Lectio Divina: “El que cumple con la voluntad de Dios, ese es mi hermano”
Lectura del Santo Evangelio En aquel tiempo volvió Jesús a casa, y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Unos letrados de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del […]
Lectura del Santo Evangelio
En aquel tiempo volvió Jesús a casa, y se juntó tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. Unos letrados de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Él los invitó a acercarse y les puso estas comparaciones: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida, no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Créanme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre”. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo. Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dijo: “Mira, tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan”. Les contestó: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Y paseando la mirada por el corro, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”. (Mc. 3,20-35)
P. Julio César Saucedo
Lectio: ¿Qué dice el texto?
El texto evangélico se desarrolla mediante tres escenas diversas, con un telón de fondo marcado por la incomprensión, la ignorancia, la superficialidad y la hostilidad. En efecto, como podemos apreciar en la primera escena (vv. 20-21) el evangelista narra que la gente se había aglomerado en torno a Jesús, que “ni podían comer” él y sus discípulos a quienes previamente había elegido (Mc 3,13-19). Ahora bien, al considerar los versículos siguientes, Jesús no está haciendo otra cosa que curar a los enfermos y expulsar a los demonios; por lo que sus parientes, al ver esta situación, expresan: “está fuera de sí” o “está loco”; pues es una manera de extinguir el asombro y las incomprensiones sobre Jesús mismo: “declarar la enfermedad mental del familiar para evitar la vergüenza que Jesús causa a todo el clan” (Card. Gianfranco Ravasi).
Bajo este contexto, tiene lugar la segunda escena (vv. 22-30) en la que aparecen los “escribas que habían bajado de Jerusalén”. Ellos en su “intelectualidad religiosa” inmediatamente manifiestan su rechazo total hacia Jesús diciendo que, “está poseído por Beelzebul y por el príncipe de los demonios” y por eso, es que expulsa a los demonios. Ante este juicio de los escribas, Jesús pone de manifiesto lo ilógico del argumento: “Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir”; y en este sentido ilógico del argumento, revela lo que es lógico en el anuncio del Reino: “Yo les aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca”. En efecto, el pecado contra el Espíritu Santo se refiere a la obstinación del corazón y de la mentalidad para no reconocer a Jesús como el Hijo de Dios a pesar de ver todos los signos de vida que Él realiza.
Y, por último, se presenta la última escena, que alude a la más bella caracterización del discípulo, mostrando el criterio de parentesco y de la verdadera oración (hágase tu voluntad): “El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, hermana y madre”.
Meditatio: ¿Qué me dice el texto?
Como nos podemos dar cuenta, las dos primeras escenas quisieran responder a la pregunta: ¿Quién es Jesús? Pero, es una interrogación contextualizada en la cercanía que Él tiene hacia los enfermos y endemoniados que se aglomeran a su alrededor. Entonces la pregunta es: ¿Quién es éste que no se da un tiempo para comer por estar atendiendo a los enfermos y endemoniados? ¿Quién es? Los parientes por temor y vergüenza de que Jesús esté con los excluidos dirán que está “loco”, mientras que, los escribas expresarán, por su soberbia intelectual y religiosa, que Él es un endemoniado. En definitiva, Jesús ni está loco, ni es un endemoniado; es el Hijo de Dios que anuncia y hace presente la Buena Nueva. Con esta lectura evangélica, también nosotros somos invitados a interiorizar en el misterio de Cristo, mediante la lectura orante de la Palabra de Dios, la participación en los sacramentos –especialmente en la Eucaristía– y en el ejercicio de la caridad; pues sólo entrando continuamente en la novedad del amor de Cristo, podremos cumplir con la voluntad del Padre. A este propósito, escribió la madre Teresa de Calcuta: “Vengo con mi misericordia, con mi deseo de perdonarte, de sanarte, con todo el amor que tengo por ti; un amor que supera toda comprensión, un amor donde cada latido del corazón es lo que he recibido del Padre mismo. Vengo sediento de consolarte, de darte mi fuerza, de revelarte, de unirme a ti, en todas mis heridas. Nada de tu vida carece de importancia ante mis ojos. Conozco cada uno de tus problemas, de tus necesidades, de tus preocupaciones. Sí, yo conozco todos tus pecados, pero te lo vuelvo a decir una vez más: ¡Yo te amo!”
Oratio: ¿Qué me hace decir el texto?
“Señor Jesucristo, que momentos antes de la Pasión oraste por los que iban a ser tus discípulos hasta el fin del mundo, para que todos fueran uno, como tú estás en el Padre y el Padre en ti; compadécete de tanta división como existe entre quienes profesan tu fe […] Derriba los muros de separación que nos dividen hoy a los cristianos […] Como en el cielo solamente existe una sociedad santa, que no exista en la tierra más que una comunión que confiese y glorifique tu santo nombre. Amén» (Card. John Henry Newman).