Luchas desiguales y sueños de resistencia
Publicamos, a continuación la presentación del papa Francisco publicada en el libro “La irrupción de los Movimientos Populares, Rerum novarum de nuestro tiempo”, que engloba una reflexión a varias voces sobre estos fenómenos.
Estoy particularmente gozoso de dar la salida a este volumen, fruto de la reflexión a más voces, de un grupo de estudioso de distintas extracciones y competencias, que han hecho una re- lectura de la experiencia de los llamados “Movimientos Populares”, reconstruyendo la génesis, los eventos, el desarrollo y el significado que este ciclo de encuentros ha tenido. Un evento de verdad inédito en la historia reciente de la Iglesia, sobre el cual es útil volver. Este archipiélago de grupos, asociaciones, movimientos, trabajadores precarios, familias sin techo, campesinos sin tierra, ambulantes, limpia-vidrios de los semáforos, artesanos de la calle, representantes de un mundo de pobres, de excluidos, de los no considerados, de irrelevantes, que tienen olor “a barrio, a pueblo, a lucha” representan, en el panorama de nuestro mundo contemporáneo, una semilla, un renuevo que como el grano de mostaza dará mu- cho fruto: la palanca de una gran transformación social. El futuro de la humanidad “no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las elites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”. Este pueblo de pequeños que he definido como “poetas sociales”, hombres de la periferia, de una vez al centro, como es bien narrado en el volumen, con su propio bagaje de luchas desiguales y de sueños de resistencia, han venido a poner en la presencia de Dios, de la Iglesia y de los pueblos, una realidad muchas veces ignorada, que gracias al protagonismo y a la tenacidad de su testimonio, ha salido a la luz. Pobres que no se han resignado a sufrir en la propia carne de su vida la injusticia y el despojo, sino que han escogido, como Jesús, dócil y humilde de corazón, de rebelarse pacíficamente “a manos desnudas” contra ello. Los pobres no son solamente los destinatarios preferidos de la acción de la Iglesia, los privilegiados de su misión, sino que también son sujetos activos. Por eso tenía la intención de expresar, a nombre de la Iglesia, a esta galaxia de hombres y asociaciones, que anhela la felicidad del “vivir bien” y no de aquel ideal egoísta de la “buena vida”, mi genuina solidaridad. Decidiendo acompañarlos en su caminar autónomo. Esta red de movimientos transnacionales, transculturales y de diversas culturas religiosas, representa una expresión histórica tangible, en el modelo poliédrico donde a la base se encuentra un diverso paradigma social, el de la cultura del encuentro. Una cultura que tiene que ver con el otro, el diverso a sí. De la lectura de este volumen, que espero que ayude a tantos a comprender en profundidad, a dar mayor luz y significado al valor de estas experiencias, quiero brevemente subrayar algunos aspectos que me parecen importantes, en la esperanza que las palabras que les he dirigido a ellos hayan contribuido a solicitar en las conciencias de quienes rigen los destinos de este mundo, un renovado sentido de humanidad y de justicia, a mitigar las condiciones hostiles en las que los pobres viven en el mundo. Los Movimientos Populares, y esto es lo primero que quiero subrayar, que en mi opinión representan una gran alternativa social, un grito profundo, un signo de contradicción, una esperanza de que “todo puede cambiar”. En su deseo de no uniformarse en ese sentido único centrado sobre la tiranía del dinero, mostrando con su vida, con su trabajo, con su testimonio, con su sufrimiento, que es posible resistir, actuando con coraje buenas decisiones y a contracorriente. Me gusta imaginar este archipiélago de “descartados” del sistema, que está comprometiendo al planeta entero, como “centinelas” que –aún en lo obscuro de la noche– escrutan con esperanza un futuro mejor. El momento que estamos viviendo está caracterizado por un escenario inédito en la historia de la humanidad, que he tratado de describir a través de una expresión sintética: “más que como una época de cambios, como un cambio de época”, que es necesario compren- der. Una de las manifestaciones más evidentes de esta mutación es la crisis transnacional de la democracia liberal, fruto de la transformación humana y antropológica, producto de la “globalización de la indiferencia”, a la que he aludido tantas veces, ha generado un “nuevo ídolo”: el del miedo y la seguridad, de donde hoy uno de los signos más tangibles es la familia- ridad que tantos tienen con las armas y la cultura del desprecio, característica de nuestra época, que un notorio histórico de nuestro tiempo ha definido como: “la edad de la rabia”. El miedo es hoy el medio de manipulación de las civilizaciones, el agente creador de xenofobias y de racismo. Un terror sembrado en las periferias del mundo, con saqueos, opresiones e injusticias, que explota como hemos visto en nuestro pasado reciente, también en los centros del mundo Occidental. Los Movimientos Populares pueden representar una fuente de energía moral, para revitalizar nuestras democracias, cada vez más claudicantes, amenazadas y puestas en mesa de discusión en innumerables factores. Una reserva de “pasión ci- vil”, de “interés gratuito por el otro”, capaz de regenerar un renovado sentido de participación, en la construcción de nuevos agregados sociales que afronten la solicitud, mostrando una conciencia más positiva del otro. El antídoto al populismo y a la política-espectáculo está en el protagonismo de los ciudadanos organizados, en particular de aquellos que crean –como lo es en el caso de tantas experiencias presentes en los Movimientos– en su cotidianeidad, fragmentos de otros mundos posibles que luchan por sobrevivir a la obscuridad de la exclusión, de donde “crecerán árboles grandes, surgirán bosques tupidos de esperanza para oxigenar este mundo”. Los Movimientos Populares expresan cómo la “fuerza del nosotros” sea la respuesta a la “cultura del yo” que mira únicamente a la satisfacción de los propios intereses, cultivando –a pesar de su propia precariedad– el sueño de un mundo distinto y más humano.
