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¡Qué grande es tu fe!

P. Óscar Arias Bravo Meditatio El capítulo 15 del Evangelio según san Mateo presenta a Jesús en controversia con los fariseos, quienes le reclamaban las actitudes de sus discípulos, a quienes consideraban personas que no respetaban las tradiciones de sus antepasados, como el hecho de no lavarse las manos antes de comer, por ejemplo. Ante […]

P. Óscar Arias Bravo

Meditatio
El capítulo 15 del Evangelio según san Mateo presenta a Jesús en controversia con los fariseos, quienes le reclamaban las actitudes de sus discípulos, a quienes consideraban personas que no respetaban las tradiciones de sus antepasados, como el hecho de no lavarse las manos antes de comer, por ejemplo.
Ante estas interrogantes, el Maestro plantea algo más profundo: dice que no es lo que viene de fuera lo que mancha al hombre, sino lo que sale de su interior, de su corazón. Alejándose de ese diálogo, Jesús se dirige hacia la región de Tiro y Sidón, donde una mujer cananea le seguirá el paso, incomodándole, según el criterio de sus discípulos, porque venía detrás de ellos, gritando que curase a su hija.
Ya en el Antiguo Testamento, específicamente en el Deuteronomio (7,1 ss.) se consideraba a los cananeos y a algunos pueblos vecinos como gente pecadora, como paganos e idólatras: “no harás alianza con ellos, ni les tendrás compasión” (v. 2); por lo tanto, la región y la persona que se acercaba a Jesús era completamente lo contrario a su religión, sus costumbres y su tradición. Y será precisamente ella, una mujer pagana, de origen y hábitos tan diversos a los judíos, el ejemplo que usará san Mateo para admirarse de una fe tan grande y firme como la de aquélla que tenía raíces idólatras: “¡Mujer, qué grande es tu fe! ¡Que te suceda como deseas! (v. 28)

Contemplatio
Podría parecer, según lo sugiere el texto, que los destinatarios principales de la salvación son algunas personas que ya ocupan un puesto reconocido o algún pueblo en particular o los de algún ministerio o grupo parroquial; pero si nos vamos al fondo del texto, contemplaremos que hay gente, que en realidad no se le identifica mucho como alguien cercano a una religión o a la salvación que ésta nos provee; seres humanos como nosotros, los cuales no consideramos que estén en nuestras listas de fieles cumplidores de nuestros preceptos, y es precisamente este grupo de personas, las cuales se reflejan en aquella mujer pagana, de región idólatra.
Hace algún tiempo tuvimos una reunión de personas cercanas al trabajo y la vida eclesial, y uno de los días de aquélla asamblea fuimos a un restaurante cerca de la casa de retiros. Al calor de la alegría que esa convivencia nos daba, algunos en la mesa comenzaron a bromear con el mesero que nos atendía, y las bromas se empezaron a tornar irrespetuosas y de doble sentido, si a eso le agregamos que algunos ya tenían una copa encima, realmente me pregunté: ¿qué no se supone que nosotros deberíamos dar ejemplo de fe y comportamiento?, ¿cómo es posible que un trabajador de aquél lugar nos diera ejemplo de discreción, de fe y de educación a nosotros que estamos más cerca de la estructura eclesial?
Seguramente a Jesús le pasó algo muy similar en el capítulo 15 del Evangelio que escuchamos este domingo: en los fariseos no encontró más que mañas y preguntas capciosas que se apartaban del inicial mensaje de salvación, mientras que en una mujer, considerada como pagana, el Mesías descubrió una fe más grande; cierto, tal vez no oficial, pero seguramente más sincera que aquella de los supuestos destinatarios principales.

Oratio
Señor Jesús, ¡no permitas que se amañe nuestra fe!

Actio
Dialoguemos esta semana con alguien que no comparta nuestras creencias y agradezcamos una de las cosas buenas que tiene en su vida.