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Homilía de la Misa de este 10 de abril en la CV Asamblea Plenaria de la CEM

La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma. Todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía (Hech. 4,32).   La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles presenta la realidad administrativa de la Iglesia primitiva: todo lo ponían en […]

La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma. Todo lo poseían en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía (Hech. 4,32).

 

La primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles presenta la realidad administrativa de la Iglesia primitiva: todo lo ponían en manos de los apóstoles y satisfacían las necesidades de la comunidad.

Es verdad que eran comunidades pequeñas, donde la relación entre sus miembros era personal, y de amplio conocimiento entre ellos. Sin embargo no deja de ser un criterio para la Iglesia de todos los tiempos.

Para nosotros los Sucesores de los Apóstoles, que conducimos una Iglesia Particular, la administración económica es una grave e indispensable responsabilidad. Hoy los Obispos necesitamos que cada Iglesia particular tenga conciencia clara de la importancia de llevar una administración honesta, transparente, solidaria y subsidiaria de los bienes; y para ello es necesaria la colaboración de los Presbíteros y de los fieles laicos.

En segundo lugar debemos también considerar la administración de los bienes como un factor fundamental para la pastoral. De manera que entendamos que la buena administración hará posible una puesta en común de los recursos humanos, estructurales, y financieros en beneficio de la comunidad eclesial de cada Diócesis.

No te extrañes que te haya dicho tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu (Jn. 3,7-8).

En la lectura del Evangelio Jesús advierte, que el hombre nuevo conducido por el Espíritu, debe estar atento a las inquietudes que se mueven, no solo en su interior sino también en los demás miembros de la comunidad eclesial.

¿Cómo puede ser esto? (Jn. 3,9).

La vida del espíritu nos conduce sin saber de antemano el camino preciso a recorrer. Los pasos los debemos ir descubriendo, mediante el discernimiento en momentos coyunturales y auxiliados por las estructuras previstas, en el tema de la administración de los bienes, con la ayuda de los Consejos de Asuntos Económicos, tanto Diocesanos como Parroquiales.

Ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? (Jn. 3,12).

Creer en la palabra de Jesús y comenzar con las cosas de la tierra, es decir responder a nuestras necesidades temporales, nos capacitará para descubrir las celestiales.

Me atrevo a afirmar que a veces hablamos tanto y solamente de las cosas celestiales que las dejamos sin referencia a las cosas terrenas. Cuando el testimonio de Jesús fue encarnarse para hablarnos de la vida humana y sus contextos terrenales. Eso sí, orientando la experiencia terrenal a la meta y destino celestial.

El hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que crea en él tenga vida eterna (Jn. 3,14-15).

Hay que dar a conocer a Jesús, y de ese anuncio y proclamación entenderemos que el cuidado de las responsabilidades temporales es el camino de la vida hacia la eternidad.

Una espiritualidad de comunión y un camino sinodal, como nos ha propuesto e indicado el Papa Francisco, nos permitirán experimentar la nueva vida que nos ofrece el Espíritu Santo.

Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estima entre el pueblo (Hech. 4,33).

La relación entre la administración económica y la acción pastoral será un testimonio magnífico y convincente de la vida del Espíritu, como lo fue en la Iglesia naciente.

Auxiliémonos unos a otros, y animémonos a recorrer este camino sinodal con responsabilidad social, recordando que hemos sido llamados para esta misión por Dios Padre, quien está dispuesto a concedernos la gracia del Espíritu Santo.

Que sea éste el ánimo, la motivación y la confianza de esta Asamblea Episcopal que estamos iniciando. ¡Que así sea!

 

+ Carlos Aguiar Retes

Arzobispo Primado de México