‘El silencio de Jesús’, una escultura mexicana en el Vaticano
La escultura del arquitecto Enrique Espinosa permanece en los Jardines Vaticanos, y su llegada ahí fue bastante 'atropellada'.
Cuando Enrique Espinosa decidió regalar una de sus obras al Papa Juan Pablo II, nunca se imaginó la tremenda aventura que viviría en los siguientes meses. Su historia incluye arte, paciencia, tenacidad, osadía y una buena dosis de confianza en Dios.
En 1986 este arquitecto y artista mexicano decidió hacer las gestiones necesarias para que su escultura titulada El silencio de Jesús fuera aceptada en donación por los Museos Vaticanos.
“Así empezó la aventura de mi vida”, dice en entrevista con Desde la fe.
La escultura consiste en dos grandes placas de aluminio que forman juntas la silueta de Cristo crucificado.
“Esta figura de Cristo es difícil de identificar porque tiene un sólo punto de vista y hay que descubrirlo. Ese es precisamente el mensaje de mi obra, que tenemos que descubrir a Dios en todos nuestros actos, porque muchas veces lo tenemos en frente pero no lo vemos”.
El inicio de la aventura
Con la obra lista, el artista buscó al Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, entonces Arzobispo Primado de México, para que lo ayudara a enviar al Santo Padre una carta explicando su intención, pero no tuvo éxito. Sin embargo, un día mientras vacacionaba en Oaxaca, escuchó las risas de un grupo de personas en el salón de un hotel. Impulsivamente abrió la puerta y se encontró, precisamente, con don Ernesto Corripio.
“¿Qué coincidencia, no? Me acerqué y le dije que necesitaba hablar con él. Me dió su tarjeta y me pidió que llamara a su oficina para pedir una cita”. Días después entregó al Cardenal la carta y las fotografías de su obra. Y sólo semanas después, el entonces Arzobispo lo mandó llamar.
“Me leyó la carta en la que se aceptaba mi escultura para ser parte de la colección del Museo. Fue una alegría enorme que sigo celebrando 32 años después. Pero ahí empezó la verdadera aventura”, expresa el arquitecto.
‘Milagrosas’ coincidencias
Desde el encuentro con el Cardenal Corripio, hasta que El silencio de Jesús fue expuesto en los Jardines Vaticanos, hubo un contratiempo tras otro.
En principio, la Nunciatura Apostólica barajó la posibilidad de enviar gratuitamente la escultura por medio de una aerolínea italiana, pero esa puerta se cerró abruptamente, recuerda.
“Fui corriendo a Aeroméxico a buscar al director general, a quien no conocía. Tomé el elevador y subí hasta el último piso y, coincidentemente, me recibió su secretario particular. También era arquitecto, ya lo había visto en la escuela”. En poco tiempo llegaron a un acuerdo: Aeroméxico llevaría la escultura hasta Madrid, España, a cambio de que Espinosa diseñara una colección de platos para sus vuelos.
Pero en Madrid hallaría un nuevo contratiempo, el costo del envío a Roma era de tres millones de pesos de la época. “Yo no tenía dinero, pero tenía un terreno en Cuernavaca (…) lo vendí exactamente en tres millones”, continuó.
Y se perdió…
Tras gestionar los permisos necesarios y conseguir en generoso donativo los boletos de avión, finalmente, en mayo de 1986, el arquitecto Espinosa llegó a Roma con su esposa, creyendo que la obra ya estaría en posesión de los Museos Vaticanos.
Pero ocurrió un nuevo contratiempo, se enteró que había sido enviada a Etiopía por equivocación de la aerolínea. Tuvo que intervenir Carlo Pietrangeli, quien era director general de monumentos, museos y galerías pontificias, para que la obra por fin pudiera llegar Roma.
Sin embargo, en el aeropuerto romano ocurrió un obstáculo más: debía pagar 120 mil dólares de derechos aduanales.
“Salí corriendo al edificio de aduanas que estaba enfrente, vi una puerta abierta y entré a una oficina. Le dije al que estaba ahí: tú me tienes que ayudar. Era el director. Él me explicó que la única forma de evitar ese pago era que la obra saliera de un vehículo oficial del Vaticano y me dijo que un vecino suyo era chofer del Papa”. El propio director le pidió ayuda a esa persona. A medio camino, mientras cruzaban la ciudad, el chofer detuvo la marcha y soltó en llanto.
-“¿Por qué llora?”, preguntó el arquitecto.
-“Hoy es día de Corpus Christi -respondió el chofer- y yo llevo al Señor aquí atrás”.
‘El silencio de Jesús’ llegó a su nuevo hogar
Fue en mayo de 1986 cuando el arquitecto Enrique Espinosa se convirtió en el primer mexicano en exponer de forma permanente su obra en los Jardines del Vaticano, como parte de la colección del Museo de Arte Moderno, y sólo a unos cuantos pasos del museo que resguarda la obra de grandes artistas de la historia, como Miguel Ángel.
Cuando quedó finalmente instalada El silencio de Jesús, el arquitecto ofreció una entrevista a Valentina Alazraki, corresponsal de Televisa, en la que agradeció el apoyo de todos los que intervinieron para que llegara ahí.
Ahora, 34 años después de aquel día, el arquitecto Espinosa resume esa aventura con estas pocas palabras: “Después de toda esta historia ¿No crees en los milagros?”.
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