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Tips para evitar que tus hijos caigan en la adicción a celulares o tabletas

Alfa y Omega

La adicción de los menores a los dispositivos móviles como teléfonos o tabletas electrónicas se está convirtiendo en una de las mayores preocupaciones para las familias, pues en algunos casos desembocan en episodios de violencia. Pero si bien es un problema creciente, también empiezan a ofrecerse soluciones. Alfa y Omega habla con expertos y recoge algunas de ellas:

Un día, en medio de una discusión, “Gabriel” le partió la nariz a su padre. ¿El motivo? Le había dejado sin internet. La violencia, al principio sólo verbal, había ido en aumento desde que en casa se descubrió lo que hacía Gabriel: cada mañana, en lugar de ir a clases, se dirigía a un centro comercial en Madrid para pasar horas jugando y probando de manera gratuita diferentes videojuegos.

Cuando se enteraron, los padres no supieron reaccionar bien y optaron por la vía del castigo severo. Tras varias discusiones subidas de tono y el mencionado episodio de violencia entre padre e hijo, al final todos acudieron a un profesional para abordar el tratamiento: no sólo para Gabriel, sino para toda su familia.

 

Niños con móvil

Sonsoles Vidal, abogada experta en violencia y adicciones en menores, y miembro del área académica de The Family Watch, señala que “no porque un menor esté mucho tiempo en el móvil eso significa que tiene un problema de adicción. A los adultos nos cuesta mucho entender esto, porque para nosotros las relaciones pasan por el cara a cara, pero para los adolescentes sus relaciones sociales y su ocio pasan por el celular. A los adultos les llama mucho la atención que los jóvenes estén todo el día manejando un dispositivo, pero es que ellos se relacionan a través de él. Eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de identificar si hay o no un problema.

Para Vidal se puede empezar a hablar de adicción cuando aparecen algunos síntomas: ansiedad, inmediatez, reacciones violentas cuando no llegan las respuestas a los mensajes, necesidad imperiosa de tener cerca el teléfono, de estar conectado… Ahí se percibe que no se está haciendo un uso adecuado del dispositivo.

Pero hay además otros fenómenos asociados al mal empleo del móvil o de los videojuegos: los menores multipantalla, adolescentes que tienen en su habitación el teléfono, la tableta, el móvil, la televisión…; la niñera tecnológica: al no estar sus padres en casa, los menores buscan la información que necesitan en internet; o el botellón electrónico: jóvenes que antes que salir de casa prefieren quedarse consumiendo contenidos que generan dependencia, como el juego online, o relacionándose con desconocidos a través de la red.

 

Responsabilidad de los padres

La experta tiene claro que todo este fenómeno revela “una falta de control parental. Que un niño de 9 años tenga un iPhone 7, que el móvil sea el regalo estrella de la Primera Comunión, que un adolescente haga de su habitación la república independiente de mi casa con todo tipo de dispositivos…, es un problema de los padres”.

 

A pesar de que los padres desean una mayor comunicación con sus hijos, “muchos de ellos les han ofrecido desde niños el móvil o las tabletas electrónicas para que estén entretenidos y no den guerra. A los padres se les ha ido la situación de las manos y ahora eso se ha vuelto más difícil de controlar. Los padres no logran charlar con sus hijos…, porque desde hace años han delegado las funciones educativas en un dispositivo”.

Esta situación se agrava si se tienen en cuenta los riesgos que conllevan las redes sociales para la privacidad de los menores: “Los padres no son conscientes de que su hijo pone un pie en una plaza pública, y entra en contacto con gente que no conoce; además se atreven a mucho más de lo que harían en el cara a cara”, de ahí problemas como el acoso a menores en la red o el envío de contenidos de tipo sexual.

A todo ello se suman los cada vez más frecuentes casos de violencia asociados al uso de internet: “No existe una relación causa-efecto directa entre el uso abusivo de la tecnología y la violencia, pero la tecnología sí dinamiza la violencia”.

