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Que la Iglesia vuelva a la fuente del Evangelio

Al convenio internacional de los obispos amigos del movimiento de los Focolares

23 febrero, 2020
Que la Iglesia vuelva a la fuente del Evangelio
Chiara Lubich, líder y fundadora del movimiento de los Focolares. Foto: L'Osservatore Romano

«El carisma de la unidad» es una de las «gracias de nuestro tiempo que […] invoca una reforma espiritual y pastoral sencilla y radical, que lleve de nuevo a la Iglesia a la fuente siempre nueva y actual del Evangelio de Jesús». Lo subraya el Papa en el mensaje enviado a los obispsos amigos del movimiento de los Focolares, con ocasión del convenio internacional organizado en Trento en el centenario del nacimiento de Chiara Lubich. El texto pontificio fue leído por el cardenal  Francis X. Kriengsak Kovithavanij el sábado, 8 de febrero, en la apertura de los trabajos, que continuaron en la ciudad de la fundadora hasta el domingo 9. el lunes 10, los participantes se trasladaron a la ciudadela internacional de Loppiano (Florencia), donde las celebraciones continuaron hasta el miércoles 12

¡Queridos hermanos!

Me alegro vivamente por la celebración de la Conferencia Internacional durante la cual os reunís, primero en Trento y luego en Loppiano, con ocasión del centenario del nacimiento de la Sierva de Dios Chiara Lubich, para profundizar en el significado y la aportación del carisma de la unidad al servicio hoy de la misión de la Iglesia como comunión evangelizadora. Los carismas son «regalos del Espíritu integrados en el cuerpo eclesial, atraídos hacia el centro que es Cristo, desde donde se encauzan en un impulso evangelizador» (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 130). Es bueno entonces, también para los obispos, acudir siempre de nuevo a la escuela del Espíritu Santo, que hace salir del Cenáculo —donde el Señor Jesús los reunió en unidad con Pedro y María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia— para caminar en el fuego de Pentecostés con todo el Pueblo de Dios por los caminos de la misión. Su luz y su fuerza llevan a encontrar con misericordia y ternura a los que viven y sufren en las periferias existenciales y sociales, anunciando y testimoniando con alegría, sin miedo, ricos solamente de fe, de esperanza y de amor el Evangelio de Jesús. Los dones carismáticos son coesenciales, junto con los dones jerárquicos, en la misión de la Iglesia1, y los Pastores están investidos del don específico de reconocer y promover la acción del Espíritu Santo que distribuye en el seno del Pueblo de Dios, entre los fieles de cualquier vocación, «gracias especiales con las que los hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia» (Lumen gentium, 12). El carisma de la unidad es una de estas gracias para nuestro tiempo, que experimenta un cambio de envergadura epocal e invoca una reforma espiritual y pastoral simple y radical que haga regresar a la Iglesia a la fuente siempre nueva y actual del Evangelio de Jesús.

A través del carisma de la unidad, en plena sintonía con el magisterio del Concilio Ecuménico Vaticano ii, el Espíritu Santo nos enseña concretamente a vivir la gracia de la unidad según la oración que Jesús dirigió al Padre en la víspera de su Pascua de muerte y resurrección (cf. Juan 17, 21). El Espíritu nos invita a elegir como la única totalidad de nuestro seguimiento y como la única brújula de nuestro ministerio a Jesús crucificado —Chiara Lubich añadiría “abandonado” (cf. Marcos 15, 34; Mateo 27, 46)— haciéndose uno con todos, empezando por los últimos, los excluidos, los descartados, para llevarles la luz, la alegría y la paz. El Espíritu se abre al diálogo de la caridad y de la verdad con cada hombre y mujer, de todas las culturas, tradiciones religiosas y convicciones ideales, para construir en el encuentro la nueva civilización del amor. El Espíritu nos pone en la escuela de María, donde aprendemos que lo que vale y permanece es el amor. Como María y con ella, estamos llamados a hacer presente y casi tangible a la vez, para la humanidad de hoy, a Jesús, el Hijo de Dios, que en su seno se convirtió en el primogénito entre muchos hermanos y hermanas (cf. Romanos 8, 29) y que vive resucitado entre los que son uno en su Nombre (cf. Mateo 18, 20). Con vosotros, pues, queridos hermanos obispos, expreso mi gratitud a Dios por el don del carisma de la unidad a través del testimonio y la enseñanza de la Sierva de Dios Chiara Lubich y, con renovada comunión y bajo la mirada materna de María, «invoco […] al Espíritu Santo, le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 261).

Bendigo a cada uno de vosotros y a las comunidades que os han sido confiadas, y os pido por favor que recéis por mí.

Roma, en San Juan de Letrán, 29 de enero 2020
Francisco

Notas

1 Congregación para la Doctrina de la Fe, Cart. Iuvenescit Ecclesia sobre la relación entre dones jerárquicos y carismáticos para la vida y la misión de la Iglesia, 15 de mayo de 2016.



Autor

L'Osservatore Romano, el periódico del Vaticano. Edición para México.