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Lectio Divina: Señor del Sábado

Lectura del Santo Evangelio

Un sábado, Jesús pasaba por unos sembrados con sus discípulos. Mientras caminaban, los discípulos empezaron a desgranar espigas en sus manos. Los fariseos dijeron a Jesús: “Mira lo que están haciendo; esto está prohibido en día sábado.” Él les dijo: “¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David cuando sintió necesidad y hambre, y también su gente? Entró en la Casa de Dios, siendo sumo sacerdote Abiatar, y comió los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a los que estaban con él”. Otro día entró Jesús en la sinagoga y se encontró con un hombre que tenía la mano paralizada. Pero algunos estaban observando para ver si lo sanaba Jesús en día sábado. Con esto tendrían motivo para acusarlo. Jesús dijo al hombre que tenía la mano paralizada: “Ponte de pie y colócate aquí en medio.” Después les preguntó: “¿Qué nos permite la Ley hacer en día sábado? ¿Hacer el bien o hacer daño? ¿Salvar una vida o matar?” Pero ellos se quedaron callados. Entonces Jesús paseó sobre ellos su mirada, enojado y muy apenado por su ceguera, y dijo al hombre: “Extiende la mano.” El paralítico la extendió y su mano quedó sana. (Mc 2,23–3,6)


 

P. Julián López Amozurrutia

Lectura

Dos episodios distintos, como dos etapas de un mismo itinerario. Es sábado. El día santo del descanso judío. En la primera escena, los discípulos arrancan espigas. Evidentemente, con las manos. En la segunda escena, en la sinagoga, espacio sagrado de la Palabra de Dios, Jesús cura a un hombre con la mano tullida. Un enfermo que no puede hacer uso de su mano. Ambos momentos dan ocasión para un posicionamiento. En primer lugar, sobre la ley. Algunos consideran lo legal o lo ilegal sólo en base de un cumplimiento formal. Delante de ello, Jesús hace ver que la finalidad de la ley, del sábado, es el bien del hombre. Y su sentencia es precisa: el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. El hombre es el fin, la ley es el medio. Pero, además, Jesús mismo, llamándose aquí “hijo del hombre”, se manifiesta como “señor del sábado”. Él en persona es el criterio para leer adecuadamente la ley, porque él hace ver en qué consiste el verdadero bien del ser humano. Pero también los fariseos y los del partido de Herodes, inconformes, toman una postura: hay que eliminar a Jesús. Y eso también empezó en sábado.

Meditación

El sábado, como tiempo sagrado, y la sinagoga, como lugar sagrado, nos hacen pensar en las cosas de Dios, que se hacen presentes en las coordenadas de nuestra vida. Son índices de lo institucional, de lo aceptado por la comunidad, de las costumbres, de las legislaciones. Jesús no es un anarquista. No cuestiona el orden. Él mismo participa en él. Pero no permite que en atención al orden se asfixie al ser humano. La relación con Dios no es un pretexto para oprimir, sino el espacio más noble de la promoción humana. Con la mano del tullido se nos habla también de un actuar imposible, de una libertad negada. Contraste evidente con los discípulos del Señor del Sábado, que se hacen cargo responsablemente de su necesidad, arrancando unas espigas con sus propias manos. Entre la mano del tullido y las manos de los discípulos está la fuerza redentora de la palabra de Jesús, que restablece el orden no a partir de formalismos externos, sino atendiendo a la verdad del hombre, en sus necesidades y proyectos.

Oración

¡Señor Jesús! ¡Señor del sábado! ¡Señor de la libertad y del bien humano! ¡Cuán sutil es a veces la distancia entre la piedad y la intransigencia! También hoy muchos manipulan la ley, la palabra y las circunstancias, buscando adaptarlas a sus prejuicios e intereses. Contra ellos, tu presencia es siempre voz comprometida con nuestra plenitud. Das a nuestras manos el vigor para trabajar y asumir la propia responsabilidad. ¿Qué esperas de nosotros, en el trabajo o en el descanso, en la soledad o en la compañía? Que hagamos el bien. Que hagamos siempre el bien. El bien posible en medio de las circunstancias. El bien imposible con el auxilio de tu gracia. El bien que brota de tu enseñanza, que es siempre un bien liberador y promotor de la dignidad humana. Toma mis manos, Señor. Dales la vitalidad de tu Espíritu, para que no decaigan en la fatiga ni se amedrenten ante la amenaza. Que se ofrezcan siempre como instrumento de la salvación que tú nos has entregado con la ofrenda de tu propia vida.

 

Contemplación

Miro la maravilla de mis manos. Las imagino tullidas y, enseguida, triturando granos.

Acción

No importando las circunstancias, ejecutaré el bien que hoy está a mi alcance.

 

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