Editorial: La reconstrucción es inaplazable.
A México le duelen los asesinatos y las desapariciones; las violaciones sistemáticas a los derechos humanos; el crimen organizado, que pervierte todas las estructuras; la corrupción y la impunidad de la clase política; la pobreza y la migración; la degradación de los valores morales, pero sobre todo, la desconfianza que ha permeado en todos los […]
A México le duelen los asesinatos y las desapariciones; las violaciones sistemáticas a los derechos humanos; el crimen organizado, que pervierte todas las estructuras; la corrupción y la impunidad de la clase política; la pobreza y la migración; la degradación de los valores morales, pero sobre todo, la desconfianza que ha permeado en todos los ámbitos de la sociedad y que afecta al trabajo conjunto para el desarrollo integral del país.
Preocupa, en especial, la falta de confianza de la sociedad en las instituciones públicas, principalmente en aquéllas que tienen la responsabilidad de velar por la justicia y la seguridad. El gobierno, en todos los niveles, enfrenta en este sentido quizá el mayor de los desafíos, pues los mexicanos han demostrado no estar dispuestos a seguir cediendo sus espacios públicos a la delincuencia organizada, con el riesgo que esto conlleva para las estructuras gubernamentales y para la sociedad misma.
La Iglesia, por su parte, considerando que México es un país mayoritariamente católico, tiene una gran responsabilidad en el devenir nacional, y si realmente desea colaborar como institución en la reconstrucción del tejido social, debe comenzar por su propia casa, mediante la autocrítica y el ataque frontal a todo lo que no va de acuerdo con su misión. “Todo poder que no esté ordenado al servicio, se degenera”, ha dicho en ese sentido el Papa Francisco.
Con la alternancia en el poder, se vive en México un clima de esperanza, que, sin embargo, podría irse a pique si no se trabaja concienzudamente en las sinergias necesarias entre gobierno, iniciativa privada y sociedad civil, que abonen a la reconstrucción del tejido social.
Por esta razón, urge generar una mentalidad de rechazo a todo aquello que dañe a la sociedad, a fin de irnos concibiendo como una sola familia, deseosa de erigir nuestra casa sobre los principios sólidos de reconciliación, respeto y unidad.