 

Alternativas de ocio

En cualquier caso, la familia aparece como la principal vía de solución de los problemas de los menores asociados a la tecnología. Vidal propone “unas pautas educativas claras por parte de los padres, para que los hijos sepan que los dispositivos son una herramienta más de comunicación, no la única”.

Hacer excursiones y realizar actividades en familia es una de las soluciones que proponen los expertos.

Además, los menores deberían “aprender a usar la tecnología bajo el control de sus padres, y siempre de una manera adaptada a su propio crecimiento”.



En la misma línea se sitúa Irene Gallego, psicóloga del proyecto Conviviendo, de la Fundación Amigó, a la que han llegado niños de hasta 8 años con problemas de violencia hacia sus padres, “no por una rabieta, sino por manifestaciones de violencia premeditada y sin control”.

 

La violencia asociada a las adicciones

En muchos de estos niños y adolescentes, el problema de la violencia está asociado a las adicciones, que “antes eran el alcohol y las drogas, pero cada vez más hay más presencia de las nuevas tecnologías, videojuegos, redes sociales, móvil…”.

¿Qué es lo que ha pasado en una familia para que un hijo se vaya recluyendo poco a poco en la realidad virtual? “A veces hay un rasgo de la personalidad del niño que favorece esta situación”, explica Gallego, pero “también es verdad que las alternativas de ocio que los padres ofrecen a los niños son cada vez más reducidas”.

“Los Reyes Magos acaban de traer a los niños un montón de dispositivos electrónicos, videoconsolas y juegos que muchas veces no son apropiados para la edad del niño. Se les ofrece mucha tecnología, pero no les facilitan otro tipo de ocio. Los niños de hoy apenas leen. Tienen una tableta porque es más cómodo para los padres. Ha habido un cambio de la sociedad, y no hemos sabido asimilar tanta tecnología”.

 

Una adicción que se puede dar en cualquier familia

Y este panorama está bastante extendido: “Nos podemos encontrar una adicción así en cualquier familia. Los casos que nos han llegado a nosotros son familias típicas, muy normales y estructuradas”, atestigua Irene.

Para escapar de esta red, es preciso el apoyo positivo hacia el menor. “No se consigue nada diciendo: “Te pasas todo el día jugando o chateando, no vas a llegar a nada””, explica la psicóloga.

En la Fundación Amigó, por ejemplo, comienzan ofreciendo al joven actividades de ocio alternativas, “porque no se consigue nada luchando directamente contra el dispositivo, y como en cualquier adicción es muy difícil que el adicto reconozca desde el principio que tiene un problema”.

 

Recuperar hábitos perdidos

Además, van reincorporando poco a poco hábitos básicos que habían quedado atrás: horarios fijos de comida y de sueño, medidas de higiene… Poco a poco van trabajando con el menor el reconocimiento y la motivación al cambio, para que ellos mismos vean que tienen un problema.

Y en paralelo se trabaja con la familia: “Intentamos que dejen espacio al menor para que se exprese con libertad y explique los motivos que le han llevado a esa situación. Y pedimos a los padres que no le juzguen, que intenten entender, que no vean sólo lo negativo, siempre buscando una comunicación más positiva e intentando alcanzar acuerdos” con el menor para el uso racional de los dispositivos.

 

Se puede salir

Al final, como en cualquier adicción, se puede salir. En la fundación tienen experiencia de que “poco a poco los chavales pueden ir estructurando su vida. Son capaces de dejar de lado el móvil mientras comen en familia, algo que antes era imposible. Y hasta se les puede castigar si es necesario sin la computadora sin que surja la violencia. Son pequeños pasos” en los que la familia juega un papel fundamental.

El sociólogo Narciso Michavila concluye que “la principal variable que explica el aumento del consumo de alcohol en menores, el fracaso escolar, los embarazos no deseados, la adicción al móvil… es la falta de diálogo entre padres e hijos. A menos diálogo, más problemas”.

Por eso, “los padres tienen que implicarse más, hablar más con los hijos”, porque al final “lo que en principio es un medio de comunicación, puede hacer que pierdas la comunicación con tu familia”.





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