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¿Maltrato a los hijos ‘por amor’?

De los países que conforman la OCDE, México ocupa el primer lugar en violencia infantil. VNDHace unos meses, el Senado de la República aprobó por unanimidad un proyecto de reforma de ley para prohibir los castigos corporales y humillantes en contra de niñas, niños y adolescentes, así como para garantizar el derecho de los menores a […]

  • De los países que conforman la OCDE, México ocupa el primer lugar en violencia infantil.

 

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Hace unos meses, el Senado de la República aprobó por unanimidad un proyecto de reforma de ley para prohibir los castigos corporales y humillantes en contra de niñas, niños y adolescentes, así como para garantizar el derecho de los menores a una vida libre de violencia. Y es que, diversos estudios elaborados por instituciones no gubernamentales e instituciones del Estado, revelan que el maltrato infantil tiene una tendencia creciente en nuestro país, como lo confirma el hecho de que entre las 33 naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México ocupa el primer lugar en violencia física, abuso sexual y homicidios cometidos en contra de menores de 14 años.

En entrevista, el sacerdote Óscar Lomelín Blanco, secretario Ejecutivo de la Dimensión Familia de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), destacó el hecho de que desde el Poder Legislativo se regulen estas prácticas inadmisibles por medio de un marco legal, ya que esto puede contribuir de manera decisiva a que se transformen también en prácticas no aprobadas socialmente, así como acelerar la erradicación de las mismas.

El proyecto –que se encuentra ahora en la Cámara de Diputados– destaca que el 63 por ciento de los menores de uno a 14 años ha experimentado al menos una forma de castigo psicológico o físico por parte de miembros del hogar. Al respecto, el sacerdote asegura que son cifras tan altas que nos deben mover a la reflexión en el sentido de que el maltrato infantil involucra una serie de factores que no sólo dependen del padre o de la madre, sino que son parte de un proceso más complejo del que toda la sociedad es parte”.

Explica que durante mucho tiempo, en México se ha visto la violencia como una forma aprobada de educar. De igual modo, la educación en la superioridad de género masculino sobre el femenino, ha traído una desnivelación en la distribución de poder en casa, haciendo que la condición de ‘omnipotencia’ del padre le permita tener comportamientos de violencia física o emocional hacia su esposa e hijos, en condiciones donde su autoridad es siempre incuestionable”.

Como consecuencia de ello –añadió– en algunas ocasiones la mujer violentada puede caer en comportamientos de maltrato hacia sus hijos. Lo mismo ocurre si fue educada en un contexto de violencia, pues México es un país con alto índice de familias que tienen poca educación, pobres condiciones de salud y poco ingreso económico. “El vivir una situación de este tipo también constituye un factor estresante que hace que la violencia sea una forma de escape de las frustraciones que ambos padres puedan tener acerca de sus condiciones de vida”.

Insistió en que la violencia tiene factores transgeneracionales, por lo que es importante frenarla, pues de otra forma irá creciendo en forma exponencial.

 

Acciones desde la Pastoral Familiar

El padre Óscar Lomelín también se refirió al trabajo que se realiza desde la Pastoral Familiar en México para atender este problema. “La Iglesia es consciente del papel crucial que juega como parte importante en el sistema macro sobre el que se mueve la familia, porque es a la vez transmisora de valores, de sistemas de creencias y de normativa hacia sus fieles”.

Detalló que desde la Dimensión Familia de la CEM se trabaja en tres ejes: el acompañamiento a familias que sufren de violencia familiar; el acompañamiento en el proceso de reconstrucción de la mujer violentada; y en la orientación para el ejercicio de habilidades parentales.

Para el también responsable de la Pastoral Familiar de la Arquidiócesis de Monterrey, es importante educar a los padres en relación con el ejercicio de su parentalidad, de tal manera que su comportamiento vaya encaminado a cumplir con los cinco componentes de la “parentalidad bientratante”; es decir, “el aporte nutricio de afectos, cuidado y estimulación; los aportes educativos; los aportes socializadores; los aportes protectores y la promoción de la resiliencia”.

“Hoy más que nunca –concluyó– es importante ser elementos de cambio para dar un giro de un estilo de parentalidad que maltrata ‘por amor’, a un estilo de parentalidad que busca educar sin violentar la integridad de la persona”.

 

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