¿Se puede ser feminista y católica? 4 pensadoras que combinan la fe y la lucha por la igualdad

Leer más

Testimonio: Mis padres no eran devotos, y no creían en mi vocación

Mi nombre es Luis Ángel Cruz, tengo 20 años de edad y actualmente curso primer grado de Filosofía. Desde niño fui muy inquieto y muy curioso; me preguntaba sobre el entorno en el que me desarrollaba; mis padres de vez en cuando iban a la iglesia, pero no eran grandes devotos, no se consideraban practicantes […]

Mi nombre es Luis Ángel Cruz, tengo 20 años de edad y actualmente curso primer grado de Filosofía. Desde niño fui muy inquieto y muy curioso; me preguntaba sobre el entorno en el que me desarrollaba; mis padres de vez en cuando iban a la iglesia, pero no eran grandes devotos, no se consideraban practicantes de la fe, como muchos dicen.

Cuando llegaban a llevarme a la iglesia, que no era muy seguido, me gustaba contemplar los ornamentos del sacerdote, y especialmente la cruz me parecía muy interesante. De manera que crecí en el seno de una familia católica, pero sin ninguna clase de compromiso con la Iglesia.

El deseo de ser sacerdote se presentó en mí, haciéndose cada vez más sensible, cuando decidí asistir a la Escuela de Pastoral, un grupo de laicos que enseñan lo básico de la religión y de la fe. Me gustaba mucho aprender, pero no me era suficiente; observaba a las personas y las veía como ovejas dispersas, sin pastor, aun teniendo al sacerdote cerca. Eso me causaba inquietud y a la vez me hacía preguntarme por qué esa situación causaba tanto ruido en mi mente; todo eso empezó a cobrar cada vez más fuerza en mi corazón.

Comencé a ver películas de santos y a leer sus biografías; me parecían seres tan bellos y nobles que me daban ganas de imitarlos. En la Eucaristía de los domingos, le pedía al Señor discernimiento acerca de su voluntad; el deseo de ser sacerdote estaba allí, y crecía paulatinamente, al grado de que no podía dormir por la inquietud. Pedí consejos a algunos de mis amigos de Pastoral, y me dieron varios muy acertados, mismos que comencé a seguir, y así, con el tiempo, se me fueron clarificando las cosas.

Un día, durante la elevación del cáliz en la Eucaristía, le pregunté al Señor si era su voluntad que yo entrara al Seminario, y tuve un momento muy sensible en mi alma y en mi mente: me vi elevando el cáliz, sentía un gran deseo de elevar al Señor, tocarlo, llevarlo a los demás. Hasta ahora permanece en mí ese deseo, a veces un poco tibio, pero otras veces muy intenso.

Comencé a buscar información sobre la manera de ingresar al Seminario; mis padres aún no creían en mi decisión. Después las cosas se dieron de manera muy curiosa: mi promotor no me llamaba para la entrevista, y yo no tenía los recursos necesarios para adquirir lo que se requería; pero veía en todo eso la mano de Dios, aún más clara, pese a las tinieblas que de pronto se presentaban.

Dios hizo que entrara al Seminario por medio de sus servidores; no tenía ni Biblia, pero la conseguí, así como los demás artículos, sin tener que gastar mucho; y el sacerdote de mi parroquia aceptó ayudarme. Todo estaba planeado así, lo único que faltaba era mi respuesta. Debo ser sincero; me da miedo, pero a pesar de mis debilidades humanas, Dios me llamó a ser su servidor, y sobre todo a aprender a confiar en Él, a amarle desinteresadamente en su Iglesia. Le doy gracias a Dios por todas sus bendiciones.

Seminario Conciliar de México