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Preside el Cardenal Rivera Carrera las fiestas patronales de la Catedral de México

Carlos Villa Roiz
Con la asistencia de los venerables Cabildos Metropolitano y de la Insigne Basílica de Guadalupe en la Catedral de México, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado, y 9 obispos auxiliares, celebraron la Santa Misa al conmemorarse la festividad de la Asunción

Con la asistencia de los venerables Cabildos Metropolitano y de la Insigne Basílica de Guadalupe en la Catedral de México, el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado, y 9 obispos auxiliares, celebraron la Santa Misa al conmemorarse la festividad de la Asunción de la Virgen María al cielo, ya que este templo está consagrado a dicha advocación mariana.

El altar estuvo bellamente adornado con flores multicolores y la música litúrgica con los órganos monumentales y los coros de la Catedral fue especialmente seleccionada, imprimiendo toda solemnidad a la celebración religiosa.

Al inicio de la Eucaristía, el Señor Cardenal felicitó a varios sacerdotes que cumplen años de su ordenación, especialmente al obispo Francisco Clavel Gil, cuya ordenación episcopal tuvo lugar hace 16 años.

Durante la homilía, el Arzobispo Primado de México dijo que “La Iglesia peregrina en la historia y se une hoy al cántico de exultación de la bienaventurada Virgen María; expresa su alegría y alaba a Dios porque la Madre del Señor entra triunfante en la gloria del cielo. En el misterio de su Asunción, aparece el significado pleno y definitivo de las palabras que ella misma pronunció en Ain Karim, respondiendo al saludo de Isabel: «Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso» (Lc 1, 49)”.



Explicó que ella fue la primera en entrar después de él en la gloria, en cuerpo y alma, en la integridad de su ser humano.

“El «sí» de María es alegría para cuantos estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte. En efecto, a través de ella vino al mundo el Señor de la vida. Los creyentes exultan y la veneran como Madre de los hijos redimidos por Cristo. Hoy, en particular, la contemplan como «signo de consuelo y de esperanza» para cada uno de los hombres y para todos los pueblos en camino hacia la patria eterna.

“En el actual momento histórico, esta dimensión del misterio de María es más significativa que nunca. La Virgen, elevada a la gloria de Dios en medio de los santos, es signo seguro de esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad. La gloria de la Madre es motivo de alegría inmensa para todos sus hijos, una alegría que conoce las amplias resonancias del sentimiento, típicas de la piedad popular, aunque no se reduzca a ellas. Es, por decirlo así, una alegría teologal, fundada firmemente en el misterio pascual. En este sentido, la Virgen es causa de nuestra alegría.”

Finalmente dijo que “María, elevada al cielo, indica el camino hacia Dios, el camino del cielo, el camino de la vida. Lo muestra a sus hijos bautizados en Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Lo abre, sobre todo, a los humildes y a los pobres, predilectos de la misericordia divina. A las personas y a las naciones, la Reina del mundo les revela la fuerza del amor de Dios, cuyos designios dispersan a los de los soberbios, derriban a los potentados y exaltan a los humildes, colman de bienes a los hambrientos y despiden a los ricos sin nada (cf. Lc 1, 51-53).





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