió, hasta que finalmente él aceptó.
“Esa vez entré a la reunión- señala-, y lo primero que vi fue una comunidad unida; no entendía lo que se decían, porque yo no sabía nada de Iglesia, pero lo que sí sabía era que estaban todos juntos y se apoyaban”.
Al día siguiente, César sintió necesidad de entrar a la reunión, y así lo hizo. Y todos los días, llegada la hora, ocurría lo mismo: tenía ganas de entrar.
“En diciembre se acabaron las reuniones por Zoom y fui por primeva vez a la parroquia. Y ahí estaba Anita, ahí estaba Rosario, ahí estaba el padre, ahí estaban todos. Fue entonces que Anita pronunció unas palabras que me llenaron de emoción: ‘Aquí estamos tu familia espiritual’. ¡Fue como si se hubiera hecho el día!”.

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Un joven renovado

César no estaba bautizado por ninguna religión. Así, inició su preparación para recibir, el día 16 de abril, en la Vigilia Pascual, los sacramentos de iniciación: Bautismo, Confirmación y Primera Comunión. “Invité a mi mamá y a mi hermano. Les expliqué de qué se trataba la ceremonia. Pero no entendían nada, al grado de que mi mamá me preguntó si me iba a casar”.
Llegado el día, César entró a la parroquia junto con sus madrinas: Anita y Rosario, quienes le habían comprado el traje para esa ocasión tan especial. No veía por ningún lado a su mamá ni a su hermano.
Finalmente, como parte de la Vigilia Pascual, se realizó el ritual de los nuevos bautizados. “Sabía que ni mi mamá ni mi hermano tenían mucho interés en asistir. Pero al final de la celebración volteé para ver si acaso los veía por ahí. No estaban. Pero lo que sí vi fue una iglesia repleta. Ahí estaba toda mi familia espiritual”.





Autor

Editor de la revista Desde la fe/ Es periodista católico/ Egresado de la carrera de Comunicación y Periodismo de la Facultad de Estudios Superiores Aragón. 

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