El crecimiento de las desigualdades, ahora globalizadas y transversales –y no solamente económicas, sino sociales, cognitivas, relacionales e intergeneracionales—, es reconocido unánimemente como una de los más graves desafíos con los cuales la humanidad tendrá que medirse en las próximas décadas. Fruto de una economía cada vez más separada de la ética, que privilegia el lucro y estimula la competencia, provocando una concentración de poder y de riqueza, que excluye y que pone a la puerta como “al pobre Lázaro” a miles de millones de hombres y mujeres.
El “presente” para millones de personas es hoy una condena, una prisión, marcada por la pobreza, por el despojo, por la falta de trabajo, pero sobre todo por la ausencia de futuro.
Un infierno al que debemos ponerle fin. En este sentido, los Movimientos Populares –con su “resiliencia”– representan una resistencia activa y popular a este sistema idolátrico, que excluye y que degrada, y con su experiencia cuentan cómo la rivalidad, la envidia y la opresión no son necesariamente agentes de crecimiento, mostrando —por el contrario— que también la concordia, la gratuidad y la igualdad pueden hacer crecer el producto interno bruto. El derecho a las “tres T”: tierra, techo, trabajo, derechos inalienables y fundamentales, representan los prerrequisitos indispensables de una democracia no solo formal, sino real, en la cual todos los hombres, independientemente de su ingreso o de su posición en la escala social, son protagonistas activos y responsables, actores del propio destino.
Sin participación, como algunos ensayistas contenidos en este libro han argumentado bien, la democracia se atrofia, llega a ser una formalidad porque deja fuera al pueblo de la construcción de su propio destino.
Quiero empeñar una palabra sobre la tercera de estas t, que según la Doctrina social de la Iglesia es un derecho sagrado. En los últimos años el mundo del trabajo ha cambiado vertiginosamente.
Las recaídas antropológicas de estas transformaciones son profundas y radicales, y sus efectos no son del todo claros. Estoy convencido desde hace tiempo que en el mundo postindustrial no hay futuro para una sociedad en la que solamente existe el “dar para tener” o el “dar por deber”. Se trata “de crear una nueva vía de salida a la sofocante alternativa entre las tesis neoliberales y las neoestatales.
Los Movimientos Populares son, en este sentido, un testimonio concreto, tangible, que muestra que es posible contrastar la cultura del descarte, que considera a los hombres, mujeres, infantes y ancianos como excedencias inútiles – y muchas veces dañinas – del proceso productivo, a través de generar nuevas formas de trabajo, centradas en la solidaridad y la dimensión comunitaria, en una economía artesanal y popular. Por todo es- to he decidido unir mi voz y de sos- tener la causa de tantos que realizan los oficios más humildes y —las más de las veces, privados del derecho de remuneración digna de la seguridad social y de una cobertura de pensiones— En este estado de parálisis y desorientación la participación política de los Movimientos populares puede vencer a la política de los falsos profetas, que explotan el miedo y la desesperación y que predican un bienestar egoísta y una seguridad ilusoria. Todo cuanto les he dicho a ellos, como bien demuestra este volumen, está en plena sintonía con la Doctrina social de la Iglesia y con el Magisterio de mis predecesores.
Espero, en este sentido, que la publicación de este libro sea un modo para continuar —aunque sea a la distancia— a reforzar estas experiencias, que anticipan con sus sueños y con sus luchas, la urgencia de un nuevo humanismo, que ponga fin al analfabetismo de compasión y al progresivo eclipse de la cultura y de la noción del bien común.