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Solidaridad y fraternidad nacen de los escombros

Pese a que aún queda pendiente la restauración de los templos dañados en la Ciudad de México, la población, entre ellos personas indigentes, se han encargado de mantener limpias y en funcionamiento las iglesias dañadas.Cynthia Fabila, Abimael Juárez y Vladimir AlcántaraTreintaitrés años después, el 19-S volvió a poner a prueba a México. La memoria fue […]

  • Pese a que aún queda pendiente la restauración de los templos dañados en la Ciudad de México, la población, entre ellos personas indigentes, se han encargado de mantener limpias y en funcionamiento las iglesias dañadas.

Cynthia Fabila, Abimael Juárez y Vladimir Alcántara

Treintaitrés años después, el 19-S volvió a poner a prueba a México. La memoria fue sacudida con un nuevo sismo de 7.1 grados, que despertó la conciencia colectiva y avivó los sentimientos más nobles de una nación. Aunque aún queda un largo camino para la reconstrucción de los templos dañados, la solidaridad de las comunidades se volvió el primer cimiento de la recuperación.

La mañana siguiente al terremoto, Benito Torres, párroco de la iglesia de la Soledad, ubicada en el corazón de la Merced, se dio a la tarea de organizar un desayuno para las personas indigentes que le ayudarían a limpiar los escombros que dejó el sismo. Algunos vecinos y menesterosos convivieron para sacar las piedras y remanentes que cayeron de las torres del campanario de la iglesia, que desde hace muchos años se encuentra en el olvido.

“No dudaron ni un segundo en ayudar, muchos de ellos son mejores personas que nosotros. Algunos se quejan de lo sucio que está el atrio a causa de los indigentes, pero hoy en día ellos son quienes lo barren y tratan de mantenerlo limpio. En ocasiones están al tanto de que el padre salga acompañado de la iglesia, sobre todo por la tarde, cuando el barrio se pone más peligroso”, relata Georgina Olvera, secretaria de la parroquia.

Estas personas están atentas a lo que necesita la iglesia, sobre todo en las labores del aseo. “Todos los días se encargan de limpiar las escaleras y el atrio, cuando terminan les doy un vale para que se alimenten en el comedor comunitario que tiene el padre y que da servicio desde hace dos años”, detalla Olvera.

La comunidad eclesiástica está viva, asegura por otra parte, el padre Jaime González Martín del Campo de la Iglesia Santiago Apóstol, en Tlatelolco, ya que los feligreses, al menos los de su comunidad, siempre están dispuestos a ayudar.

“Después del sismo fueron ellos quienes limpiaron los escombros. Recuerdo que estaba cerca el 2 de octubre y necesitábamos remover varias piedras grandes del campanario y que corrían el riesgo de caer. Pedí ayuda al gobierno, pero me dijeron que era un asunto particular. Contacté a tres empresas para hacer los andamios y bajar las piedras, pero no quisieron porque eran maniobras peligrosas; una tarde, un muchacho de la comunidad me dijo que él y su familia lo harían, pues se dedicaban a limpiar ventanas en las alturas. Armaron cinco puertos en la torre del campanario y pudimos quitar varias rocas muy pesadas; gracias a ellos evitamos una tragedia mayor”.

Manos a la obra

Aunque ya pasó un año, las labores humanitarias y las de reconstrucción continúan para la Iglesia.

El diácono Dennis Herington, Comisionado de la Pastoral Social de la VI Vicaría de la Arquidiócesis de México –que coordina las labores humanitarias, la entrega de víveres y participa en la fase de reconstrucción–, comenta que la ayuda a los damnificados sigue, y resalta que en las labores de ayuda de la Iglesia no hay tiempos electorales, sino una actividad constante de apoyo y promoción.

Para Genaro Chávez Vázquez, párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen y San José, en Prado Coapa, “es cierto que el amor no impide las crisis y el dolor, pero también representa el principal elemento de apoyo para buscar soluciones y sacar lo mejor de nosotros mismos, porque nos humaniza y sensibiliza para hacernos más fraternos y solidarios”.

Explica que, si anhelamos firmemente la restauración de nuestra comunidad, de la familia, de nuestra vida, lo debemos realizar de la mano de Jesús. “Dios lo que espera es que haya brazos que trabajen por las personas que sufren, que hay una comunidad atenta y no indiferente a su dolor”.


“El sismo del 19 de septiembre representó en mi vocación un nuevo inicio; vi gente sufrir, personas desesperanzadas espiritual y psicológicamente, ávidas de algún consuelo. Esto creó en mí una gran necesidad de ayudar. Definitivamente soy otra persona que antes del sismo”. Seminarista Ricardo Vidales, colaborador del Patrocinio de San José, parroquia contigua al Multifamiliar Tlalpan.