La restauradora trabaja junto a San José, devolviendo color y vida a la escultura. Foto: Jackie Sánchez/DLF
La figura de San José de la Parroquia del Buen Despacho, en la Arquidiócesis Primada de México, está siendo restaurada con cuidado y devoción. El proceso, encabezado por la restauradora Claudia Alejandra Garza, no solo busca rescatar el valor artístico de la escultura, sino también devolver a la comunidad un testimonio de fe que ha acompañado a generaciones de creyentes.
“El reto mayor fue retirar los repintes que ocultaban los colores originales y devolver a la escultura su esencia. San José tenía incluso la mano desprendida, que ya pudimos reintegrar de manera adecuada”, explicó Garza. Pero más allá de la técnica, la restauradora enfatiza que el objetivo no es que la obra “luzca como nueva”, sino que recupere su belleza auténtica, respetando su historia y los siglos de devoción que carga consigo.
Durante el trabajo, cuenta la restauradora a Desde la fe, se revelaron detalles que habían quedado escondidos, como las corladuras verdes que decoraban la túnica del santo y que permanecían ocultas bajo un repinte negro. También volvió a apreciarse la policromía de flores en su manto, con pétalos rojos y azules, símbolos de la delicadeza y ternura con la que se representaba al padre de Jesús.
La primera intervención fue devolver a San José su mano desprendida, adherida nuevamente mediante un perno que asegura su posición correcta. Posteriormente, se llevó a cabo el rejacimiento, proceso con el que poco a poco se levantan áreas debilitadas de la escultura.
El trabajo más intenso ha sido la reintegración cromática. Con pinturas al barniz estables, los restauradores aplican color únicamente en las zonas con pérdidas, respetando los deterioros existentes. Así, el objetivo no es cubrir la pieza por completo, sino recuperar gradualmente su unidad y permitir que se entienda el diseño original, explica la restauradora.
“En el manto de San José, por ejemplo, se corrigieron errores de repinte y se cerraron pérdidas pequeñas para rescatar la policromía de flores. De igual manera, la túnica y las áreas verdes recuperaron sus corladuras, barnices aplicados sobre dorado, que habían desaparecido casi por completo bajo un tinte negro”, detalla. Finalmente, se atendieron las encarnaciones, el cabello y la barba del santo y del Niño, aplicando color solo en las zonas con abrasiones o pérdidas puntuales.
La especialista de arte, explica que esta restauración se hizo bajo un modelo de “puertas abiertas”, es decir, los fieles pueden acercarse, observar los avances, preguntar y descubrir el valor de conservar estas imágenes que, además de su belleza, son expresión de la fe de un pueblo. “Es fundamental que la gente entienda que tienen en sus manos un tesoro de siglos. Los sacerdotes y restauradores pasamos, pero la comunidad permanece, y es ella la que debe seguir cuidando estas obras”, subraya Garza.
El proceso no solo es técnico; también es un camino de sensibilización, asegura. “Los equipos parroquiales y los feligreses aprenden que una limpieza inadecuada puede dañar gravemente las piezas, mientras que pequeños cuidados cotidianos —como evitar la luz solar directa o mantener la escultura en condiciones apropiadas— garantizan su preservación”.
Cada restauración implica también un acto de obediencia y comunión con la Iglesia y el Gobierno, pues todas las obras virreinales son patrimonio de la nación. Por eso, antes de iniciar cualquier trabajo, se deben cumplir pasos claros: notificar la necesidad, acudir a la Dimensión de Bienes Culturales, elaborar estudios previos y tramitar la autorización del INAH.
Al final, lo que queda no es solo una imagen restaurada, sino una comunidad más consciente de su historia y de la riqueza espiritual que custodia.
“San José nos enseña a cuidar con ternura lo que se nos confía. Así también la Iglesia cuida de su patrimonio, que es un signo de la fe viva de su pueblo”, concluye Garza.
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