¿Qué nos deja el Año Jubilar y cómo hacer crecer la semilla de la esperanza?
Mons. Julián López Amozurrutia reflexiona en la Catedral Metropolitana sobre el Jubileo de la Esperanza y qué debemos hacer para que crezca la semilla de la esperanza a partir de la contemplación del rostro de Cristo.
En la víspera del cierre del Año Jubilar de la Arquidiócesis Primada de México, Mons. Julián López Amozurrutia, Canónigo y Teólogo de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, impartió una conferencia titulada “El rostro de la Esperanza”, en la que profundizó en el significado espiritual del Jubileo de la Esperanza
La reflexión retomó el camino recorrido como Iglesia durante este año jubilar y las gracias recibidas en este tiempo de misericordia, invitando a seguir viviendo el júbilo cristiano mediante la contemplación del rostro de Jesucristo, a quien definió como “nuestra más grande dicha”.
La conferencia, realizada en la Catedral Metropolitana, formó parte de los actos conmemorativos por el cierre del Año Jubilar, el cual culminará con el rito de clausura de la Puerta Santa. Entre las celebraciones destacaron también un concierto coral, una vigilia de Adoración y la celebración de la Santa Misa.
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¿Quién es “El rostro de la Esperanza”?
La conferencia ofrecida por Mons. Julián López se desarrolló en tres momentos fundamentales: una reflexión sobre el sentido del Año Jubilar; la acción de gracias por los dones derramados por el Espíritu Santo durante este tiempo de gracia; y el papel de María Santísima, Madre de la Esperanza, en el Jubileo.
El sentido del Año Jubilar
El canónigo de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México subrayó que en este periodo de gracia el verdadero júbilo —palabra de la que deriva el término jubileo— consiste en contemplar el rostro de Jesucristo.
“La alegría del Año Jubilar depende siempre de nuestra mirada colocada de manera contemplativa ante el rostro de Cristo. Él nos muestra el amor de Dios, su misericordia y nos anima a la esperanza”, expresó.
Asimismo, recordó las palabras del Papa Francisco pronunciadas durante el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, cuando afirmó que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. En Él, Dios manifiesta de manera definitiva su amor al enviarlo al mundo y revelarlo a la humanidad.
“Mirando a Cristo, vemos la profundidad del amor de Dios”, señaló Mons. López, “porque al contemplarlo, el corazón humano puede experimentar ese amor vivo que suscita la esperanza de la salvación”.
En su reflexión, el Canónigo de la Catedral Metropolitana evocó también el pasaje evangélico de los discípulos de Emaús, quienes, tras el aparente fracaso de la cruz, se encontraron con Cristo resucitado, que les explicó el sentido de su entrega y se dio a reconocer en la fracción del pan:
“Tenemos esta manifestación plena, discreta pero eficaz, elocuente y al mismo tiempo misteriosa del amor de Dios, que nos entrega a su Hijo como alimento, fuente de toda gracia y principio de la edificación de la Iglesia”.
Acción de gracias
En el segundo momento de la conferencia, Mons. López Amozorrutia reflexionó sobre el tesoro de la redención que la Iglesia recibe en este singular tiempo de gracia.
“A las gracias abundantes de Dios corresponde, desde nuestra humildad y pequeñez, la acción de gracias. Él nos da su gracia y nosotros le damos gracias, recordando que la Eucaristía es precisamente eso: acción de gracias”, aseguró.
En este tenor, invitó a los cristianos a ejercitar una gratitud concreta y cotidiana, que no se quede en lo genérico, sino que reconozca los dones más sencillos de la vida, como la respiración y el latido del corazón.
Esta contemplación de la vida se vuelve especialmente significativa en el tiempo de Navidad, al contemplar a Jesús Niño presentado por su Madre, imagen de toda la ternura que Dios desea comunicar a la humanidad:
“Cuando vemos al Niño pequeño envuelto en pañales, el horizonte de la eternidad adquiere sentido. Descubrimos que todo lo bueno es posible y que Dios es la fuente de esa bondad”, reflexionó.
No obstante, advirtió sobre la presencia de los “Herodes” de nuestro tiempo: “También hoy hay muchos Herodes que, disfrazados de hombres y mujeres justos, amenazan la vida”.
Frente a ello, recordó que siempre será más fuerte el amor que el odio, la vida que la muerte y el don de Dios que cualquier exigencia caprichosa. Desde esta certeza brota la verdadera acción de gracias, que se traduce en amor al prójimo, especialmente a los más necesitados.
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“Hagan lo que Él les diga”
En el tercer momento, Mons. López retomó las palabras de la Virgen María en las bodas de Caná: “Hagan lo que Él les diga”, invitando a acoger la sabiduría mariana como camino de santidad.
Señaló que no basta con escuchar la Palabra, sino que es necesario llevarla a la acción: “las obras hay que realizarlas, hay que hacerlas”.
Así, invitó a llenar las tinajas de nuestras responsabilidades, aun cuando parezcan secas o agrietadas por el cansancio o la falta de sentido, confiando en que Cristo puede transformarlas.
“Nosotros aportamos el agua; Él puede hacer que esa agua se convierta en vino. Así aprendemos, de María, el verdadero sentido de la obediencia y del trabajo”.
De este modo, afirmó, el Jubileo deja la esperanza sembrada en el corazón de los fieles y retomó el deseo expresado por el Papa Francisco al concluir este Año Jubilar, quien señaló que se trata de una esperanza que no declina, a ejemplo de María, modelo de confianza plena en la acción de Dios.
Esta esperanza, añadió, se refleja también en el diálogo entre Santa María de Guadalupe y San Juan Diego, cuando la Virgen ofreció una palabra que vino a colmar el vacío y el desamparo del pueblo indígena, convocándolo a una tarea común:
“Construir la casita de todos, que no es solo ni en primer lugar la Basílica de Guadalupe, sino la comunidad cristiana reunida en torno al Hijo Santísimo de María”.
Lo vivido en este Jubileo —concluyó monseñor López Amozurrutia— continúa y se proyecta en la imagen de María, en quien se cumplen las promesas de Dios: “Esta es nuestra fe. Esta es nuestra esperanza. Este es el aliento de nuestro amor”.



